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Amigos de Terenci Moix ensalzan su mirada 'kitsch' y culta del cine

La Filmoteca repone un ciclo en su memoria

No fue un homenaje solemne ni fúnebre, porque Terenci Moix era la persona menos solemne. Amigos como Román Gubern, Vicente Molina Foix y Rosa Vergés, y su hermana Ana María Moix recordaron ayer en la Filmoteca Española, en Madrid, al hombre generoso, lleno de afecto, al mitómano, al ser optimista que contagiaba invariablemente a quienes le rodeaban. Pero frente a esa mirada kitsch que tenía sobre el cine, "en él podía convivir el cine culto de autor y una crítica llena de sensibilidad", dijo Gubern.

El historiador del cine Román Gubern trazó la trayectoria cinematográfica de Terenci Moix, fallecido el pasado abril: era un producto de cine de barrio ("pero no ese siniestro que se emite en televisión", matizó Gubern), sino en el sentido de su origen humilde, sin carrera universitaria, que llegó a él como una evasión. Como tal, era un amante del cine de género, del melodrama, del musical, el de gladiadores. El eje cinematográfico era una línea que iba de Hollywood a Roma, la ciudad en donde vivió la época más feliz de su vida. "Luego elaboró una mirada sofisticada y culta, en la que cabía admirar a los grandes del panteón, a Fellini, Rossellini, Pasolini, y todo le permitió conformar una historia de cine heterodoxa, un cine culto junto al melodrama popular", añadió Gubern.

La Filmoteca combina esa mezcla cinéfila de Moix con un ciclo que fue programado por él antes de morir y que se exhibe este mes. Las mil y una noches (John Rawlins, 1942), Sinuhé el egipcio (Michael Curtiz, 1954), Veinte mil leguas de viaje submarino (Richard Fleischer, 1954) o La tumba india (Fritz Lang, 1959) son algunos de los títulos.

Sus amigos (también estaban Ignacio Martínez Sarrión y Juan Tebar) recordaron cómo era el salón de la casa del escritor como ejemplo de su pasión por el cine: presidía esa estancia una gran pantalla, además de aparatos con los que coloreaba imágenes; obviamente, ese salón contenía además miles de películas. Y lo que a él le gustaba era recibir a sus amigos, contemplar en la gran pantalla a sus amores privados (Sal Mineo, Bette Davis o María Félix) y comentar con ellos los filmes.

Uno de los asiduos a esa casa, Vicente Molina Foix, se refirió a Terenci en su faceta de crítico y su debú en la revista Film Ideal. "Cuando llegó de Londres y empezó a escribir en la revista, nos deslumbró. Nos dejó perplejos por sus referencias cultas, por sus citas a Flaubert, Puccini o Rafael, y aquello no era corriente".

Un poco más triste, habló su hermana Ana María. De su hermano dijo que era, fundamentalmente, un hombre exagerado. Y contó una anécdota: él decía que había nacido en el cine, y ahí se acercaba un poco a la realidad, porque el día que nuestra madre se puso de parto con él, para distraerse se fue al cine".

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