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Reportaje:EL JEFE DE LA COALICIÓN

La fuerza arrolladora de Franks

Cuando el general Tommy Franks sale de casa por la mañana a trabajar, su mujer siempre le dice lo mismo: "Ve y haz el mundo seguro para la democracia".

A pesar de esto, es bien sabido que Franks quiere mucho a su mujer. Cathy Franks se lo dice en serio y el general se lo toma en serio. Si la mujer de un general británico o español o italiano se despidiera todas las mañanas con semejante exhortación, sería en tono de broma. Pero una visión irónica del mundo no tiene cabida en el cerebro de un general de los Estados Unidos de América, mucho menos cuando se trata de asuntos patrios, de las grandes verdades sobre las cuales se erige la nación más autosatisfecha de la Tierra.

El arquitecto y ejecutor de la estrategia de "fuerza arrolladora", ¿aplastante? (Overwhelming force), que conquistó Bagdad y acabó con el régimen de Sadam Husein en apenas tres semanas es un hombre que comparte la visión generalizada de sus compatriotas -y nadie más que la Administración de Bush- de que la democracia norteamericana es el camino que conduce no sólo a la seguridad, sino también a un mundo más feliz. Obviamente. Si no, no ocuparía el cargo más delicado que existe actualmente en las fuerzas armadas de su país.

La zona que coordina comprende 25 países, de Oriente Próximo al golfo Pérsico y Afganistán, sin excluir el siempre complicado Cuerno de África
Con Franks, uno tiene la impresión de que le deben de sacar a comparecer ante las cámaras de televisión a punta de pistola

Franks, jefe del Mando Central (CentCom), es el soldado más importante del planeta, el procónsul cuya tarea imperial consiste en afianzar la pax americana en la región que en Washington se denomina "el arco de inestabilidad". CentCom es una de las nueve zonas de control en las que el aparato militar de Estados Unidos divide el mundo. La zona que coordina comprende 25 países a lo largo del mundo árabe, desde Oriente Próximo hasta el golfo Pérsico y Afganistán, sin excluir el siempre complicado Cuerno de África.

Si el plan de George W. Bush y Donald Rumsfeld consiste ahora, como muchos temen, en extender su democracia a otros países de la región, no les servirá de consuelo a Siria o a Irán saber que el militar encargado de llevar la misión a cabo sería el general Franks, el némesis no sólo de Sadam, sino también de los talibanes afganos.

Un tipo duro

Para muchos, Tommy Franks es una especie de asesino en serie, para otros es un liberador (el Bolívar de los iraquíes en el exilio opuestos a Sadam), para la mayor parte de los norteamericanos es un héroe nacional. ¿Pero qué tipo de persona es este soldado tejano que a partir de los acontecimientos del 11 de septiembre de 2001 ha asumido un papel tan central en el escenario global? Viéndolo en sus conferencias de prensa en Qatar, su base de operaciones para la guerra iraquí, vienen a la mente imágenes de los viejos pistoleros de Hollywood, tipos duros forjados en mil batallas como los que han interpretado Lee Marvin y Clint Eastwood en los últimos años de sus carreras. Alto, espigado, parco de palabras, tiene poco que ver en cuanto a estilo con su carismático antecesor en la primera guerra americana en Irak, el general Norman Schwarzkopf.

Schwarzkopf, con su aspecto de un hombre que disfruta de la buena comida y el vino, era un personaje teatral con un dominio verbal casi churchilliano. Con Franks, uno tiene la impresión de que le deben de sacar a comparecer ante las cámaras de televisión a punta de pistola. A Schwarzkopf le encanta la ópera; a Franks, la música country.

Por eso, mientras que Schwarzkopf es un hombre que se encontraría más cómodo en un restaurante de tres estrellas parisiense que en un MacDonald's, Franks es un general que comparte la sensibilidad y los gustos de los soldados rasos del regimiento del Séptimo de Caballería. La revista Newsweek contaba hace poco cómo una tarde antes del comienzo de la guerra Franks se sentó a cenar en la sede de CentCom en Qatar. Pero no donde estaban los demás generales, sino en un rincón del comedor al lado de un sargento. Se le acercó un ayudante y le propuso que se sentara con los altos oficiales. "Nada de eso", contestó Franks. "Quiero hablar con el sargento".

