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Tribuna:GUERRA EN IRAK | La opinión sobre el conflicto
Tribuna
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Mi derecho a pensar diferente

Esteban González Pons

Necesito escribir este artículo, para decir en público lo injustamente que se ha planteado en España, en mi opinión, el debate sobre el desarme de Irak y, tras el inicio del conflicto, lo sectaria que está siendo la inmediata continuación de ese debate para con el PP.

De entrada, la alternativa extrema entre "guerra no" o "guerra sí" con que se distinguió a unos y otros hace semanas nos dejó fuera de juego a los partidarios del desarme inmediato y sin condiciones de Sadam Husein, a los que amamos la paz y, por ello, sabemos que en ocasiones hay que luchar para preservarla, ser inflexible en su defensa. Si no estabas por el "no a la guerra" con todas sus connotaciones políticas, adquiriendo el paquete completo, tenías que ser un belicista, pero no se contemplaban otras opciones. No se admitían otros "no a la guerra" que no fueran el oficializado, el de la marca registrada y el logotipo homologado, el contrario a la política del Gobierno. Se proclamó una sola verdad pública y, por primera vez en la historia moral de los conflictos democráticos en sociedades libres, hubo un lado correcto y otro incorrecto donde ubicarse, unos propietarios exclusivos de la razón. En España, la oposición a la guerra se confundió con la oposición al Gobierno; la plataforma Nunca Máis cedió el testigo de la pancarta a las plataformas contrarias al conflicto con Irak; los líderes de izquierdas y nacionalistas se pusieron en la foto de todas las manifestaciones y, al final, según ellos si eras del PP no podías ser del "no a la guerra" y si querías ser del "no a la guerra" tenías que dejar de ser del PP. Pero no porque el PP quisiera la guerra, no. Más bien, porque los dirigentes políticos que encabezaron el "no a la guerra" eran también los del "no al PP".

La oposición ha jugado la baza de identificar las siglas del PP con la guerra
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La oposición ha jugado la baza de identificar argumentalmente nuestras siglas con la guerra. Ni en EE UU ni en Gran Bretaña ni en Alemania ni en Francia, en ningún lugar, los líderes de la oposición han llegado tan lejos. Y tampoco se han lanzado a la calle como lo han hecho en España, transmitiendo la sensación de que algo gravísimo e inquietante ocurre en la política nacional. Porque cuando los parlamentarios dejan sus escaños y cambian su tribuna por una pancarta, quiere decir que se sienten insatisfechos de lo que pueden hacer en el Parlamento, que la vía parlamentaria se ha agotado y que necesitan dar un paso más. Pero si esos parlamentarios no hacen en el Parlamento todo lo que podrían (no presentan una moción de censura, por ejemplo) y, sin embargo, se unen a todas las manifestaciones que pasan por su lado, acaban dando la impresión peor aún de que el Parlamento está inutilizado o de que protestar en la calle es la vía cotidiana y la única efectiva para resolver los conflictos en nuestra democracia. Si de verdad se piensa del Gobierno lo que se está diciendo del Gobierno por ahí, se debe presentar una moción de censura, pero, aunque parezca gratuito e inocente, es un error caro buscar la deslegitimación sentimental del Ejecutivo en la calle sin instar también la formal del Parlamento. Con ello se perjudica mucho el crédito de las instituciones representativas, parece que se trata de obtener por la presión lo que se ha renunciado a obtener por el debate o el intercambio institucional de puntos de vista. Se le dan alas a los argumentos antisistema.

De un modo bastante inaudito pero notorio, se ha intentado instalar en buena parte de la opinión pública la firme creencia de que el 95% de ciudadanos que está en contra de la guerra están también en contra del Gobierno y que los dirigentes y parlamentarios del PP constituimos ese exiguo 5% partidario de las bombas y la destrucción. Sin matices ni mayores explicaciones. Así que esta es la conclusión obligada para todos; si el PP quiere la guerra y el pueblo quiere detenerla, no hay más que paralizar a este partido para que la guerra se pare. Quien quiera parar la guerra tiene que parar a los del PP, es el mensaje subyacente en multitud de discursos nacionalistas y de izquierdas sobre este tema. No digo que se aliente la violencia contra el PP ni tampoco que se justifique, más bien lo contrario, se condena con contundencia. Ahora bien, sí digo que esa violencia se explica en algunos discursos y que, en otros, encuentra amparo causal. Si se proclama desde la tribuna del Congreso que los del PP somos los responsables de la muerte de niños en Irak, ¿cómo no entender que quien lo escuche y no quiera más niños muertos (todos los españoles, por supuesto) no vaya a detener al PP de cualquier modo que esté a su alcance?

