'Llibre de les bèsties'
¿Qué naturaleza, que apariencia zoológica hubiera atribuido Raimon Llull, con su impulso fabulador, a los protagonistas de la actualidad, como Ana Palacio, George W. Bush, Condoleeza Rice, Tony Blair o José María Aznar, cuando disponen el mercadeo de una Mesopotamia recién degollada? Porque resultan insuficientes los animales de los clásicos y aún los de la fauna fastástica medieval. La serpiente, el león, la raposa, el lobo, el buitre, incluso el hipogrifo y el vestiglio, son criaturas incapaces de devastar un paisaje, de destruir una casa, un templo, una muñeca, de degollar un hombre, una niña, un guerrillero, un periodista, y después batirlo hasta hacer un puré de piedras, de alfarería, de sesos, y ofrecerlo en botín y festín de la muerte y de la destrucción. Y convocar a los tratantes, y distribuir la ignominia perpetrada, y llamarla acción humanitaria, y ayuda al pueblo saqueado, y repartir buenos dividendos.
El escritor no sabe cómo empezar tanto dolor. Lo de Esopo era ficción alegórica, literatura didáctica, dicho sentencioso, moraleja. Lo tenía chupado, como tantos otros autores de apólogos y bestiarios, donde animales, plantas y aun objetos inanimados, entraban en reflexión y diálogo sobre el mundo de los seres humanos. Y razonaban en verso o en prosa, pero sin cañones ni B-52. Era fácil o eso le parece al escritor, cuando no sabe cómo resolver su problema, cómo explicar que, en medio de la matanza, ya se están otorgando las licencias de compraventa, según la cuota de participación en el genocidio que se sigue cometiendo. El escritor siente náuseas, pero ha de cumplir y no acierta la apariencia animal que debe proporcionarles a los protagonistas de tanta atrocidad. Quizá si descansara un poco, si diera unas cabezadas. Sin apenas darse cuenta se duerme, y sueña. Y en el sueño se le aparece Raimon Llull, dulce y paciente. No te preocupes, le dice, y déjales la apariencia zoológica que tienen, ¿es que aún te parece poco? Además ésa no es la cuestión. Lo que en serio tienes jodido es ponerlos a razonar. Ni el cielo, hermano.
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