Queipo y la propaganda
Para Gerald Brenan, que le escuchaba horrorizado desde Málaga, no cabía duda de que Gonzalo Queipo de Llano era "un sádico nato". Arthur Koestler estaba de acuerdo. El joven periodista del News Chronicle de Londres había llegado a Sevilla a finales de agosto de 1936 con una carta de presentación para Queipo firmada por Gil Robles, y asistió en Unión Radio a una de sus arengas. Después, el general le describió durante diez minutos, "en un torrente ininterrumpido", y con una plétora de detalles repugnantes, las atrocidades que, según él, se cometían en la zona republicana: mujeres preñadas desventradas, fetos destrozados, dos niñas de ocho años atadas a las rodillas de su padre, violadas y luego los tres rociados de gasolina e incendiados... Mientras hablaba, al general se le iba formando una extraña espumilla en las comisuras de los labios, y sus ojos volvían a adquirir el brillo que Koestler había notado mientras hablaba, exaltado, ante el micrófono. El periodista llegó a la conclusión de que se trataba de "una perfecta demostración clínica de psicopatología sexual".
Hace diecisiete años reuní en un libro las charlas radiofónicas emitidas por Queipo desde Sevilla durante los primeros dos meses de la guerra. Había tratado de localizar grabaciones de las mismas. En vano. Probablemente nunca hubo. Por lo cual tuve que contentarme con transcribir las versiones de las charlas publicadas, sobre todo, en la prensa sevillana, versiones que, pese a la censura de los propios rebeldes, contenían barbaridades inconcebibles, ajenas a cualquier noción de decencia humana.
Antonio Bahamonde y Sánchez de Castro fue delegado de Propaganda del general durante los primeros dieciocho meses de la guerra (luego logró escapar a la zona republicana). En Un año con Queipo. Memorias de un nacionalista (Barcelona, 1939), contó, con pelos y señales, cómo se fabricaban los bulos, difundidos noche tras noche por el general, acerca de bestialidades cometidas por "las hordas rojas" en distintas zonas de país (casi siempre debidamente vagas y lejanas). El efecto de los mismos sobre las derechas y las fuerzas sublevadas fue fulminante, y dio lugar a incontables atrocidades de verdad. El libro de Bahamonde, que no niega la existencia de asesinatos en territorio republicano, está escrito con encomiable mesura y merece ser reeditado, entre otras razones porque muestra a Queipo como precursor no sólo de los propagandistas nazis, que aprendieron de él, y bien, sino de los que estos días nos desorientan, o pretenden hacerlo, con sus versiones interesadas de lo que está ocurriendo en Iraq.
Repasando las charlas del "virrey de Andalucía" me he sentido abrumado una vez más por la vileza a que fue capaz de llegar aquel ex republicano energúmeno que hoy reposa en la Macarena con todos los honores y, según nos asegura su lápida mortuoria, "en la paz del Señor". El hecho es que, con sus sanguinarias jactancias, incitaciones y tergiversaciones, Queipo de Llano traicionó sistemáticamente a la religión de Cristo. Qué dolor para Sevilla, la otra Sevilla.
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