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MI AVENTURA | EL VIAJERO HABITUAL
Columna
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Las playas de El Cotillo

ESTÁBAMOS a punto de partir hacia Fuerteventura. Miguel y Elena estaban encantados: "¡A Fort Aventura!". Al final de las vacaciones conseguimos que dijesen correctamente el nombre de la isla. Ya de vuelta en Barajas, una mujer les preguntó: "Hola, nenes, ¿dónde habéis estado que venís tan morenitos". Respondieron alto y claro: "¡En Fuerteventura!". "¡Qué bien!", dijo ella, "¿en qué atracciones habéis montado?".

Tanto trabajo para nada. La realidad es que la isla de destierro de Unamuno es lo más parecido a un parque temático especializado en playas. Las hay grandes, pequeñas, tranquilas, vírgenes, con oleaje, para familias, para surferos, para nudistas, para aventureros, para ti, para mí, para todos...

Volvíamos a Corralejo después de 10 años, aunque ahora éramos dos más en el pasaje. Milagrosamente, todo parecía seguir en su sitio. La luz, limpia y luminosa. La arena finísima. El misterio de los submarinos alemanes que esconde la playa de Cofete. La poesía de los nombres: Betancuria, Antigua, Tuineje. El color turquesa del agua. La silueta oscura de la isla de Lobos. La rara belleza del malpaís de la Arena o de Tindaya. ¿Y quién dice que a Canarias no se va a comer? En La Marisma, Paco nos surtió de samas, galanas, viejas, bocinegros, lapas. Y vinos de El Hierro y La Geria, y bienmesabe y papaya.

Pero en muchos lugares de la isla, negros nubarrones con forma de maquinaria pesada se ciernen sobre la costa. En El Cotillo, las excavadoras están destruyendo uno de los litorales más impresionantes de la comunidad europea. Un conjunto de playas y calas vírgenes de incomparable belleza que deberían gozar de la máxima protección va a ser cementado y urbanizado por cientos de viviendas e infraestructuras bajo el nombre de SAU Costa del Faro. Los carteles de "suelo protegido, no acampar", sobre los que alguien ha pintado una oportuna interrogación, jalonan los terrenos. Incluso el Nobel Saramago, vecino de Lanzarote, ha escrito un manifiesto denunciando "la rapiña y corrupción" que rodea este proyecto. Es necesario evitar que se destruya la riqueza de todos los canarios para que unos pocos engorden sus cuentas bancarias. Miguel y Elena están de acuerdo. A sus cinco y ocho años ya no quieren ir a FortAventura, quieren volver a bañarse en las playas vírgenes de El Cotillo y vuelven a decir alto y claro: ¡Salvemos Fuerteventura! ¡Salvemos El Cotillo!

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