País y ciudades
Éste es un país de ciudades. Más aún, las ciudades, los municipios, constituyen uno de sus activos más importantes para la sostenibilidad de su crecimiento y el bienestar de sus gentes.
Hacer país y rehacer la ciudad viene a ser lo mismo. Y ni lo uno ni lo otro ha sido acometido por los gobiernos locales y autonómico del Partido Popular. Por el contrario, la acción de los "populares" ha consistido en retroceder a toda costa en la vertebración del país, y saquear las ciudades y el territorio usando y abusando de precedentes legales y de diseños urbanos ampliamente apoyados por la ciudadanía.
Hay que cerrar el paréntesis, restañar las heridas abiertas en los tejidos urbanos, volver a hacer país, recuperar el discurso de la esperanza, de la complicidad de la ciudadanía en sus propios objetivos. A partir de una herencia de desgobierno, de endeudamiento, de pérdidas irreparables de espacios urbanos y naturales, de recursos despilfarrados.
Hay una fuerza política, y social, la que representa el candidato a la Presidencia de la Generalidad Valenciana, Joan I. Pla, que tiene la capacidad y el propósito de hacer país, de hacer ciudad en el país de las ciudades. Con la experiencia que proporciona el haber gobernado uno y otras, y con el empuje renovado de generaciones maduradas en la democracia. No hay ninguna otra fuerza política que tenga la convicción de hacer de la identidad un espacio de acogida sin exclusiones, un espacio integrador y solidario. En la línea de la exigencia social, colectiva, y mayoritaria, con la complicidad de las gentes de todas las edades, sexo y condición.
Con la ambición de representar un nuevo impulso de modernidad en las ciudades devastadas por la intolerancia, la inseguridad, y el desprecio hacia la herencia cultural, artística, y natural a que las han conducido los gobiernos "populares". Con los objetivos pacíficos del trabajo, del ocio creativo, de la cultura, de la economía productiva para las Pyme, para los autónomos, para los profesionales. Para su inserción en los tejidos urbanos de la vieja Europa, la nuestra, y para acoger las diferencias de nuestros vecinos, clientes, proveedores, trabajadores imprescindibles.
En un marco de seguridad. Seguridad ciudadana, seguridad en el empleo, seguridad en el infortunio, en la enfermedad, en la educación igual para todos.
En un marco democrático, sin amenazas para los discrepantes. Y en un nuevo horizonte de autogobierno en la autonomía y en las corporaciones locales. A las amenazas y al terror sólo se las combate con más libertad, con mayor implicación de los ciudadanos y de las ciudadanas. Los déspotas nada ilustrados, autoritarios, reaccionarios sólo temen a la libertad, y por eso procuran su recorte en todos los campos de la acción pública: de las limitaciones a la capacidad empresarial, creando núcleos de poder económico y controlándolos, a las libertades públicas, limitando cuando pueden su ejercicio, ahogando la libertad de expresión en los medios públicos o castigando la discrepancia en los privados.
Mujeres y hombres, jóvenes y mayores, de las candidaturas socialistas a las Cortes Valencianas, a los municipios de toda nuestra geografía, se aprestan, una vez más, a rehacer las ciudades maltratadas, a continuar su tarea en las que la voluntad popular les ha permitido renovar a lo largo de años; y a hacer país, de nuevo, desde la responsabilidad de quien tiene la mayoría social.
La agitación de los demonios familiares es propia de quien teme la libre expresión de la ciudadanía. Demonios de guerras civiles que no han condenado; demonios de una represión de la que, algunos, fueron partícipes, y que tampoco rechazan. Demonios locales que desataron a finales de la Dictadura, y que agitan cuando los tiempos y los vientos se les tuercen.
Los socialistas no tenemos muertos en el armario: los pocos que hubo están condenados o en la cárcel. De Gescartera al Prestige, al Decretazo o Irak, los cadáveres "populares" aún no tienen autopsia. La harán los ciudadanos, sin duda alguna.
Hay un programa. Unos programas, que son un contrato con la sociedad. Y un contrato entre generaciones. En cada pueblo, en cada ciudad. Y una propuesta de reemprender la senda de una comunidad que realmente lo sea de Morella a Elx, de Utiel a Valencia. Que recupere, en todos los ámbitos, el compromiso de identidad, de lengua, de territorio sostenible, de cooperación entre instituciones, que devuelva el protagonismo a la sociedad civil, que encauce las iniciativas de los jóvenes, de las Universidades, de las organizaciones de trabajadores y empresarios, al servicio del país. Que incluya, y que no excluya a nadie.
Y hay unas gentes, los candidatos y candidatas socialistas o independientes incluidos en sus listas, que se comprometen a arrinconar a estos vetustos e insaciables reaccionarios de siempre, con una nueva forma de gobernar, y una manera de ser que ya conocen sus electores.
Ésta es la oportunidad del 25 de mayo. Rehacer las ciudades, hacer país. Y en ambos casos sin virtualidades engañosas, sino con propuestas que nacen de las exigencias sociales, con el compromiso de la única organización que puede asegurar unas ciudades y un país sostenibles, capaces de competir en cooperación y no con insolidaridad y desprecio hacia los intereses de la mayoría.
Ricard Pérez Casado es Diputado socialista por Valencia a Cortes Generales.
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