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ELECCIONES 25M | Paté de campaña
Columna
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El frente de Madrid

Es domingo y Vallecas. Estamos en unos jardines con poca sombra, en una plaza que lleva el nombre del último alcalde socialista vallecano de los años de la ciudad en guerra, Amós Acero, asesinado por republicano, rojo y socialista. Es mediodía, treinta y cinco grados nos dispersan, y en el pequeño foro del parque sólo hay tendidos de sol. El animador de la fiesta socialista anima a la congregación, una banda está tocando La manguera dónde está, un aire isidril y de casticismo en paro flota en el ambiente. El militante presentador sigue llamando para que se agrupen los vecinos. Los pregoneros están preparados, jubilados que se ponen el pañuelo rojo en la cabeza, jóvenes con carteles, trabajadores de Sintel, estudiantes, madres jóvenes, algunos emigrantes, niños que se escapan a jugar a la pelota, gentes del barrio y un cierto rumor festivo sin tirar cohetes.

El escenario tiene dos enormes retratos de los candidatos. Un joven maduro de aspecto limpio, entre pulcro ejecutivo de banca y empleado modelo del mes, Rafael Simancas, el candidato socialista a la Presidencia de la Comunidad. A su lado, la rubia levedad, la suelta y cuidada melena de anuncio de champú, la sonrisa con brillo dental al estilo Ana Belén, la ropa desenfadada ma non tropo y las agradables arrugas de una mujer que sabe reír, Trinidad Jiménez, la Trini, la aspirante a la alcaldía de una ciudad que no quiere volver al frente.

El mitin está a punto de comenzar. Se calla la música. El presentador, cercano y colega, cede la palabra a un vallecano, uno de los suyos, que un día fue alcalde de la ciudad que estaba terminando con los años de la "movida", Juan Barranco. Domina el terreno, se gusta, se crece, solicita limpieza electoral, habla de viejos fraudes electorales con los emigrantes, sube el tono y se juega una botella de agua mineral a que el alcalde saliente no enseñará su declaración de la renta. La gente aplaude, sigue citando casos de políticos de la derecha madrileña imputados en asuntos varios, de los negocios con la funeraria, de oscuras privatizaciones... el ambiente sube de tono. La temperatura sigue con inclemencia veraniega. Sigue citando, quiere que intervenga más Ana Botella: "Cuando habla nos regala votos".

Se escucha una voz de una joven: "Más litrona y menos botella". Se queda sola con su gracia. Antes de dar paso al siguiente tribuno tiene un recuerdo para el candidato popular al Ayuntamiento, para el presidente Ruiz-Gallardón, al que llama el candidato "de la careta, de la manga ancha y los guiños a los progres". Risas y aplausos. Se pone serio. Asegura que a él, que a los socialistas que gobernaron Madrid "nos derrotaron los nuestros. Sí, también los vallecanos, el 54% de los votos, frente al 84% del barrio de Salamanca". Ha dicho. Sigue un líder de la UGT de Madrid. Atiza por la izquierda, calienta con la guerra de Irak, se quema con Aznar, "ese trilingüe, castellano de Valladolid, catalán en la intimidad y tejano en el exterior".

El cálido momento de Trinidad, música, saludos a la concurrencia, brazos en abiertos y puños quietos. Más suave, menos mitinera, muy centrada y ordenada. Habla del aire del cambio, aunque no sopla ni un mal viento aliviador y sube el tono cuando asegura que no es el momento de aceptar que la derecha nos pida "fe y amnesia". Critica a Gallardón por bailar al son de Aznar: "Si tú me dices ven, lo dejo todo". Los tendidos de sol están entregados; pero a mi lado, a la sombra de un árbol del parque, alguien dice que está muy blanda, que no da caña, que a esos toros hay que picarlos un poco más.

Hemos pasado más de una hora al sol -y un poco de sombra- del primer domingo madrileño, para cerrar la fiesta sube Simancas, se abraza con Trinidad, dos bajitos que se crecen. Aseado y descamisado, suave y firme, Simancas recuerda su origen humilde, su procedencia popular y trabajadora. Dice no tener que ocultar ni marcas o ritos del lujo, ni apellidos ilustres. Asegura que no hace ofertas de "todo a cien". Que no participa en botines de guerra. Se pone serio, recuerda su firmeza contra el terrorismo, su españolidad sin pactos que disgreguen, su voluntad europea y su agradecimiento a los franceses que están colaborando contra el terrorismo etarra. Los castizos madrileños aplauden a los franceses. (¡Qué tiempos!).

A la misma hora, en otro lugar del Madrid histórico, de los restos del casticismo, en pleno Rastro, Esperanza Aguirre, valiente como Manuela Malasaña, se enfrenta al ejército civil de los jóvenes contra la guerra que rastrean esta mañana de domingo. Menos mal que no se le ocurrió refugiarse en Malacatín, la taberna del cocido más reaccionario de la ciudad. Allí podría haber sido insultada por liberalota y demócrata. Un día de éstos la tengo que seguir. Me dicen que quiere cantar rancheras a ese lugar de moda dónde el rey hace coros sin danzas. Madrid sigue vivo de corte a checa.

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