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Crítica:FERIA DE SAN ISIDRO | LA LIDIA
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

El toro de Madrid

Antonio Lorca

Se puede discutir sobre el trapío del toro de Madrid. ¡Faltaría más! Entre el toro bajo, bien hecho y con presencia, y el corniveleto, largo, engallado y cuajado hay toda una gama para el análisis sereno con unas copas; para el diálogo de sordos -llena, que esta es mía- después, y la cogorza final y amistosa que no llega a ninguna conclusión, pero que hace amigos más fieles que la mili. Para algo tienen que servir los toros.

Lo que todo el mundo tiene claro es cuál no debe ser el toro de Madrid. Bueno, todo el mundo no. No lo tiene nada claro el ganadero de ayer ni la autoridad, que son, paradojas de la vida, los supuestos expertos en tal materia. Porque cualquier probo funcionario de provincias o de la capital misma sin interés alguno en esta fiesta, y que de pronto se encuentra en Las Ventas porque un familiar, cansado de tanto aburrimiento, lo ha puesto en el compromiso, ese ciudadano bienpensante ve a los animalitos de ayer y le dice al vecino: "Éste no es el toro de Madrid". Y lo afirma con autoridad; con la misma que los responsables cometen una gravísima tropelía con todo el que pasa por taquilla.

Pereda-La Dehesilla / Barrera, Encabo, Tejela

Rechazados 15 toros en los reconocimientos. 1º, de María José Pereda; 2º, de Carlos Núñez, y el resto, de La Dehesilla -4º y 5º devueltos-, muy mal presentados e inválidos; primer sobrero, de Navalrosal, mal presentado e inválido; segundo sobrero, de José Vázquez, blando y violento. Vicente Barrera: pinchazo y estocada contraria (silencio); estocada perdiendo la muleta (silencio). Luis M. Encabo: dos pinchazos y estocada baja (silencio); media tendida y dos descabellos (silencio). Matías Tejela: estocada (silencio); metisaca, media y dos descabellos (palmas). Plaza de Las Ventas, 29 de mayo. 17ª corrida de feria. Lleno.

Lo de ayer, una tarde más, no tuvo nombre. Bueno, nombre, sí, engaño y estafa, pero no tiene calificativo porque las buenas costumbres aconsejan el silencio, que después todo se sabe.

Los toros que salieron a la arena eran becerros impropios de plaza de provincia que se precie, y su presencia en el ruedo constituyó una grave tomadura de pelo inconcebible en gente de bien. Y encima, inválidos, enfermos, descastados e incapaces de producir la más mínima emoción. Consumado el desatino, quedan, al menos, los toreros. Eso es lo que creía el ciudadano del compromiso familiar, pero a la vista de lo ocurrido concluye con todo el sentido común: ¿Y a esto lo llaman torería? Ocurrió que Barrera se encontró en primer lugar con un toro docilón y birrioso, y él, muy derecho y circunspecto, lo citaba como si tuviera delante el toro del coñac. Llegó el cuarto, más inválido si cabe, y que se defendía con un derrote al final de cada muletazo, y puso en apuros al señor vestido de luces. Incluso llegó a desarmarlo cuando era Barrera el que se defendía entre exageradas precauciones. Hizo el paseíllo, pero no estuvo porque los toros no sirvieron, y él tampoco.

Se equivocó Encabo al empeñarse en banderillear, toscamente además, a su inválido primero entre la protesta generalizada del respetable, y, no satisfecho con la gesta, la repitió en el blando quinto, con el que sí se lució en un par andando hacia atrás. A la hora de torear, movió bien los brazos en unas sentidas verónicas y se mostró decidido ante un animal derrengado. En el quinto, violento y peligroso en el tercio final, lo pasó con más voluntad que mando en una faena larga y desordenada en la que el toro impuso su ley.

Tampoco acertó Tejela cuando brindó al público el tercero de la tarde. Nadie le dijo ni él acertó a entender que ese toro esmirriado e inválido no era de brindis. Su oponente se lo hizo saber al no permitirle que se luciera a pesar del buen corte del torero, que ya lo había demostrado en un quite por chicuelinas muy ceñidas en un palmo de terreno. En el sexto, muy rebrincado, intentó el toreo con una buena colocación, pero sólo pudo mostrar su valentía y ganas de triunfo.

La corrida acabó entre el desencanto general por la desvergüenza sufrida ante tanto toro impresentable, inválido o enfermo, que se lidia como bueno y se convierte en sí mismo en un fraude imperdonable.

Matías Tejela, durante la lidia al primero de su lote.
Matías Tejela, durante la lidia al primero de su lote.LUIS MAGÁN
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Sobre la firma

Antonio Lorca
Es colaborador taurino de EL PAÍS desde 1992. Nació en Sevilla y estudió Ciencias de la Información en Madrid. Ha trabajado en 'El Correo de Andalucía' y en la Confederación de Empresarios de Andalucía (CEA). Ha publicado dos libros sobre los diestros Pepe Luis Vargas y Pepe Luis Vázquez.

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