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Columna
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Todo es relativo

Josep Ramoneda

Principio de relatividad: los acontecimientos son función de la posición desde la que se observan. Si nos situamos dos años atrás, cuando José Luis Rodríguez Zapatero accede por nueve votos a la secretaría general de un PSOE que acababa de sufrir su peor derrota (dos millones y medio de votos por debajo del PP), los resultados de ayer son notables para los socialistas. En dos años, Zapatero se ha hecho con el mando real del partido y lo ha llevado a una victoria en votos en unas elecciones de carácter nacional. Algo que no ocurría desde 1993. Si nos situamos tan sólo unas semanas atrás, con la opinión soliviantada por la participación española en la guerra de Irak, que venía a culminar una serie negativa para el PP, que empezó con la huelga general y siguió con el Prestige, Aznar, echándose el partido a la espalda, ha conseguido una remontada estimable. Es verdad que los plebiscitos se ganan o se pierden. Y Aznar lo ha perdido por doscientos mil votos. Pero también es verdad que se ha demostrado que cuando él toca a rebato la derecha se moviliza.

El PSOE gana en votos, pero apenas amplía su poder real. Una victoria sin grandes triunfos -excepto, en principio, la Comunidad de Madrid- queda siempre desdibujada. El PP conserva casi intacto su poder municipal y autonómico. Se confirman de este modo algunas tendencias de fondo importantes. Los que son capaces de presentar ante el electorado una buena gestión, apoyada sobre un discurso eminentemente político, ganan (Gallardón y Bono o Ibarra, por ejemplo); pero los que han hecho de la gestión su principal valor y han dejado de lado la política sufren disgustos (Clos, por ejemplo).

En cualquier caso, el PP ha demostrado ser una maquinaria temible, capaz de arrancar por mucho fango en que esté atrapada. Es lamentable, y obliga a reflexionar sobre la evolución ideológica de la derecha española, que para ganar el terreno perdido Aznar haya tenido que apelar a los rancios discursos de las dos España y al fantasma de la España roja y rota. Después de siete años de gobierno "centrado", según el eslogan oficial del PP, a la vista del discurso empleado por su líder, la derecha española sigue ideológicamente donde siempre. El PP se salva a costa de desplazar el eje central de su electorado hacia la derecha. Estas elecciones, sin embargo, tienen un efecto no forzosamente deseado por Aznar: en el altar de la derecha ya no está solo. Aparece Ruiz Gallardón, cuya victoria lleva un plus que la hace muy personal. Sigue siendo el único líder del PP capaz de cazar votos en un espectro ideológico de votantes muy amplio. Es una ironía del destino que el hombre más ajeno al entorno de Aznar, el que menos le siguió en los momentos de mayor deriva sectaria, le haya ganado la joya de estas elecciones. La presencia de Gallardón reduce el fulgor del estrellato de Aznar. La elección de sucesor en el PP toma tintes de drama de resentimientos y lealtades.

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El PSOE podrá constatar que hacer campaña sobre las desgracias y errores ajenos tiene réditos limitados. Muchos se preguntarán por el impacto de la guerra y el Prestige en estas elecciones. En realidad, el principal impacto de la guerra ha sido el aumento de la participación y en muchos casos ha beneficiado al PP. Aznar ha conseguido movilizar a la derecha contra los que se oponían a la guerra y, en cambio, mucho elector potencial de la izquierda, que salió a la calle hace un mes, se ha quedado en casa. En Cataluña, el impacto de la guerra puede parecer más nítido, por el crecimiento de Esquerra Republicana. Pero, a mi entender, lo que indican los resultados de Cataluña es otra cosa: el pospujolismo abre la escena política catalana hacia una mayor pluralidad. A CiU se le puede acabar el tiempo de los votos prestados. Una parte del voto conservador volverá al PP y una parte del voto nacionalista volverá a Esquerra.

Sin embargo, sacar conclusiones generales de unas elecciones municipales, por mucho que Aznar y Zapatero hayan acaparado la campaña, es delicado. El factor líder local pesa indudablemente y, por tanto, maquilla tendencias. Si Aznar quería blanquear su apoyo a Bush, no lo ha conseguido. Pero tampoco parece claro que este factor haya sido determinante en la opción de los electores. Todo enunciado de relevancia política general tiene que reducirse por el impacto del factor local. Quizás éste ha sido un error de Zapatero: caer en la tentación de convertir estas elecciones en un debate sobre la gestión de Aznar. O, dicho de otro modo, aceptar el plebiscito en que intentó convertirlas el presidente. El resultado es un PSOE en progreso, pero confuso. Y un PP en regresión, pero aparentemente seguro de lo que hace.

¿Cuáles son los factores que explican la confusión del PSOE y la seguridad del PP? Fundamentalmente dos: el poder y la estrategia. El PP siente la seguridad de haber mantenido sus cuotas de poder. El PSOE, la inseguridad de no haber rentabilizado su corta victoria con la conquista de importantes cuotas de poder. Pero hay algo más: toda la estrategia del PP está siempre dirigida a aumentar poder -aun al precio de decisiones inicialmente impopulares- convencido de que ello le da fuerza de control territorial y de persuasión sobre la ciudadanía. Y así lo ha hecho con el Plan Hidrológico como con las leyes de emigración, con las reformas penales como con unas políticas económicas destinadas a controlar desde el poder la economía real, con la Ley de Educación como con la Ley de Partidos. Al PSOE, en cambio, le falta el valor añadido de ser capaz de transmitir una capacidad de proyecto alternativo que le convierta desde ya en poder potencial. Así se explica la autoconfianza de unos y la frágil moral de los otros. Aunque todos sabemos que de la autoconfianza se pasa con suma facilidad a la pérdida del sentido de la realidad y a columpiarse en el engaño de las derrotas dulces. Y la frágil moral se supera con el atrevimiento. Paradójicamente, en esta campaña Aznar ha sido más atrevido -a veces temerariamente atrevido- y festeja ahora la derrota dulce; Zapatero ha sido más prudente y se encuentra con una victoria de escasos dividendos. En política todo es relativo. Depende de la posición desde la que se mire.

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