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Votos sin fe en Argentina

En Argentina todo es posible. Después de la defenestración del presidente Fernando de la Rúa, dos años antes de concluir el mandato, el país continuó en caída libre cuyo final admitía los pronósticos más disparatados. Los analistas vaticinaban una guerra civil, una dictadura populista con un aislamiento internacional similar al de Cuba, o, en el mejor de los casos, el tránsito a la cordura de la mano del Fondo Monetario Internacional (FMI). Hubo hasta quien predijo un golpe de Estado y el envío de cascos azules de la ONU para garantizar la paz. La crisis era, sin duda, de gran calado, pero ninguna de estas negras premoniciones se cumplió.

Otros profetas también fracasaron estrepitosamente en sus predicciones. Como los que anunciaban una subida imparable del dólar, el regreso de la hiperinflación y la hecatombe del sistema financiero. Ricardo López Murphy, ex ministro del Gobierno de De la Rúa, auguró el cierre de dos de cada tres bancos. El ex presidente Carlos Menem, peronista, insistía en que la única salida de la incertidumbre que provocó la devaluación del peso era la dolarización de la economía. Todo parecía posible en un país que había visto desfilar a cinco presidentes en una semana, uno de los cuales anunció la suspensión de pagos de la deuda externa con el signo de la victoria y ante un Parlamento enfervorizado. Adolfo Rodríguez Saá es, por cierto, uno de los candidatos de las elecciones presidenciales de hoy, como lo son Menem y López Murphy. Ninguno reconoce haber cometido errores en su pasado político.

Mientras unos vaticinaban la catástrofe, otros creían ver el alumbramiento de un nuevo ciclo político en Argentina, alentados por un movimiento de protesta espontáneo que tomó la calle e incorporó, por primera vez, a la clase media. Desempleados que subsisten de los subsidios, ahorradores con el dinero atrapado en los bancos, jubilados con las pensiones devaluadas, empleados públicos que no reciben el salario, estudiantes sin futuro, todos hicieron sentir su voz con una consigna común, que se convirtió en el grito de guerra de la Argentina pos-De la Rúa. "Que se vayan todos" fue un emblema interpelador, no sólo al poder político, sino a toda la clase dirigente, como consecuencia del hastío generalizado.

En numerosos barrios de Buenos Aires y de varias ciudades surgieron asambleas de vecinos como un embrión de organización de base dispuesta a abordar todas las causas pendientes de los ciudadanos y a hacer la vida imposible a los políticos. Inesperadamente, ministros, diputados y jueces dejaron de transitar libremente por la calle y empezaron a camuflarse en vehículos de cristales polarizados al tiempo que reforzaron su protección personal por temor a ser abucheados o agredidos.

Cacerolazos y manifestaciones

Hace un año, la vida de Mabel Bellucci "era pura adrenalina". Desde que amanecía se ponía en marcha a velocidad de vértigo para participar en las numerosas acciones de protesta ciudadana que proliferaron en Buenos Aires tras la dimisión de De la Rúa. En los cacerolazos de ahorradores, las manifestaciones frente al Palacio de Justicia para exigir la dimisión de los jueces de la Corte Suprema, las asambleas de vecinos que espontáneamente florecieron en numerosos barrios, o los cortes de calles y carreteras junto a los piqueteros que reclamaban trabajo. Ahí estaba Mabel, a sus 52 años, puntual en todas las convocatorias, con más vitalidad que nunca, en aquel verano porteño, que algunos vivieron como una reedición del Mayo del 68 parisiense. "Tomar la calle, democratizar la calle, es maravilloso", recuerda. Cuántas veces gritó Mabel "Que se vayan todos" hasta quedarse afónica. "Antes de las asambleas barriales mirábamos la televisión y veíamos a los políticos en la calle. La situación se revirtió. Nosotros tomamos la calle y fuimos los protagonistas. Ellos tenían que esconderse".

