Escolares del Otoño
Es el centro público de adultos América, como otros de igual condición, rehabilitador de oportunidades y artesano de autoestimas.
Entre los distintos niveles de enseñanza que se imparten bajo el mismo techo, es gratificante la asistencia de nuestros vecinos del mundo, los inmigrantes, que acuden a descifrar idiomas para superar entendimientos.
De los compatriotas que se benefician de la formación inicial, la gran mayoría son mujeres sin tope de edad y amplia experiencia en vivir para los demás. Renuncian a siestas, a cotilleos televisivos y sustituyen el sillón doméstico por el tardío pupitre. Con grandes dosis de voluntad, sobrellevan la ausencia de ascensor en el edificio algunas artrosis y otros achaques, para los que son un reto diario alcanzar la cima de dos tramos de escaleras. El entusiasmo es transparente y contagioso porque es inquietud compartida recuperar derechos perdidos venciendo ignorancias. Los objetivos se van cumpliendo con la complicidad profesional de poderosos aliados, que les van desvelando los misterios del abecedario, los enigmas de la caligrafía y los ocultos secretos de las reglas matemáticas. Todo complementado con actividades socioculturales para la evasión y para la opinión.
Al contrario que en algunos colegios infantiles y adolescentes, donde suelen estar a la orden del día las chifladuras, la carga de buenas intenciones y el respeto inundan las instalaciones del colegio adulto. Les da de lleno a los profesores y no docentes (donde me incluyo como portera de tarde) y se extiende hasta el patio, donde es sosiego ser naranjo, y una suerte ser inquilino de un nido o nacer lagartija.
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