Camino de vuelta

Empiezan como trío de jazz. Sólo que la guitarra española ocupa la plaza del piano. La primera pieza posee esa elasticidad que permite a la música brasileña dialogar fácilmente con su hermano musical de América del Norte. Los punteos del segundo tema, con su melodía resultona, remiten a un folk estadounidense que tiene su extensión en el mundo rural del gigante de América del Sur.

De ahí pasan los tres músicos a un Brasil más al gusto californiano, suave fusión con ese jazz contemporáneo un tanto incoloro, que algunos consumidores han convertido en su seña de identidad. Cuíca y silbatos le dan el aire carioca, gotitas de exotismo para un estilo que se llegó a bautizar como Tropical jazz. Territorio de gente como el guitarrista Lee Ritenour o el percusionista Paulinho da Costa, con el que Ribeiro tenía un proyecto en ciernes que no parece que vaya a salir adelante.

Zezo Ribeiro es ese guitarrista que llegó a Madrid empeñado en descubrir lazos de unión entre la guitarra de Brasil y la del flamenco. Hasta una Chica de Ipanema algo aflamencada, ni rastro de los tocamientos andaluces del brasileño. A Zezo le acaba saliendo su Brasil en cadencias y armonías, pese a que el ataque de las cuerdas muestre un vigor que le debe más a la técnica flamenca que a la bossa nova: la fuerza con la que emprende Retrato em branco e preto -Zíngaro en su versión sin letra- la debe a las miles de horas que pasó dejándose los nudillos en las clases de El Entri, gitano del barrio de Laguna.

Paradójicamente, lo que parece haber hallado en España es el Nordeste de Brasil, reserva inagotable de música. Estuvo bien secundado por Rodney D'Assis, habitual de los escenarios españoles en los últimos años, y por Eudinho Soares, afincado en Berlín hace unas temporadas. A Zezo Ribeiro se le nota cómodo en esa compañía, más cangrejo de Río que camarón de Cádiz.