Sesenta minutos de disco rayado
Los tres han mantenido el tono, sin quiebros, con el pugilato concentrado entre Trinidad Jiménez y Alberto Ruiz-Gallardón. En cambio, Inés Sabanés ha pasado por ser la profesional, una suerte de municipalista especializada a fuerza de ser oposición, respetada por los dos principales rivales.
Ruiz-Gallardón le debe su candidatura, paradójicamente, a Trinidad Jiménez, cuya temprana designación -y su reflejo en las encuestas- dejó fuera de combate a José María Álvarez del Manzano. Y, ahora, habiendo alumbrado al candidato, Trinidad Jiménez quiere derrotarlo.
La campaña de Jiménez es lo que los expertos de este campo llaman una campaña agresiva de carácter negativo. Habiendo dado luz a lo que para ella es un monstruo, lo que desea Trinidad Jiménez es abortar un triunfo de Ruiz-Gallardón, uno de los candidatos más sagaces del PP.
Pero, quizá, Jiménez ha exagerado su blanco. A veces, como ayer, Ruiz-Gallardón suele ocupar, para ella, toda la escena. Y no sólo una parte de ella. Cuando suele explicar sus críticas y propuestas parece -parece- pedirle permiso a Ruiz-Gallardón. Es su punto de partida y de llegada. Da la sensación de que respira para derrotar a Ruiz-Gallardón más que para ser alcaldesa.
Es curioso que un hombre experimentado como Ruiz-Gallardón no haya logrado sustraerse de esa campaña negativa y haya tenido que prescribir a su adversaria la misma medicina. Aunque en forma contenida, el candidato no puede reprimir muchas veces lo que le pide el cuerpo y entra al trapo. Anécdotas como la interpretación de Cenicienta por parte de Ana Botella, según recordó Trinidad Jiménez, le sacan de quicio.
Las voces de los candidatos evocan a un disco rayado. Ruiz-Gallardón sueña con ser una nueva categoría: el presidente-alcalde.