A cuatro días de las elecciones, frente al edificio de Tribunales se concentra un grupo de ahorradores con sus depósitos bancarios atrapados en el llamado corralón desde hace más de un año. Van con las pancartas y carteles habituales. A pocos metros, ante la sede del Poder Judicial de la Nación, un puñado de jubilados protesta contra la retención del 13% de sus pensiones. "Si el sueldo de los jueces es intangible, el de los jubilados también", puede leerse en una de las pancartas. Uno de los concentrados profiere a través de un megáfono todo tipo de improperios contra el Gobierno, sin lograr atraer la atención de los transeúntes. La presencia de estos pobres jubilados es una escena cotidiana en esta plaza. "Que no nos sigan robando", grita el hombre del megáfono.

Todos los lunes, miércoles y viernes, grupos de ahorradores que todavía tienen arrestos para reclamar su dinero congelado en el banco exteriorizan su malestar y frustración ante la sede del Banco Boston en el centro financiero de Buenos Aires. Patricia, Marta y Alicia no suelen fallar casi nunca. Las tres presentaron recurso de amparo contra la congelación de los depósitos decretada por el Gobierno de Eduardo Duhalde en febrero de 2002, y no están dispuestas a aceptar la fórmula del último decreto gubernamental, que contempla la devolución de los depósitos, pero no en su integridad. "Aquí se tienen que morir todos, peronistas y radicales", dice una de ellas cuando surge el tema de las elecciones. "Los radicales ya están liquidados, ahora faltan los peronistas", dice con sorna Alicia. "Yo siempre voté a los peronistas, pero ¿ahora? Mmmm", susurra Patricia mientras cierra los ojos. Angélica del Valle es una de las más veteranas en la lucha del movimiento Ahorradores Argentinos. Ha sido detenida en más de una ocasión y tiene tres procesos en contra. Dice que lo ha perdido todo -"me he quedado sin negocio, sin auto y sin la plata"- por culpa del maldito corralón. "No voy a votar a nadie", confiesa. "Tendría que venir Bin Laden y acabar con toda la basura de políticos". Si recuperan el dinero, ninguna de ellas piensa dejarlo ni un día más en el banco. "Lo llevo a otro país", dice una. "Yo me compraré un piso para alquilar", apunta su compañera.

Los damnificados por la congelación de los depósitos bancarios que inició el Gobierno de De la Rúa y amplió el de Duhalde, al pasar del corralito al corralón, tienen un líder, al que respetan y veneran. Nito Artaza, de 43 años, es un humorista muy popular en Buenos Aires que destaca por su talento a la hora de imitar a políticos y famosos. Empresario artístico y agropecuario, presenta cada noche su espectáculo en el teatro Metropolitan de la calle de Corrientes. Al frente de la lucha de los ahorradores, Artaza ha aumentado su popularidad y ha hecho una primera incursión en la política, un terreno que no le es extraño por pertenecer a una familia de tradición radical. "Nos hemos sentido abandonados por los políticos, sobre todo por los que tienen representación parlamentaria", lamenta.

A medida que se aproximaban las elecciones, Artaza recibió ofertas de destacados dirigentes políticos para que se sumara a sus filas. Hasta el presidente Duhalde consideró que el popular actor podría ser un buen anzuelo electoral y le propuso encabezar la lista del Partido Justicialista (PJ, peronista) a la jefatura de Gobierno de la ciudad de Buenos Aires (Ayuntamiento). Menem y López Murphy también le tantearon. Nito Artaza prefirió lanzarse por su cuenta y ha fundado el Partido de la Gente, que debutará en las elecciones municipales con una lista por Buenos Aires. "Sería una pena no dar continuidad a un movimiento que ha ido en aumento dejándolo reducido a la protesta callejera".

El Partido de la Gente

El Partido de la Gente, que en las provincias formará parte del Frente Alternativo Independiente (FAI), es el primer intento de legitimar la consigna "Que se vayan todos" como una opción electoral nueva. Ahora los objetivos irán más allá de la defensa de los ahorradores. "En primer lugar queremos un cambio del sistema electoral y acabar con las listas sábana, en las que el elector vota a un candidato que conoce y a 100 que son perfectos desconocidos". El Partido de la Gente propondrá la creación de la figura del defensor del cliente bancario, que dependería de la Defensoría del Pueblo. Artaza dice hablar "como empresario y capitalista" cuando plantea que Argentina tiene que condicionar el pago de la deuda externa al crecimiento y atribuye al Fondo Monetario Internacional (FMI) la corresponsabilidad de la crisis. "El FMI ya está pidiendo más ajuste, más impuestos y más superávit fiscal. Así no creceremos nunca", señala.

