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FÚTBOL | Vuelta de los cuartos de final de la Liga de Campeones

El Paul Newman del 'calcio'

Lippi ha ganado 11 títulos en Turín y aspira a suceder a Trapattoni

"Eres demasiado guapo para llegar a ser alguien en el calcio". El viejo técnico romano Fulvio Bernandini se equivocó al augurarle poco futuro al joven Marcello Lippi, un libero elegante natural de Viareggio que acababa de incorporarse al Sampdoria. Lippi sería un defensa respetado en los años setenta y un entrenador prestigioso en los noventa que se presenta como principal candidato a suceder a Giovanni Trapattoni al frente de la selección italiana. De hecho, hace 15 días renovó con el Juventus hasta 2005 con una sola condición: que rescindirá el contrato si le requiere la Nazionale.

Como jugador, Lippi sólo fue un par de veces internacional B, pero gustó mucho a los aficionados y, sobre todo, a las aficionadas por su parecido con el actor norteamericano Paul Newman. Su verdadero éxito, sin embargo, lo alcanzaría como técnico. A sus 55 años, es el protagonista del último gran ciclo del club turinés, al que llegó en 1994. Había dirigido antes al Nápoles en condiciones muy difíciles y venía de una intensa carrera en clubes menores: de los juveniles del Sampdoria al Atalanta pasando por el Siena, en la Tercera División.

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Su suerte cambió cuando Luciano Moggi, director general de la Juve, lo llamó. Ese día, Lippi acudió a la tumba de su padre y le dijo: "Sé que a ti este equipo no te gustaba porque decías que era el símbolo del poder. Pero ahora te va a gustar". Y conquistó nueve trofeos en cuatro años: tres Ligas, una Copa de Europa y una Intercontinental, entre otros. Perdió dos finales europeas, en 1997 y 1998, pero dejó una impresión de gran fortaleza, perseguida, eso sí, por la sospecha del dopaje: el entonces técnico del Roma, el checo Zdenek Zeman, acusó a Del Piero y Vialli de tomar sustancias prohibidas.

"Lippi es el mejor producto de Viareggio después de Stefania Sandrelli", bromeó Gianni Agnelli, el dueño de Fiat y de la Juve, recientemente fallecido. Lippi se encontró con Di Livio, Ravanelli, Del Piero, Vialli, Deschamps y Roberto Baggio. Los hizo campeones de todo antes de que, desde Burdeos, llegara Zidane para seguir ganando.

"Un entrenador de un líder no debe ser ni un mago ni un sargento, sino un guía", declaró Lippi, que se ganó fama de tipo duro. "A los jugadores les hablo de tú. Ellos, a mí, de usted", añadió para explicar sus principios. Pero no se libró de la crisis: en la quinta campaña. Dimitió tras la séptima derrota en 20 partidos. Pasó al Inter y dijo que iba a mejorar los resultados de Helenio Herrera y de Trapattoni, pero naufragó. En el Inter sólo se le recuerda por el muro de madera que mandó construir para aislar a sus jugadores de los periodistas y por su enfrentamiento con Roberto Baggio, que le pone verde en su autobiografía.

Despedido del Inter tras arremeter contra sus jugadores, Lippi regresó a su pueblo, donde se dedica a pescar y pintar el mar. "Me gustaría entrenar en España porque me gustan los españoles o en Inglaterra por aprender inglés". La pasión española se la trasmitió su hija, Stefania, que estudió moda en Barcelona. Su otro hijo, Davide, es asesor jurídico en la empresa de intermediarios de jugadores más poderosa del calcio, la dirigida por Alessandro Moggi, hijo del máximo dirigente juventino.

Más de dos años y medio después, el amor entre Lippi y la Vecchia Signora renació. Volvió al club que le había despedido y que con Ancelotti no había reeditado sus logros. Agnelli vendió a Zidane al Madrid, pero, con ese dinero, contrató a Buffon, Nedved y Thuram. La Juve comenzó a correr y Lippi a fumarse su purito con satisfacción. Así hasta que, en el último suspiro del pasado curso, Lippi prolongara su leyenda al arrebatar al Inter el scudetto, el cuarto de su carrera.

Marcello Lippi.
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