La radicalización
EL PP CRECE POR la extrema derecha. Su electorado se radicaliza. Según la directora del Instituto Opina, ésta es la principal novedad que reflejan las últimas encuestas. En una escala del uno al siete, siendo el uno extrema izquierda y el siete extrema derecha, en las elecciones de 2000 el electorado del PP se situaba en el 4,97, ahora se ha desplazado al 5,28. Es decir, el belicismo de Aznar ha tenido sus efectos radicalizadores. Una parte de su electorado ha entendido que se había acabado el tiempo de disimular, que de nuevo todo estaba permitido. Con lo cual, a la hora de responder a las encuestas sobre su ubicación ideológica, ha sido menos tímida. La parte del electorado de extrema derecha que se había acostumbrado a la abstención porque el centrismo de Aznar les parecía una traición, vuelve a sentir que el PP es su casa. Y así el PP mejora posiciones a pesar de que está muy lejos todavía de recuperar la totalidad de sus votantes.
Aznar lleva semanas acusando a la oposición de radicalizar la vida política y de subvertir la estabilidad institucional. En realidad, es él quien se está radicalizando. Así lo han entendido electores deseosos de una derecha dura y pura con la que identificarse, que por fin se sienten recompensados y ven superados unos años de orfandad. El PSOE, por su parte, sigue creciendo dentro de su electorado tradicional, recuperando votos perdidos en 2000, pero sin desplazamiento alguno hacia la zona más izquierdista del espectro. La moderación sigue siendo su territorio. A su izquierda nada que morder.
Ha sido Aznar el que ha hecho gestos rupturistas: de la legalidad, del consenso e incluso de cierta sentimentalidad moral (lo que le costó la bronca por parte de la Iglesia). En esto consiste ser radical. La oposición se ha limitado a responder a una estrategia de quiebra de los referentes implícitos de la democracia española. Y si algún error ha cometido el PSOE, es que le ha faltado iniciativa. Por lo general, ha ido a remolque de Aznar, respondiendo a cada paso que éste daba hacia el precipicio bélico, y de la opinión pública. Por esta razón, al acabarse la guerra, ha sido fácil para Aznar presentarse como el que marca los tiempos y los ritmos, así en la guerra como en la paz.
Aznar ha provocado la radicalización, por más que la impute a sus adversarios. Y además se siente a gusto en ella. El mismo vocabulario le delata: ha recuperado palabras del pasado que estaban en desuso porque ya no responden a nada. Habla del socialismo y del comunismo como lo haría un dirigente del franquismo, cuando todo el mundo sabe que aquellos diablos con cola hace tiempo que ya no existen en España. Y practica la vieja denuncia de la subversión, aun al precio de atribuir a la oposición una fuerza que realmente no tiene. ¿Alguien cree que, si el partido socialista tuviese capacidad de montar solito las grandes manifestaciones contra la guerra, no tendría ya las elecciones ganadas? Atribuir enormes poderes subversivos al adversario forma parte de la estrategia del miedo. Aznar busca la radicalización para movilizar a toda la derecha contra los rojos. No se da cuenta que con ello reconoce su fracaso (o certifica su engaño). Si a estas alturas para la derecha española los rojos todavía significan una amenaza, queda claro que Aznar la habrá unificado y la habrá retornado al poder, pero no la ha hecho evolucionar lo más mínimo. A la vista de los resultados sabremos si era Aznar y no su electorado el que estaba fuera de tiempo.
¿Hasta dónde llevará Aznar el camino de la radicalización? Hasta donde las encuestas digan. Cuando piense que ya ha hecho el pleno de los suyos, que la familia ya vuelve a estar unida, dejará el paso a Rajoy y a Rato para que traten de pescar algunos votos centristas, antes de que se hayan ido demasiado lejos. Por el camino, ¿cuáles habrán sido los efectos colaterales? La radicalización desde el poder nunca es un buen augurio en democracia porque lleva incorporada argumentos para en nombre de la seguridad seguir restringiendo libertades, en nombre de las amenazas seguir desplegando intolerancias.
El PP recupera puntos con esta estrategia de la tensión, pero todos ellos por su derecha. A su izquierda, donde se supone que linda con el centro, la resaca de la guerra no se ha acabado. De momento, los votantes siguen indecisos aguardando noticias.
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