Rojo y blanco
Madrid fue ayer rojiblanco. La capital se dejó invadir por la multitudinaria algarabía del clan de los colchoneros. No les falta razón: un siglo de frenesí y emociones fuertes, cien años de soledades intermitentes, meses borrachos de gloria, temporadas infernales, desmesuras incontrolables. Y ahí siguen ellos, más ufanos que Napoleón en Egipto, orgullosos cual César en la Galia, espídicos como Almodóvar en los Oscar, más chulos que un ocho. Pedazo de artista es esta afición, a pesar de todos los pesares. Cuando una entidad cumple un siglo de forma tan vitalista, parece evidente que su filosofía no va descarriada, aunque lo parezca en ocasiones. Hubo ayer muchas lágrimas, porque los calderonianos son familia llorona y propensa a arrebatos emocionales de incierto desenlace. Lo de familia no es metáfora: todo parece indicar que se es del Atlético de Madrid por imperativos genéticos, fatalmente, para bien o para mal. Muchas de las lágrimas de ayer estaban dedicadas a los colchoneros ausentes.
Madrid es muy futbolera, una de las pocas urbes del mundo con tres equipos en la división de honor del balompié. Tres clubes bien dispares, por cierto. El Madrid es Apolo; el Atlético, Dioniso. El Madrid son los Beatles; el Atlético, los Rolling. El Rayo tiene aromas de Chunguitos. El pensador madridista Rafael Munilla ahonda más: "El Madrid es Cervantes, el Atlético es Quevedo. Al autor de El Buscón lo encerraron en San Marcos de León; al autor del doblete lo mandaron dos años a la Segunda División. El Rayo suena a Mesonero Romanos".
Joaquín Sabina ha compuesto para el centenario de su equipo un himno que va a dar la vuelta al mundo. Sabina se decanta por la parte más sinuosa y sublime del espíritu colchonero: "Qué manera de aguantar... de vivir... de soñar... de aprender... de sufrir... de palmar... de vencer... de sentir". Eso es lo que se llama épica dionisiaca. También hay lírica asilvestrada y carnal en el himno: "A mí me ponen las rayas de los colchones". Así debieran ser todos los himnos. Feliz cumplesiglos.
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