Sexo y voto
El voto del mes que viene en Madrid tiene sexo: lo dominan las mujeres. Trini o Inés, Ana o Alicia. Se las llama por sus nombres propios, se dice a veces "la chica" : yo mismo, en una aproximación de cariño que tomó un tinte machista, puesto que nunca digo "el Albertito" para referirme a Gallardón. Soy tan desconfiado en materia de política que, aun reconociendo las personalidades tan marcadas de cada una, pienso que sus partidos utilizan el "efecto mujer" para ganar votos o para contrarrestarlos. Como cuando Mendiluce sale del armario homosexual, mi malicia le imagina conquistando los votos de gays y lesbianas y el de los que les defendemos siempre. Me hace pensar más en esto, claro, Ana Botella: es "la señora de", aunque en el mitin señorial del Ritz empezara su discurso programático dirigiéndose a su marido como: "Señor presidente del Gobierno"; todo quedaba un poco cursi, como una resonancia de la boda de El Escorial, y una vez más levantaba la duda, al verla rodeada del Gobierno y los empresarios, de si tiene derecho a ir así por la vida para agarrar una concejalía. Claro que puede: el reparo es ético, y me permito asegurar que la ética, al final, existe.
Cierto que esta candidatura que la gente considera como impuesta, y en su maledicencia llegan a ligarla con la posibilidad de sucesión de jefe del Gobierno del que quizá sea alcalde de Madrid -otro arañazo para la ética; y si no le nombra Aznar, otro herida más- parecería compensada por la inclusión de Alicia Moreno, mujer hecha a sí misma en la política, idealista en el desarrollo de la cultura.
En cambio "la Trini" -es un madrileñismo que me queda apegado- aparece rodeada de hombres muy ilustres en el mundo político, como Carlos Westendorp, último ministro de Asuntos Exteriores del Gobierno del PSOE.
Me temo que quede aquí demasiado viva mi afición a Trinidad Jiménez como alcaldesa, como liberadora del yugo sonrosado de Álvarez del Manzano. Era difícil que yo la sustituyese en la preferencia a Gallardón, pero al pobre le ha sucedido una serie de desgracias políticas que me recuerdan las del camaleón que se posó en una tela escocesa y se quedó gris perplejo. "Por ser con todos leal, ser para todos traidor", decía Benavente: y que de ninguna manera se dé a la palabra traidor el valor peyorativo común. Sólo que, como se decía en la guerra, "hay que definirse": tristísima amenaza para los que buscaban cómo emboscarse hasta que, al final, tenían que hacer una declaración firme.
El caso, para mí: que no se vota por el sexo, o no se debe hacer. No debe uno verse en el candidato ideal. Vamos, yo no votaría a uno que fuera como yo, un anciano sentimental y aburrido. No sé si se vota por la clase social, o por la ética que queda en la persona después de haberla barrido los ventajistas del "fin de las ideologías".
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