Ah, las elecciones...
Era lo previsible. Nada ha cambiado en los grandes trazos del dibujo político de lo vasco. Eso parece. Vizcaya, para el PNV, Odón en San Sebastián, etcétera. Nada ha cambiado... o todo. ¿Qué ocurrirá con la expulsión de las instituciones de Batasuna? Lo que a partir de ahora ocurra en relación con ello será decisivo. Por lo demás, hay infinidad de detalles que hacen que la imagen del cuadro comience a resultar irreconocible para los que nos habíamos habituado al anterior.
Comencemos con los detalles. ¿Rentabiliza el PNV los votos de Batasuna? No está claro. El PNV tuvo un máximo en las autonómicas de 2001 con más de 600 mil votos y con EH presente (143.000 votos). Eran tiempos en que Ibarretxe mostraba su mejor perfil sin mácula, sin insinuar tan siquiera su tendencia montaraz (aparte de cierta devoción ciclista, ya conocida entonces). Ahora, ha sobrepasado los 500.000 votos frente a los 400.000 que obtuvo en las anteriores municipales. Cien mil votos, que no es poco. Pueblo a pueblo, ciudad a ciudad, puede que el PNV haya rentabilizado la ausencia de Batasuna. (Ha mejorado en Sanse, Vitoria y Bilbao). En realidad, debe haberlo hecho: de tener 1.135 concejales, ha pasado a tener 1.601. Ciertamente, el PNV ha rentabilizado la ausencia de Batasuna. ¿Hasta cuándo?
El PSE ha mejorado ligeramente el apoyo ciudadano obtenido. (En relación a las municipales de 1999, 25.000 votos más, aunque haya bajado respecto de las autonómicas y las generales. Y ha pasado de tener 243 ediles a tener 296.) ¿Ha rentabilizado la ausencia de Batasuna? No parece. Pero, técnicamente, sí. También el Partido Popular, que ha subido en 10.000 votos y en diez concejales su estatus, pese a descender en 100.000 votos respecto de las generales y las autonómicas. La situación en este espacio no es que haya dado un vuelco, en absoluto. Sigue más o menos igual.
De ahí que no parezca justificarse un relevo institucional en ese campo. Relevo que absurdamente exigen los socialistas de Álava. La cosa tiene su miga. En pura contabilidad electoral, resultaría que lo que los socialistas pudieran ceder en Álava se compensaría en la Margen Izquierda o en el Ayuntamiento de San Sebastián. La perla codiciada, la Diputación de Álava, está asociada al trabajo abnegado e integrador de Ramón Rabanera (¿quién lo duda?) o, a más llevar, al carisma y a la inteligencia de Emilio Guevara, primer diputado general en democracia, alejado, por lo que uno sabe, de esa púrpura. Sería disparatado que quienes se oponen a la Propuesta-Ibarretxe (Javier Rojo, por encima de cualquiera), se enzarzaran en esa pugna. Álava debe seguir siendo bastión del pragmatismo y de las buenas maneras. La ciudadanía no admitiríamos otra cosa (el plural es sólo inclusivo).
Queda lo sustantivo. Batasuna, el apoyo explícito a la iniciativa militar de ETA, queda fuera de las instituciones. Queda fuera la opción militarista que tanto dolor nos causa y tanta incertidumbre política genera. Aralar, la opción independentista pero no militar, lo ha puesto de manifiesto. Bien por ella, la traidora, la bastarda
Esto tiene dos posibles evoluciones. Una, que algún augur vaticina, la marginación política de ese mundo y la emergencia del mundo delictivo que la rodea. Durará lo que los padrinos de "la tribu" lo permitan, pero durará poco. La otra, su permanencia política, es de imposible predicción.
Y queda, finalmente, la Propuesta-Ibarretxe, que, de echarse atrás, no sería nada (tan sólo se llevaría por delante al PNV de Arzalluz). Y, de proseguir en sus trece, mostraría su vacío, su nadería, su absurdo jurídico y político. La Diputación de Guipúzcoa (in memoriam, Sudupe) y la de Vizcaya han sido diseñadas para llevarnos al patíbulo de la Propuesta-Ibarretxe. La Diputación de Álava es joya para los demócratas. No mercadeemos con ella.
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