Un 'molt honorable' en expectativa de destino
Aunque pueda parecer chocante, todavía hay un presidente de la Generalitat, no diré que en pleno ejercicio de sus funciones, pero casi. Cierto es que el estrépito electoral y la eclosión de los candidatos más notorios a relevarle le han dejado en un segundo plano, pero ahí está, aguantando el tipo y el tránsito con una alta dosis de estoicismo y de oficio. Se llama, por si no lo recuerdan, José Luis Olivas, y, estatuto en mano, es tan legítimo como el más conspicuo de cuantos le antecedieron en esa poltrona, ocupada ahora por cooptación o chamba sucesoria, que no por el imperio de los votos. Y para ser justos, digamos también que por una pila de méritos al servicio de varias siglas políticas que, echada la suma, son una y la misma: la derecha liberal.
Ignoro si el presidente Olivas ensoñó en algún momento alcanzar esta alta magistratura que para la inmensa mayoría de los agonistas partidarios puede suponer tocar el cielo, inscribir su nombre en la estirpe de altos dignatarios y retirarse con un confort garantizado. Nos da la impresión de que, probadas las mieles y las hieles del cargo alcanzado en estas condiciones, las suyas, no se resistiría porque es disciplinado, pero tampoco lo celebraría como una gracia extraordinaria. El hoy molt honorable es un adicto del activismo político, un "fino estilista", como fue descrito en alguna ocasión, para la manipulación de los negocios públicos y el adobo de los intereses del partido y, todo al tiempo, un trabajador abnegado.
Sin embargo, por exigencias del protocolo y la representación ha de observar, en la medida que ello le es posible, discreción, neutralidad y alejamiento de la contienda que se está desarrollando y donde tan excelentes rendimientos propició en otras oportunidades similares. Lo suyo se ciñe a mirar y ver, aunque la perspectiva no le alcance mucho más allá de la calle Caballeros y la plaza de Manises, secuestrado como está en el Palau de la Generalitat. Algo muy duro para quien siente la erótica del poder y el morbo de fajarse con los problemas. Digamos que es un servicio y sacrificio, con la agravante de que ni sus propios parciales le reconocen justamente, o eso nos barruntamos.
En su denso y dilatado currículum se engarza una larga serie de responsabilidades públicas que no viene al caso especificar a fin de que este comentario no tenga el menor viso de una necrológica política. No obstante, estas líneas pueden convertirse en algo parecido cuando muy pronto, en el mes de junio, el presidente Olivas haya de ceder el poder y la clámide a quien le sustituya por imperio de las urnas. Será el momento dramático de decidir qué sesgo le imprime a su biografía, siendo así que, en la plenitud de la vida activa, no es probable que el cuerpo le pida una prolongada cura de ostracismo al calor del hogar.
Pero no está en su mano, ni acaso sea pertinente, que un ex president se vista el mono de faena y vuelva a la brega, enzarzándose en una cucaña por un ministerio. Tampoco imagino a nuestro hombre convertido en senador mudo, prescindible y aburrido, itinerante entre la capital del reino y estos pagos. Y menos aún, como no falta quien así lo malicie, instalado en cualquier crujía pública o privada percibiendo un viático que su estatuto -el aprobado o el revisado- le auspicia con largueza. Tengo para mí que alguna respuesta habrá condensado en estas largas horas de soledad en las que ha sido confinado mientras sus cofrades le tienen por un valor amortizado -o así se percibe- y trajinan en la calle a la caza el voto.
Al margen de lo que el futuro le tenga reservado, y al abrigo de las urgencias que nos apremiarán en los próximos días, quizá sea el momento de subrayar la delicada misión que ha desempeñado este caballero abocado a observar una sutilísima equidistancia entre quien le precedió en la poltrona y el aspirante a la misma, sin desairar simultáneamente el rango institucional. Un equilibrio más propio de un funámbulo que, a la postre, nos ha deparado la experiencia de que este ejercicio no debe repetirse. En esta ocasión se ha salvado con reconocido decoro, pero no siempre puede echarse mano de un tipo, como el presidente Olivas, leal, prudente y realista en punto a sus ambiciones personales. Como experiencia ya vamos servidos.
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