Partituras con furia
No hubo paro en el Liceo. Antes de levantar el telón, se leyó un comunicado del comité de empresa en el que toma posición contra la guerra. Un texto de inequívoca voluntad exculpatoria mientras el resto de los teatros de Barcelona habían optado por no realizar función. Como alternativa, pactaron diferentes turnos para los paros de dos horas y obtuvieron una "concesión (sic)" de la empresa: añadir un texto contrario a la guerra en la cabecera de la hoja de reparto y en los carteles de la fachada del teatro. Al finalizar la función, a las 22.00 horas, el director musical del montaje, Antoni Ros Marbà, invitó a los espectadores a sumarse a la protesta que a esa misma hora realizaron en la vecina plaza de Catalunya actores, técnicos y otros trabajadores de las salas barcelonesas. Bien por los mensajes contra la guerra, pero la realidad fue menos solidaria: mientras que en el resto de los teatros de Barcelona se suspendieron los espectáculos, el Liceo levantó el telón.
Orfeo y Eurídice
De Christoph Willibald Gluck. Libreto de Rainieri de Calzabigi. Intérpretes: Jennifer Larmore, Leontina Vaduva y María José Moreno. Coro y Orquesta del Liceo. Director musical: Antoni Ros Marbà. Director de escena: Andreas Homoki. Escenografía y vestuario: Wolfgang Gussmann. Iluminación: Franck Evin. Producción del Teatro del Liceo. Liceo. Barcelona, 10 de abril.
Entre la lectura de los dos comunicados, dieron Orfeo y Eurídice en una nueva producción dirigida escénicamente por el alemán Andreas Homoki. Se esperaba mucho del director de escena titular de la Komische Oper de Berlín, autor de un estupendo montaje de La mujer sin sombra, de Strauss, que gustó mucho en su presentación liceísta en la temporada 2000-2001. En esta ocasión no dio en la diana. La austeridad de su propuesta pretendía servir los deseos de Gluck y su libretista, Rainieri de Calzabigi, en su reforma del género operístico: frenar los excesos del barroco a base de sobriedad en el canto y en la escena, otorgando un nuevo protagonismo dramático a la orquesta. Cumplió en la sobriedad, pero tanta grisura acabó adormeciendo los instintos reformistas. La idea de partida era buena -Orfeo transmutado en compositor que ha perdido la inspiración y desciende a los infiernos para recuperarla-, pero Homoki no da muchas pistas y, a pesar de algunas bellas imágenes, acaba contando otra historia que no se entiende muy bien. Visualmente, el montaje es elegante, muy sencillo, quizá demasiado para un teatro que presume de tecnología escénica punta y rara vez la emplea con poderío.
Partituras gigantescas dominan la escenografía de Wolfgang Gussmann: hay efectos memorables -las partituras cobran vida y persiguen con furia al Orfeo compositor mientras suena la Danza de las furias en una acción surrealista digna de las primeras películas de Woody Allen-. Pero al final, y aunque la ópera sólo dura una hora y media (se ofreció la versión original vienesa de 1762, sin el ballet final y con añadidos de la versión parisiense: la citada danza y un ballet acompañado con un solo de flauta), la radical austeridad restó emoción al canto y a la hermosa música.
En el agotador papel de Orfeo, Jennifer Larmore mostró excelente sentido musical, bella voz y seguridad técnica, aunque la palidez de sus graves restaron impacto a su animosa actuación. Las dos sopranos estuvieron más discretas en sus poco estelares cometidos. Muy incómoda e insegura, Leontiva Vaduva: cantaba por primera vez Eurídice y no salió airosa; encima, le pusieron una peluca rubia a lo Raffaella Carra y un traje blanco que le sentaban como un tiro. En el papel de Amor, María José Moreno, embarazada de ocho meses y vestida de colegial ridículo, tampoco estuvo muy cómoda: tenía que recoger partituras del suelo y mostró un envidiable sentido del equilibrio al hacerlo.
El coro cantó bien y actuó mejor, acorde con su saludable protagonismo escénico, y la orquesta respondió con acierto, dirigida por un Ros Marbà más inspirado en la búsqueda de colores barroquizantes -estupenda combinación de sacabuches, trompas naturales y tiorba con instrumentos modernos- que en la pura narración dramática. Fue una digna función, aplaudida, aunque también recibió débiles abucheos. No los merecía, a pesar de todo. No siempre se consigue la magia expresiva, la química entre escena, voces y orquesta que sacude emocionalmente al espectador. Se logró el verano pasado en el Festival de Peralada con el sencillo y emocionante montaje de la misma ópera firmado por Comediants y Jesús López Cobos. En el Liceo hubo función, pero faltó la magia.
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