Jornada de reflexión
He tenido que adelantar mi jornada de reflexión. Tal como están las cosas, no me bastaba con un solo día para decidir el voto, y no me agradaría llegar indeciso a pie de urna el próximo domingo. En un momento tan excitante, probablemente introduciría en el sobre la papeleta menos indicada. Y es que en lugar de aclarar mis dudas, la campaña electoral no ha hecho sino aumentarlas. Para examinar a nuestros políticos, yo prefería someterlos a una evaluación continuada, en donde bastara suspenderlos o aprobarlos al finalizar su mandato. El procedimiento, seguramente, no sería más justo que estos exámenes finales, pero nos ahorraríamos un mareo de promesas y de inauguraciones, que es un mareo de malos estudiantes. Jugarnos el gobierno de los próximos años en un voto es una operación arriesgada, donde se corre el riesgo de extender un cheque en blanco a quien menos lo merece.
Lo primero que voy a hacer es averiguar qué se vota en estas elecciones. La vehemencia de Aznar y las réplicas de Zapatero, me han confundido y, a estas alturas, no tengo claro si elegimos alcalde, nos pronunciamos sobre la unidad de España o debemos contratar un plan de pensiones. Si voto a Díaz Alperi, ¿contribuyo a la unidad de la patria? ¿Me convierto en un separatista si apoyo a Joan Ignasi Pla? El asunto es complicado. Aznar asegura que, si me inclino por el Partido Popular, no peligrarán las pensiones y podré jubilarme, el día de mañana, con total tranquilidad. La propuesta es atractiva, pero cada vez que un político asegura algo, yo, que he vivido tantos años bajo las promesas de Zaplana, me empiezo a preocupar.
Para presidente de la Comunidad Valenciana, votaría a Francisco Camps, que parece un hombre triste y aburrido, al que entran ganas de ayudar. Además, con Camps, podría visitar algún día la Ciudad de la Euforia, por la que siento una gran curiosidad. La idea de aplicar tratamientos termales para estimular la creatividad es sorprendente y me gustaría saber en qué acabará el asunto. El problema de darle mi voto a Francisco Camps es que no sé muy bien quién gobernará a los valencianos. De momento, cada vez que cierro los ojos e intento imaginar la cara de Camps, veo la sonrisa impostada de Zaplana, y esta dualidad me incomoda. Escucho la entonación cansina del candidato, pero lo que oigo es el gesto autoritario del ex presidente de la Generalitat. Si hoy me inquieta conocer quién inspira sus palabras, mañana me atormentará saber quién dicta sus actos. Sinceramente, no creo que 48 horas me basten para librarme de esta duda.
Y, sin embargo, yo no tendría que cavilar si los candidatos, en lugar de abrumarnos con una ristra de promesas, nos hubieran hablado de asuntos de interés. Por ejemplo, no vacilaría en dar mi voto a Blas Bernal si en su programa de gobierno asegurara a los alicantinos un Ayuntamiento participativo, abierto a los vecinos. Ya que no podemos evitar vernos arrastrados a una guerra indeseada, decidamos, al menos, qué calles se deben asfaltar. Tal vez, así Alicante sería la ciudad que anhelan sus ciudadanos y no la de quienes manejan los negocios de la construcción. Pero de estas cosas tan poco llamativas nadie habla, por desgracia, durante la campaña electoral.
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