Watson, 'caddie' de su 'caddie'
El ganador de siete títulos 'grandes' ayuda a su asistente, víctima de un mal degenerativo, a cargar los palos y costea su tratamiento
Cenar con un caddie es una experiencia que le obliga a uno a dirigirse a un lavabo nada más terminar el café para limpiarse los oídos. No hay amor en la relación entre un jugador y el tipo que carga con los 25 kilogramos de su bolsa de palos; aguanta sus malos humores y sus insultos cuando las cosas van mal, cuando el cargador se equivoca y le dice al jefe que de la pelota al green hay 180 yardas cuando en realidad hay 180 metros o cuando le obliga a usar la madera-3 cuando el jugador está convencido de que con el driver le iría mucho mejor.
En este contexto, el jugador es un mulo testarudo y soberbio, incapaz de reconocer que puede estar equivocado. Y el caddie, un ser incomprendido y amargado, un jugador frustrado que mucha veces se sabe mejor jugador que el amo. El caddie es el paria del golf que a veces recupera su orgullo y le dice al profesional eso de "qué te los limpie tu madre" cuando éste le manda que le limpie los zapatos y que está permanentemente quejándose de los retrasos en los pagos.
Y cuando un jugador habla de su caddie la charla es un catálogo completo de defectos: los caddies son estúpidos, siempre llegan tarde, aparecen en el campo con resaca y, encima, no paran de quejarse.
Pero en este mundo que más parece una cloaca a veces pueden surgir historias extraordinarias de amor y fraternidad, como, por ejemplo, la del estadounidense Tom Watson, uno de los mejores jugadores de la historia, y su caddie, Bruce Edwards.
Edwards lleva los palos de Watson desde hace 30 años, exceptuando un pequeño paréntesis de cuatro años en que estuvo con el australiano Greg Norman. En noviembre pasado empezó a notar que, cuando quería hablar, chapurreaba las palabras por un lado de la boca como si estuviera ebrio y que se le dormía la mano izquierda, que no la sentía. En enero los médicos le diagnosticaron una esclerosis lateral amiotrófica, una enfermedad degenerativa neuromuscular más conocida como el síndrome de Lou Gehrig, por el nombre del jugador de béisbol norteamericano que murió del mal; la misma enfermedad de la que han fallecido en los últimos años varios futbolistas italianos. El médico le habló de una esperanza de supervivencia de entre dos y cinco años y de una calidad de vida cada vez menor.Pese a ello, Edwards está en Augusta, sonriendo siempre, recibiendo el apoyo de todos los jugadores y de sus colegas. "Sé que es imposible superar la enfermedad, pero tengo que pensar que la puedo derrotar", dice; "si no, no me quedaría más remedio que agarrar una toalla y echarme a llorar. Y eso no lo voy a hacer".
Está dispuesto a combatir los síntomas, a retrasar la degeneración, el momento en que tenga que anclarse en una silla de ruedas y no pueda hacerse entender cuando hable. Eso le cuesta tomarse diariamente una combinación de más de 100 vitaminas y suplementos dietéticos. "Tengo que hacerlo así. Necesito seguir trabajando para tipos como Tom y seguir haciendo mi trabajo", explica. Sigue haciendo su trabajo, aunque quizás andando un poco más despacio que antes. Pero Watson está con él.
Watson, aquel jugador de sonrisa cautivadora y hoyuelo en la barbilla que sucedió a su compatriota Jack Nicklaus en el trono, ganó cinco veces el Open Británico y dos el Masters y recibió en 1984 el impacto de Severiano Ballesteros, que le privo de su sexto British, juega ahora en el circuito sénior, lo que le permite llevar una vida más reposada. Y ha asumido que no puede dejar a Edwards en la estacada. Así, ha decidido convertirse en el caddie de su propio caddie. Por añadidura, como Edwards no tiene ningún seguro médico, ha corrido hasta ahora con los gastos de la medicación y del tratamiento. Una hermosa excepción en un mundo envenenado.
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