Al frente de una opción política nueva, Artaza lamenta la falta de debate entre los candidatos durante la campaña electoral y reclama al próximo presidente lo que de momento parece un sueño: un proyecto nacional consensuado con los otros partidos, "porque no hay ningún candidato que llegue al 20%". Argentina necesita, en su opinión, un acuerdo en los grandes temas, "como ALCA o Mercosur, cómo negociar la deuda, inversiones con seguridad jurídica, y apertura al mundo con regulación responsable". Históricamente, los políticos argentinos han despreciado el consenso, incluso cuando la nación pedía a gritos un gesto de grandeza. El último intento, frustrado, se puso en marcha los últimos días del Gobierno de De la Rúa bajo el patrocinio de la Iglesia católica y las Naciones Unidas. Duhalde recogió el testigo y aceptó impulsar públicamente un proceso de Diálogo Argentino, que sentó en la misma mesa a representantes de diversos sectores de la sociedad. Fue un esfuerzo notable de quienes auspiciaron el trabajo de acercar posiciones, que lamentablemente no logró atraer a los dirigentes hacia actitudes más generosas.

El empecinamiento y la intransigencia de los políticos quedaron en evidencia con el espectáculo bochornoso de las luchas internas en los dos partidos tradicionales. El peronismo fue incapaz de celebrar elecciones internas para elegir un candidato a la presidencia de la nación, de manera tal que quedó disgregado en tres candidaturas que reivindican todas ellas el legado del general Perón, pero ninguna puede utilizar las siglas oficiales del Partido Justicialista. El radicalismo, en sus horas más bajas, eligió a su candidato en unos comicios internos que estuvieron salpicados de abundantes acusaciones de fraude.

Nito Artaza

Los seguidores de Nito Artaza querían que el actor encabezara la lista electoral del Partido de la Gente, después de comprobar que las encuestas le daban una intención de voto del 14% en la capital federal. Artaza ha dicho "no" por motivos familiares, aunque admite que se reserva para el futuro. Si no sufre ningún revés, su vocación política puede llegar a lo más alto. Le avala su origen ajeno al mundo de la política y la habilidad mostrada en sus primeros pasos a la hora de lograr apoyos de diputados del Congreso y sellar alianzas en algunas provincias. "Es difícil encontrar notables que se apunten y apoyen. La política está muy desprestigiada", dice. Para describir la situación de Argentina, el actor y futuro candidato recurre al escritor Jorge Luis Borges: "El argentino, individualmente, no es inferior a nadie, pero colectivamente no existe".

Las asambleas barriales, nacidas al calor de los cacerolazos y las protestas callejeras en Buenos Aires, fueron una iniciativa colectiva que surgió desde la base, al margen de los partidos políticos. Del boom de los primeros meses del año pasado, en los que la participación era masiva, subsisten unas 100 asambleas que, como promedio, no reúnen más de 50 vecinos cada semana. Jorge Muracciole, periodista y miembro de la asamblea de Parque Patricios, señala que "el momento inicial fue de irrupción y el actual es un momento constituyente. Demostramos que se puede hacer política sin militar en un partido político".

Al contrario de la mayoría de asambleas barriales, la de San Telmo ha ido en aumento en el último año. "Al principio participaba gente con militancia política que en realidad buscaba votos para sus respectivos partidos", recuerda Ana Melink, integrante de la asamblea, que pasó de 40 personas iniciales a las 700 que se reúnen cada sábado. La clave del éxito ha sido la obtención de resultados concretos. Fracasaron las que sólo se dedicaron a debatir; mantienen el aliento las que hicieron cosas, como la de San Telmo o la de Saavedra, en la zona norte de Buenos Aires, que a pesar de congregar semanalmente a no más de 20 personas, "tiene un grupo de apoyo enorme gracias a las diversas actividades que realizamos", según cuenta Alejandro Tiscornia. La asamblea popular y vecinal de Saavedra ha puesto en marcha una panadería, una huerta que abastece a comedores populares, un horno de barro, varios programas de educación popular y ha construido la plaza de las Madres del Pañuelo Blanco, en memoria de la organización Madres de Plaza de Mayo.

