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Crónica:LA CRÓNICA
Crónica
Texto informativo con interpretación

La verde opacidad de las cosas

El coleccionista de tebeos está escamado por el pertinaz vientecillo: así se pillan las pulmonías. Lee con entusiasmo el libro Enterrad mi corazón en Wounded Knee, de Dee Brown. El autor, que abrió el camino indio a la progresía norteamericana a inicios de la década de 1970, murió en el mes de diciembre pasado. Que el espíritu del búfalo le guíe. Hay algo de emoción poética al pronunciar los nombres indios: cherokee, Donehogawa, chicasaw... Cuando descansa de la lectura, silba flojito la canción Perdido amor, de Rumba 3, el trío del Bon Pastor formado por dos hermanos (Pedro y Juan) y el cuñado de éstos (Pepe). No quiere molestar a unos señores que viajan junto a él, se conoce que en particular homenaje a la película Los lunes al sol. Son un transportista y un diagramador. Se han quedado en el paro hace unos días, aseguran que sólo para perjudicar al PP. El coleccionista opina que deben de estar muy resentidos, pues en la pinta se les ve que van de cabeza al PIRMI (Plan Interdepartamental de la Renta Mínima de Inserción). ("Ya no te puedo querer, ah, ah, mi cariño se acabó...", también considera que hubiera quedado bonito cantarla con ellos).

Viaje en el 'Trimar', la más moderna de las golondrinas que operan en el puerto de Barcelona. El fondo del mar es verde

Está el coleccionista a bordo del catamarán Trimar, la nave más moderna de las golondrinas. En la publicidad se explica que desde la embarcación puede verse el fondo del mar, pero cuando baja para disfrutarlo se encuentra con que el fondo del mar es absolutamente verde, de un color verde opaco, y no se distingue nada. Así que vuelve resignado a tomar el fresco en la toldilla junto a la pareja de recién parados. "¿Permiten?". No hay respuesta. Lo mejor de este paseo por el puerto y el litoral de Barcelona es el inmenso y relajante silencio que lo envuelve. Ni siquiera el amortiguado girar de los motores puede considerarse en estas circunstancias un ruido. También resulta magnífico el rumor del mar abriendo su cremallera de espuma.

La web de la casa (www.lasgolondrinas.com) anuncia la primera salida del Trimar a las 11.30 horas, en el Moll de Drassanes. Al lado, aguardan a sus pasajeros tres típicas golondrinas de las de toda la vida (Encarnación, Lolita y María del Carmen), con sus cenefas de flotadores naranjas en la toldilla y las filas de asientos azules y amarillos. Exactamente, como las que aparecen en Furia española, aquella película de Francesc Betriu en la que el cobrador de las golondrinas era Cassen y en la que se escuchaba el éxito del momento: Perdido amor. El coleccionista de tebeos llega puntual a la caseta para comprar el billete, pero lee en la pizarra que el catamarán no zarpa hasta dentro de una hora. "¿No salía uno a las once y media?". "A veces..., en sábado...". A menudo, la tecnología está por delante de la vida cotidiana.

Con el fin de ocupar la hora de espera, se dedica a haraganear por el puerto. En una terminal de la Trasmediterránea un empleado le grita a un extranjero, muy poco educadamente, las expresiones one moment y no possible; poca cosa inteligible más añade el empleado a sus explicaciones. Es evidente que han vuelto los buenos tiempos para la furia española. Cerca del complejo del World Trade Center, la presencia de dos patrulleros de la Armada nacional lleva al paseante a una asociación de ideas que le recuerda, sobre todo, una asociación de intereses. A lo lejos, distingue el rótulo de un comercio, con una bien visible reproducción de la firma de Dalí, donde dice: "Galería Surrealista". Se aproxima relamiéndose y dispuesto a aplicar el método paranoico-crítico a todo lo que acaba de ver: una persona avasallando a otra en inglés macarrónico, dos naves militares y una Galería Surrealista. Con el mismo material se han montado Consejos de Ministros. Al llegar a la tienda, descubre que en el escaparate, y en el interior, hay principalmente figuras de Lladró. Se siente un poco desconcertado, pues reconoce que nunca se le hubiera ocurrido presentar una de esas piezas como objet trouvé. A su entender, resulta más surrealista el sobrecito de azúcar que le han puesto con el café. Por una de las caras se reproducen los gigantes de Vegadeo (Asturias) y por la otra se cuenta un poco de su historia. Nada tan indicado para la libre asociación de ideas como las imágenes inesperadas. Por ejemplo, las de las cajas de cerillas. ¿Es normal encender el gas con el retrato de un señor marcándose una chicuelina?

El coleccionista de tebeos llega hasta el Moll de la Fusta, donde encuentra la goleta Rainbow Warrior con la bandera pacifista izada en uno de sus tres mástiles. Su nombre alude a una leyenda de los indios norteamericanos (naskapis, penatekas, karankawas...), que profetiza que cuando el hombre esté a punto de cargarse la naturaleza llevado por su avaricia, se levantarán los guerreros del arco iris para salvarla. No deja de pensar en esto durante el resto del paseo. Las profecías tienen algo de encantamiento y, como le emocionan, le hacen llevar la vista un poco más allá de donde se encuentra. Pero la verde opacidad de las cosas permanece. Ya a bordo del Trimar, el piloto toca la sirena para anunciar la partida. Un hombre, que se ha instalado en la toldilla con una bolsa de patatas fritas en una mano y una jarra de medio litro de cerveza en la otra, deja escapar un sonoro regüeldo presagiando al mismo tiempo el triste adiós de las utopías.

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