El muerto
"El halago es una moneda falsa que no circularía si no fuera por la vanidad". Lo dijo La Rochefoucauld. Pero hay personas que no necesitan a nadie para ser halagadas, se bastan consigo mismas. Uno no sale de su asombro. Lees las necrológicas que se le dedican a un escritor recién fallecido, las necrológicas que trazan algunos de sus conocidos, y lo que te encuentras es un ejercicio de autohalago: él me dijo que yo era estupendo, él creía en mí, a él le gustaba que yo le contara... Y la figura de Terenci Moix, personaje adorable, se va diluyendo en vanidades ajenas incapaces de alabar al muerto sin arrebatarle una parte de protagonismo. No salgo de mi asombro. Esta misma mañana pones la radio, dispuesto a escuchar las noticias de la guerra ilegal y las últimas declaraciones de nuestros políticos -qué personajes- que deben creer firmemente en aquello de "cuanto peor, mejor", y cada día se despachan con insultos cada vez más subidos de tono sin importarles el papel que representan ante una sociedad ya de por sí bastante crispada. Pones la radio hoy, tal vez con más inquietud, porque entre el número de vidas truncadas, muchos de ellos niños (no sé por qué hay personas a las que les parece una cursilería sentir más desesperanza por las víctimas infantiles), está el nombre de un periodista español, Julio A. Parrado. Los contertulios comentan y hay quien acaba convirtiendo esa necrológica en una alabanza al periodismo y utilizando un plural que arrebata todo el protagonismo al muerto para dividirlo en trocitos repartidos por toda la profesión. El plural también puede esconder una enorme vanidad. El plural del gremio. Menudo gremio. Pero no todos somos iguales. Y menos iguales que nadie son esos periodistas que se marchan a lugares donde pueden perder la vida. Los demás escribimos artículos viendo las guerras en la tele, narradas con gráficos diseñados por ordenador, con música, porque en la tele la guerra tiene música, y con imágenes que a veces parecen cine. No somos iguales. Nuestra vocación es más limitada. Tú estás en tu cocina, tomando un café y escuchando en la radio las palabras de esos reporteros lejanos. La vanidad gremial resulta, en casos como éste -un reportero de guerra muerto-, pornográfica. Inaceptable. Descanse en paz (nunca mejor dicho).
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