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La guerra empieza ahora

Lo de Irak no ha sido una guerra, sino el empleo cruel y desalmado de unas armas de destrucción masiva contra una población indefensa y empobrecida por un embargo de 12 años. Bombardear y derribar desde el aire las instalaciones de gobierno y administración del país, con sus daños colaterales; aplastar a bombazos lejanos un ejército reducido, mal armado y peor dirigido por estrategas incompetentes; avanzar a punta de carro de combate sin encontrar apenas resistencia, no es una guerra: es una invasión territorial sobre un solar de ruinas y de miles de cadáveres cuyo número escalofriante nunca sabremos porque se ha ocultado. Ninguna de las terribles armas que fueron una de las grandes excusas de la invasión y de la hecatombe humana ha defendido al pueblo iraquí de la prepotencia homicida que acabó echando a tiros a periodistas que podían revelar la verdadera cara de la "liberación" emprendida. Tiene razón el señor Aznar cuando se niega a llamar guerra el raid yanqui en el que ha colaborado. No ha sido una guerra. La guerra empieza ahora.

¿Cuándo se ha visto que un pueblo con un mínimo poder económico y militar se defienda de una potencia agresora bien pertrechada si no es mediante la guerrilla (Vietnam) o la Intifada (Palestina)? Mientras Estados Unidos y sus aliados protegen tan sólo los pozos de su petróleo y mantienen un mínimo de orden y de gestión en el país para preservar a la fuerza su dominio, la población sufre todo tipo de miserias, se rebela y exige la retirada inmediata de sus liberadores. La gran comunidad chiita recupera su antiguo protagonismo y se suma a la exigencia popular. ¿No llevaban los marines la democracia? Pues que acepten la realidad de un poder popular iraquí. Si los americanos no se marchan (y no se irán más que al Irán), comenzará la guerrilla urbana y rural, vendrán los atentados suicidas a lo palestino, la voladura de pozos petrolíferos, las incursiones armadas desde la frontera iraní, la nueva rebelión kurda... Tal situación puede durar años, como dura en Palestina y en Afganistán. Y en esa larga y costosa guerra, que amenaza ya a la economía americana, se apresta a colaborar y a intervenir, junto al invasor, el Gobierno español, enviando tropas a la peligrosa zona fronteriza con Irán. Nuestros soldados irán, sí, pero ¿volverán? Y del coste del envío, ¿se harán cargo los señores del déficit cero, los cuatro empresarios elegidos por su amigo Aznar para reconstruir lo destruido o el pueblo español, la mitad del cual ya no llega a fin de mes y no encuentra vivienda gracias a las inmobiliarias protegidas?

Esa próxima guerra de Irak y, tal vez, de países adyacentes ya ha tenido su versión política interna en nuestro país. El presidente del Gobierno, tras decir que en las elecciones del día 25 no tiene sentido referirse al "conflicto" lejano, breve y victorioso que le ha dado la razón a su frío cinismo, ha centrado su apabullante presencia mitinera en cantar las glorias de su proeza para lograr el voto admirado a favor de los sumisos acólitos que presenta; pero sobre todo, temeroso del ascenso socialista y nacionalista en Galicia (la del Prestige), Euskadi (la de Batasuna) y Cataluña (la de Maragall), culmina su declaración de guerra política contra la alianza "social-comunista", que va a destruir a España; contra el "rojo-separatismo" que va a rasgar su unidad; contra la subversión que los radicales sindicales y pacifistas de grito y pancarta van a producir en las calles y en las honradas sedes del PP.

Si en esta primera batalla sale perdiendo ciudades y dos o tres comunidades autónomas (Madrid, Valencia, Murcia); si en otoño Maragall preside la catalana; si en la Galicia de Fraga su poder se arruina y se descompone; si en el País Vasco un PNV rebosante de votos prohibidos a Batasuna logra una tregua con ETA alrededor del plan Ibarretxe, entonces la declaración de guerra política de un PP acorralado tendrá como objeto la propia ciudadanía, porque ésta podría exigir el retorno de los soldados de Irak (los que pudieran) y el cambio de rumbo de una economía que, una vez más, seguiría sin atender los servicios públicos más elementales y las necesidades vitales de la gente, empeñada en los costos bélicos.

Por otro lado, las plataformas cívicas militantes no se habrán estado quietas y se multiplicarán. Los estudiantes volverán a las andadas. La televisión oficial continuará indignando a las masas con su venal mendacidad. En las Cortes, el Gobierno y su pírrica mayoría seguirán aislados ante una oposición plural y unánime. Habrá represiones violentas por las fuerzas del orden impuesto y la escalada de conflictos culminará en un clamor de "¡basta ya!". La guerra, en su apogeo, satisfará al señor Aznar, convencido como está de que un panorama así le asegura, con el apoyo de ETA, una victoria electoral el año que viene. Ante el supuesto caos, todos abrazarían a nuestro autoritario salvador, dándole plenos poderes para lepenizar la patria, una, grande y libre.

Sin duda, la guerra empieza ahora y la inicia un monócrata belicoso contra la mayoría pacífica del país. Pero, en realidad, lleva ya tres años en el empeño. La gente ha aguantado como suele hacerlo quien es desmovilizado por la dureza de la vida y el trabajo diarios. Ahora bien, cuando los ciudadanos han protestado en serio, la ira amenazante ha caído sobre ellos y el césar ha dicho: "¡Ahora verán!". Por eso son tan importantes las urnas el próximo día 25. Porque, si bien pueden colaborar a esa defensa agresiva de las posiciones del Gobierno en el muy probable caso de una victoria de la oposición democrática, es imprescindible transformar en poder jurídico e institucional de base (municipios y autonomías) el poder popular que se ha manifestado y ejercido durante los pasados meses. Sobre todo, la primera participación electoral de la nueva generación, lúcida y rebelde, puede dar un vuelco a toda expectativa conservadora. Contra la guerra declarada a los españoles y la no declarada pero efectiva a los iraquíes, hay que volver a las barricadas de la democracia pacífica y pacificadora. Habrá que luchar mucho para derrotar a la guerra y dejar de una vez en paz a Irak y a España.

J. A. González Casanova es profesor de Derecho Constitucional de la Universidad de Barcelona.

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