Leemos en los periódicos a intelectuales que dicen que España está bajo una dictadura igual a la de Irak; vemos en televisión a artistas que, además de promocionar el boxeo, tildan de fascista a un Gobierno salido de las urnas; contemplamos cómo los estudiantes de políticas cuelgan simbólicamente de las barandillas de su facultad a los diputados "asesinos" del PP; algún prelado desliza que podría darse para nosotros una excomunión con la que nunca amenazó a ningún radical dirigente político vasco; se animan y se jalean desde algunos medios importantes las deserciones en las filas populares como si deshacer al PP fuera un objetivo deseable y, sin embargo, muy pocos se atreven a ver que estos discursos tan excitantes están dañando puentes y consensos esenciales para nuestra convivencia democrática.

El otro día, en la provincia de Cádiz, Carlos Iturgaiz tuvo que refugiarse en una sede para protegerse de quienes le gritaban "asesino" y, hace poco, un grupo de famosos actores se negaron a cenar con Alberto Ruiz-Gallardón porque no renunciaba a sus ideas y, en su opinión, no era "pacífico". Javier Madrazo, la cara de IU en el Pacto de Estella, ha comparado a Aznar con un terrorista de ETA y Pasqual Maragall, la cara nacionalista del PSOE, con el nazi Goering. Y yo pregunto. ¿Por qué el pacifismo de algunos para con Sadam Husein se traduce en intolerancia hacia nosotros, sus democráticos vecinos? ¿Qué interés puede tener nadie en alentar viejos desasosiegos y despertar desconfianzas históricas? ¿Qué prisa, qué urgencia puede justificar eso? Si los del PP nos asustamos y no hacemos política o desertamos y fragmentamos el partido, como interesadamente nos sugiere que hagamos la oposición, ¿de verdad alguien se cree que así se gana algo que merezca la pena?

No pido que nadie nos de la razón; pido que nadie se crea poseído por ella. Porque si uno despoja de cualquier rastro de razón moral a los otros, los convierte en contendientes políticos sin causa, intrascendentes y prescindibles. Perseguibles. Se nos puede decir que contra Sadam se lucha mejor de una forma o de otra, pero no que somos culpables por enfrentarnos a Sadam.

Este artículo es para pedir que se nos tolere pensar libremente, pensar distinto, pensar diferente. Este artículo es para pedir que nadie se crea representante exclusivo de la voluntad popular sólo por haber estado a la cabeza de una manifestación en la que hubo muchísimas personas, pero en la que también faltaron muchísimas más. Este artículo es para pedir que se entienda que no hay una sola forma de luchar por la paz, que nuestra aspiración a la paz es tan honda y legítima como la de cualquiera. Este artículo es para aclarar que son las contradicciones de la oposición, la comparación simple entre lo que hicieron cuando eran Gobierno y lo que dicen ahora, las que nos hacen dudar de la buena intención de quien presume de acertar siempre. Este artículo es para pedir que se condene, alto y claro, como se sabe hacer cuando se quiere, la asfixia política a la que se está sometiendo al PP por compartir hoy la opinión de los partidos republicano y demócrata, laborista y conservador, de las nada desdeñables democracias británica y norte-americana. Este artículo es para pedir tolerancia, sensatez y responsabilidad entre nosotros, los demócratas españoles. Que no nos tengamos que arrepentir por haber abierto la vieja caja de los truenos cuando más cerrada estaba y la habíamos olvidado. Ahora estoy en paz, ya lo he dicho.

Esteban González Pons es senador y portavoz del Grupo Popular en la Cámara alta.

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