La actividad asistencialista de las asambleas tiene poco que ver con los orígenes de un movimiento que se pretendía espontáneo y de gran pureza, pero al mismo tiempo pretende llenar el vacío dejado en muchos casos por un Estado maltrecho e incapaz de satisfacer las necesidades de los ciudadanos. Aunque corre el riesgo de caer en una nueva forma de clientelismo. Por ejemplo, de los cartoneros, ese ejército de sombras que se desparrama por la ciudad al caer la noche en busca de papel y cartón en las bolsas y contenedores de basura. Virginia Lencina, coordinadora del área Acción con Políticos de la ONG Poder Ciudadano, destaca que en 2001 el cacerolazo y las asambleas de vecinos fueron un primer acercamiento a la vida ciudadana que tropezaba con "la falacia del que se vayan todos, que dejaba todo en acefalía". "Ojalá dentro de 10 años todo ese movimiento que se fue formando pase a ser la oferta electoral en las próximas elecciones, pero hay que darle tiempo de preparación, de decantación y de madurez", observa Virginia Lencina.

Tesis doctorales

Lo que algunos pretendían convertir en foros de debate para una transformación radical de la sociedad ha dejado como legado "un nivel de organización social muy grande", según Alejandro Tiscornia, y "un espíritu muy democrático en un país con una cultura política autoritaria y paternalista", en palabras de Mabel Bellucci. La experiencia de las asambleas barriales despierta el interés de investigadores y estudiantes que eligen este tema para su tesis doctoral. Es el caso de Ludovic Lamant, que llegó a Buenos Aires en julio pasado procedente de la Facultad de Ciencias Políticas de París. "Para mí era la revolución", recuerda.

Pedían que se fueran todos y no se fue ninguno. Por el contrario, han vuelto a la palestra dirigentes que hace un año eran considerados cadáveres políticos sin futuro. Menem, el más denostado; Rodríguez Saá, el presidente que no aguantó más de una semana, y López Murphy, el ministro que fue nombrado y destituido con escasos días de diferencia, representaban el fracaso de una clase política en decadencia. Hoy disputan, codo con codo, la Presidencia de la Nación. Los sectores que protagonizaron las protestas y se adueñaron de la calle hace un año no han logrado articularse en un movimiento nuevo. El sueño de configurar una especie de PT a la argentina está muy lejos de la realidad. "Estamos preparando una campaña de boicoteo a las elecciones", dice Enrique Tellechea, arquitecto y miembro de la asamblea de vecinos de Palermo. "No planteamos una opción a corto plazo porque creemos que se necesita tiempo para la recuperación. No hay una alternativa clara para salir". ¿A quién van a votar los integrantes de las asambleas? "Lo único que sabemos es a quién no vamos a votar: ni a López Murphy, ni a Menem ni a Kirchner. Pero de ahí en más cada uno decide", añade Tellechea.

"Hay que generar una nueva institucionalidad con una profunda base democrática", reclama José Abelli, uno de los fundadores del Movimiento de Empresas Recuperadas, que aglutina a unas 15.000 personas. "La oferta electoral no ha cambiado, no hay una nueva agenda institucional y los sectores populares no logran unirse ni ponerse de acuerdo". Abelli, de 47 años, cuenta que milita en política desde los 14. Nunca había tenido una crisis como la que afronta en estas elecciones. "Soy peronista, pero es la primera vez que no me identifico con ningún candidato. Tengo cierta simpatía por Carrió o por Néstor Kirchner, seguramente votaré por alguno de los dos, pero más para que no gane Menem que porque realmente esté convencido de lo que ofrecen".

La campaña electoral argentina se ha visto alterada por el estallido de algunos conflictos sociales.
La campaña electoral argentina se ha visto alterada por el estallido de algunos conflictos sociales.DARÍO BERMAN

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