Summers salta al ruedo
EL PAÍS ofrece en su colección de cine español 'Del rosa... al amarillo'
"Viendo un día una corrida de toros me di cuenta de que los espontáneos se tiraban a la plaza para que les viera el señor del puro, pero que sólo tenían la oportunidad de dar dos pases porque enseguida aparecía un subalterno y se los llevaba para la comisaría. Comprendí entonces que lo que yo tenía que hacer era intentar dar sólo dos pases: no podía hacer una película cara". Así explicaba Manuel Summers las aparentes pocas ambiciones de su primera película, Del rosa... al amarillo: "Eran dos historias de amor, una entre niños y otra entre viejos... que rodé por separado por si me quedaba sin dinero". Al principio, el proyecto abarcaba tres historias, pero la segunda se alargó tanto en el guión que le sirvió de base a Summers para su película siguiente, La niña de luto.
"Un verdadero nuevo director de nuestro cine que posee una enorme sensibilidad"
Estamos en 1963, año en que aparecieron 46 nuevos directores en el cine español (entre ellos, Mario Camus, José Luis Borau, Francisco Regueiro, Antonio Mercero...), animados por la nueva política ministerial de García Escudero, que apoyaba el "nuevo cine español" de los jóvenes diplomados en la Escuela Oficial de Cinematografía. También fue el año en que mostraron su talento grandes veteranos, como Luis García Berlanga (El verdugo), Juan Antonio Bardem (Nunca pasa nada) o Fernando Fernán-Gómez (El mundo sigue), es decir, aquél fue un año de eclosión creativa en el cine español, algo insólito hasta entonces.
Manuel Summers no se sentía partícipe de movimiento colectivo alguno. Desde la independencia de su ya para entonces aplaudido humorismo gráfico, dijo entender el cine como un juego ("a mí me gusta jugar a todo: jugar a hacer cine, jugar a escribir guiones, jugar a dibujar chistes, jugar a tocar la guitarra..."), embarcándose en la aventura de su primer largometraje con la ayuda de amigos para los que también Del rosa... al amarillo supuso su primera experiencia en el cine profesional.
A juicio de Juan Miguel Lamet, uno de los productores de la película, el triunfo en el Festival de San Sebastián, "más que el premio a un trabajo concreto, más que el éxito colectivo de quienes acabábamos de llegar y besar el santo, fue considerado como el banderín de enganche de todos los jóvenes que amaban platónicamente el cine". Que Del rosa... al amarillo hubiera combinado el éxito popular con la dignidad artística, la convirtió en paradigma.
Dos historias: la de Guillermo, doce años, "un niño soñador y aprendiz de poeta" enamorado de Margarita, que ya tiene trece... Y la de Valentín, anciano en un asilo, que escribe cartas de amor a Josefa, de su edad: "Josefa de mi vida, mi vida sentimental nace en ti...". "Querido Valentín, no sé qué hacer, porque yo nunca tuve novio...". Juan Miguel Lamet ha contado que, "aunque cada una de las dos historias tiene su peculiar argumento, no son dos sketches, sino una misma parábola imbuida del fatalismo, cien por cien andaluz, del que Summers solía hacer gala en su propia actitud privada hacia el amor. 'Desengáñate', solía decirme, 'los hombres estamos condenados a perder'. Un hilo tan sencillo le bastó a Summers para expresarse como el niño/anciano que fue siempre, tierno, inocente, perspicaz y burlón".
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