Franks es lo que en Estados Unidos llaman a soldier's soldier. Un soldado soldado. Hijo de un mecánico de coches, nunca fue buen estudiante (como comprobaría su compañera de colegio Laura Bush, la esposa del presidente) y abandonó la Universidad sin completar la carrera. Entró en el Ejército, fue herido tres veces en la guerra de Vietnam y condecorado en varias ocasiones; volvió a la Universidad, donde consiguió títulos en administración de empresas; combatió en la primera guerra del Golfo al mando de unidades de helicópteros y hoy ha llegado a la cima del mundo militar. Pero según dice la gente que lo conoce bien, nunca, en lo personal, se le subieron los humos. Nunca, por ejemplo, se le ocurrió utilizar la versión formal, y más pomposa, de su nombre, la que aparece en su partida de nacimiento: Thomas. Hasta en su biografía oficial militar optó por el diminutivo Tommy, como le llamaban sus padres cuando era pequeño y le sigue llamando su mujer, junto con el equipo de fútbol americano los Tampa Bay Buccaneers, la gran pasión de su vida.

Un marido ejemplar

Franks lleva 34 años casado y sigue siendo, dice todo el mundo, un marido ejemplar, tirando a cursi. En el Boeing 707 que utiliza como avión oficial hay cuatro estrellas, como corresponde a un general de su rango, en la parte trasera de su asiento. El asiento de al lado está reservado para su mujer. Atrás, Franks hizo que pusieran cuatro corazones.

Si Franks estima tanto a su mujer será porque, cuando se conocieron, ella, una inteligente profesora de colegio secundario, hizo una apuesta al futuro que pocos hubieran juzgado muy prometedora. El secreto de su inesperado éxito ha sido una capacidad inagotable de trabajo. Como suele ocurrir con los grandes triunfadores, no necesita dormir tantas horas como los demás mortales. Su día empieza, en guerra y en paz, a las cuatro de la mañana. Quizá se haya levantando más temprano aún a lo largo del año que se pasó planeando la guerra actual, estudiando todas las posibles variantes (los "¿qué pasa si esto?, ¿qué pasa si lo otro?", como dijo en una rueda de prensa hace dos semanas) y discutiendo con su jefe político, el secretario de Defensa Rumsfeld.

¿No es éste un gran país?

NO ES NINGÚN SECRETO EN WASHINGTON que el secretario de Defensa, Donald Rumsfeld, un hombre fascinado por las posibilidades militares que ofrece la alta tecnología, se sintió frustrado al principio por lo que consideraba la manera de pensar a la antigua de Franks, su hombre en el mundo islámico. Rumsfeld opinaba que hoy día las fuerzas armadas norteamericanas podían ganar una guerra como la de Irak con unos 50.000 soldados. Más cauteloso, como suelen ser aquellos que han visto la guerra de cerca, Franks insistió en que Rumsfeld le diera cinco veces más tropas. Su visión de la guerra, como la de Colin Powell en su día, consiste en ganar lo más rápido que se pueda al menor precio posible en vidas humanas.

Franks convenció a la Casa Blanca y Rumsfeld tuvo que ceder. Habrá otros analistas militares que dirán que la guerra se podría haber ganado de manera más limpia, pero lo que parece probable es que si Franks no hubiese logrado imponer su punto de vista en el Pentágono, la guerra se hubiera alargado y los muertos hubieran sido más.

Es mucho más astuto de lo que parece y, como Rumsfeld se ha visto obligado a reconocer, "muy inteligente, rápido y bien informado". Interrogado por la prensa norteamericana, el que fue su director de colegio en los años sesenta confiesa que no recuerda muy bien al joven Franks. Hace poco se reunieron los dos y el director le dijo: "No eras exactamente una lumbrera". Y Franks, sonriente y orgulloso, le contestó: "¿No es éste un gran país?"

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