Metro a metro
Hay crónicas que mueren en sí mismas, cumpliendo con su función de retratar un instante con palabras, y las hay que, gracias a la amabilidad de los lectores, tienen la sorprendente capacidad de ensancharse hasta límites insospechados. Tengo la sensación de que algo así está sucediendo con una crónica que publiqué hace unos meses sobre la medición del metro.
Todo empezó con una placa dedicada a Pierre Méchain que descubrí por azar en el puerto de Barcelona. Salía de un restaurante al que había ido mil veces y justo aquel día me fijé en la placa. Me intrigó el personaje, busqué información sobre Méchain y escribí entonces unas líneas sobre las aventuras vividas por aquel astrónomo francés durante la medición que hizo del meridiano para poder fijar el patrón del metro. Comenté de paso que su vida daba para una novela, y unos días después un amable lector me informó de que la novela ya existía; la había escrito Denis Guedj y se titulaba La medida del mundo (Península). Escribí a partir de éste y otros datos una nueva crónica. Ya daba el asunto por zanjado cuando dos nuevas contribuciones de lectores me obligan a reabrirlo. Una de ellas me informa de la aparición de un nuevo libro sobre el tema: La medida de todas las cosas (Taurus), de Ken Adler. Otra me recuerda un libro publicado en 1999 por la estudiosa mallorquina Elena Ortega: François Arago y Mallorca (Miquel Font Editor).
La mediciones para fijar la longitud del metro de Méchain, Arago y Biot estuvieron en el origen de varias novelas de Julio Verne
En ambos libros se amplia la información sobre las vicisitudes vividas por Méchain cuando, a finales del XVIII, llegó a Barcelona para medir el meridiano terrestre. Cuenta Ortega que fue precisamente a raíz de las imprecisiones que él mismo advirtió que Méchain decidió ampliar la medición hasta la costa valenciana y las islas Baleares. En 1803 inició esta segunda misión y hay que decir que Méchain no encontró en Valencia un camino fácil. "La fatalidad me persigue en este país", se lamenta en una carta. Y añade, melodramático: "El infierno y todas las calamidades que vomita sobre la tierra, las tempestades, la guerra, la peste y las oscuras intrigas que se han desencadenado contra mí". Para complicar aún más su tarea, sus misteriosas mediciones levantaron las sospechas de las gentes del lugar, hasta el punto de que escribió a su esposa: "Aquí necesitamos la ayuda de obispos y arzobispos para obtener de ellos cartas de recomendación para que los curas tranquilicen a sus parroquianos sobre el contenido de nuestras señales y operaciones". La tensión llegó a tal punto que en más de una ocasión la turba intentó destruir los instrumentos de medición. Méchain acabó por contraer la fiebre amarilla y murió en Castellón en septiembre de 1804. La historia de Méchain, sin embargo, no termina con su muerte. Le enterraron en el cementerio de Castellón en un ataúd con una lámina de plomo, lo cual fue la causa de que años más tarde, en junio de 1808, a alguien se le ocurrierra desenterrar el plomo con el propósito de hacer balas para combatir a los franceses. El "infierno", como puede verse, continuó para Méchain en la ultratumba.
En 1806, los científicos franceses Jean- Baptiste Biot y François Arago recibieron el encargo de proseguir con las mediciones inacabadas de Méchain. Tal como lo cuenta Arago en Histoire de ma jeunesse y en Mesure de la méridienne de France, se diría que su aventura fue algo así como un descenso al corazón de las tinieblas. Su estancia en Formentera, adonde llegaron con sus raros instrumentos, despertó enseguida el recelo de "los salvajes" habitantes de la isla. Escribe Biot: "A menudo venían los habitantes y pedían permiso para ver nuestros instrumentos; y cuando los habíamos introducido en la habitación donde los teníamos guardados, manifestaban, al verlos, el asombro de verdaderos salvajes. Algunas veces venían en grupo por la noche, con el alcalde a la cabeza, a danzar en nuestra cabaña, con mil gritos y mil posturas extrañas... Como estos entretenimientos salvajes transcurrían en la habitación silenciosa donde se realizaban las observaciones, este contraste de la civilización y de la barbarie, de los conocimientos más sublimes y de la más profunda ignorancia, tenían un no sé qué de grandeza y de penoso que afectaba al alma de una manera que no sería capaz de expresar".
Las mediciones de Arago prosiguieron en Mallorca, concretamente en l'Esclop del Galatzó, pero sus movimientos también despertaron suspicacias. El levantamiento del 2 de mayo de 1808 aumentó el rechazo hacia lo francés, y Arago tuvo que huir disfrazado de campesino y sacando ventaja del hecho de hablar catalán, ya que era de Perpiñán. Visto el cariz que tomaban los acontecimientos, Arago pidió que le encerraran por precaución en el castillo de Bellver, de donde huyó, con el beneplácito de las autoridades, el 28 de julio. De Mallorca pasó a Argel y un año después, tras luchar contra nuevos infortunios en forma de prisión y tempestades, consiguió llegar a París el 2 de julio de 1809. Llevaba con él los manuscritos con las mediciones que le servirían para exponer, el 30 de agosto de 1809 en una sesión del Bureau des Longitudes, el resultado de sus mediciones en Baleares.
No termina aquí la historia. En una pirueta final, Elena Ortega se permite añadir en su libro que en 1848 llegaba a París un joven escritor llamado Jules Verne que tuvo la suerte de frecuentar la tertulia de los hermanos Jacques, Étienne y François Arago. Las hazañas del primero, que realizó la vuelta al mundo y fue una de las primeras personas que viajó en globo, inspiraron a Verne Un viaje en globo y quizá Cinco semanas en globo. Las mediciones para fijar la longitud del metro emprendidas por Méchain, Arago y compañía estuvieron en el origen de Las aventuras de tres rusos y tres ingleses, aunque Verne optó por trasladar la acción a África. Finalmente, las peripecias de Arago en Mallorca y Formentera asoman en dos novelas poco conocidas de Verne: Clovis Dardentor y Hector Servadac. La conclusión es obvia: hay vidas, ciertamente, que parecen haber sido vividas para que alguien escriba algún día una novela. O varias.
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