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56º FESTIVAL DE CANNES

Michael Haneke arranca con gran fuerza un filme que después se le va de las manos

Concursan un brillante drama de Denys Arcand y una absurda 'road movie' de Vincent Gallo

El austriaco Michael Haneke, uno de los grandes del cine y el teatro europeos, despliega en El tiempo del lobo, sostenido por el genio de Isabelle Huppert, una ambiciosa tentativa de representar el derrumbe final del mundo. Arranca con un planteamiento de alto riesgo, que es resuelto con asombrosa sencillez. Pero poco a poco se le va de las manos un guión lastrado por una deficiente progresión dramática. En cambio, el canadiense Denys Arcand hace crecer en Las invasiones bárbaras, desde un arranque esquemático a un final emocionante, un buen drama que concursó junto a la ridícula road movie del estadounidense Vincent Gallo The brown bunny.

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El guión de El tiempo del lobo está sacado del más antiguo poema germánico conocido, el Canto de la vidente, que describe los signos del tiempo inmediatamente anterior al fin del mundo. Dice Michael Haneke: "Creo que en nuestras sociedades todos y cada uno hemos imaginado alguna vez la gran catástrofe. No hay en realidad que esforzarse mucho para entrar en un delirio como éste. Basta mirar la televisión a diario".

"Aunque sea sin verlos", añade el cineasta, "con sólo echarles de cuando en cuando una ojeada, los televisores nos obligan, por supuesto sin pretenderlo, a hacernos preguntas tan graves como éstas: ¿Cuál sería mi comportamiento y el del vecino de al lado si llega la gran catástrofe? ¿Cómo afrontaríamos colectivamente trastornos de esa magnitud? ¿Hasta cuándo durarían los que consideramos ahora nuestros valores eternos? Ésos son los enigmas que he intentado desvelar en El tiempo del lobo. Y la única condición que me puse a mí mismo al ponerme a trabajar fue una cuestión de principio: bajo ningún pretexto me pondría a hacer una película que me metiese en el fregado de convertir este asunto en un espectáculo, uno de esos filmes de género sobre catástrofes".

Y concluye Haneke: "No hablo despectivamente de esos juegos de efectos especiales, simplemente no me interesa como recurso escenográfico. Y además los considero peligrosos, porque al mostrar situaciones extremas se cae fácil y rápidamente en el vicio, que hoy es una plaga del cine actual, de la exageración. Pero en este tipo de películas es indispensable exagerar, porque eso es lo verdaderamente vendible. A la gente le gusta que le mientan y exageren en la pantalla, porque eso quita verosimilitud a la catástrofe y ésta se hace divertida y consumible. Y caer en esta mentira es lo que intento esquivar, porque para hacer cine en serio hay que convertir en verosímil el suceso que se filma. Y el único medio de hacer esto es mediante la exactitud, la precisión".

Fiel a su autoexigencia, Haneke llena de precisión la pantalla de El tiempo del lobo, hasta el punto de que siguiendo las huellas de la huida, no se sabe de dónde ni a dónde, de Isabelle Huppert y sus dos hijos el espectador se va introduciendo en la invisible envoltura de una atmósfera real irrespirable, sofocante. No hay dentro de esta atmósfera oasis respirables, ni treguas, sino una creciente espesura ambiental, una progresiva sensación de enigma y una elevación de la crispación en las respuestas de unos personajes a otros; que, en paisajes naturales, sin indicios de derrumbes ficticios, se mueven sobre un dispositivo escénico de gran cine itinerante, un relato de camino que no elude los giros y las leyes del género, pero que no cae en una tentación evasiva de la realidad. Y el fin del mundo se convierte así en un suceso interior, que escapa de la pantalla e invade y estremece la sala.

Pero esta escalada hacia dentro de Isabelle Huppert -convertida desde su creación en La pianista en una actriz médium del cineasta austriaco- y sus hijos avanza hacia una cumbre mientras siguen en solitario su camino a ninguna parte, pero comienza a estancarse cuando se les unen más y más compañeros de viaje, para acabar bajando la tensión emocional en la zona de desenlace, lo que impide a este gran trabajo convertirse en una obra redonda, maestra.

Y siguió el concurso con la notable prolongación -con los mismos protagonistas 17 años más viejos- de la célebre Declive del imperio americano, que el canadiense francófono Denys Arcand hace ahora desembocar en Las invasiones bárbaras, un filme inteligente, serio e intenso, con altibajos muy pronunciados y vaivenes entre comedia y tragedia, entre humor y patetismo. El filme comienza esquemáticamente, oscurecido por la película antecesora, y termina por todo lo alto, en una escena conmovedora e incluso conmocionadora.

Y eso es lo que también quiere el independiente norteamericano Vincent Gallo, que en The brown bunny inicia su viaje a ras de suelo y lo termina bajo tierra, completamente muerto.

Vincent Gallo y Chloe Sevigny, director y protagonista de <i>The brown bunny,</i> en Cannes.
Vincent Gallo y Chloe Sevigny, director y protagonista de The brown bunny, en Cannes.ASSOCIATED PRESS

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