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L'Europe c'est moi

En uno de los mejores relatos de Evelyn Waugh, ambientado en África, la imagen que se ofrece del embajador francés es la de un conspirador compulsivo, a la manera de ese enviado soviético que aparece en Volando hacia Moscú, de Kubrick, incapaz de resistir la tentación de espiar hasta el último minuto. También es cierto que Waugh era inglés, y que la abundante literatura anglosajona ambientada en países exóticos -Conrad, Kipling, Stevenson- había llegado a producir la impresión de que los únicos expertos en la materia eran los ingleses. Supongo que mi anglofilia de la época escolar se debe en gran medida a este tipo de lecturas. Mi francofilia se desarrolló cuando ya era universitario, tras conocer París, y su carácter absorbente relegó a un segundo plano mi interés por otras literaturas, como la de lengua alemana, que sólo descubrí años más tarde.

Si menciono mi arraigada francofilia es para no ser mal entendido al decir que la figura de ese embajador francés que conspira contra sus colegas occidentales evocada por Waugh parece haber resucitado en las semanas que precedieron al ataque angloamericano a Irak, encarnado en la persona de Jacques Chirac. En teoría, con el legítimo propósito de oponerse a una guerra que Bush ha diseñado invocando razones que poco tienen que ver con sus verdaderos motivos. Pero lo cierto es que las razones invocadas por Chirac para oponerse a tal diseño tampoco tienen demasiado que ver con las que realmente le han llevado a adoptar semejante actitud; fundamentalmente, las inversiones francesas en Oriente Próximo y cuestiones de preeminencia político-económica en diversas partes del mundo, y muy en especial en el África negra. De haber conseguido hacer abortar el ataque, el papel de Francia en el mundo, y sobre todo en la Unión Europea, hubiera ganado protagonismo. Sin embargo, el Gobierno que preside no tuvo en cuenta los daños que con tal actitud podría provocar en la Unión Europea y en la ONU ni el hecho de que una vez declarada la guerra hasta la propia Francia estaría interesada en que acabara lo más rápidamente posible, razón por la que a partir de ese momento ha optado por guardar silencio. Al propio tiempo, ha empezado a cundir el temor de que Francia terminara por convertirse en chivo expiatorio de errores propios y ajenos, de forma que la derrota de Sadam fuera en cierto modo su propia derrota. La verdad es que en Francia, como en España, Inglaterra y hasta en Estados Unidos, ha habido siempre opiniones para todos los gustos, por lo que no deja de resultar curioso el intento de hacer un problema de Francia de lo que es un problema de su Gobierno.

El antiamericanismo en política exterior del actual Gobierno francés contrasta, por otra parte, con la creciente americanización de la sociedad, entendida como una especie de puesta al día, un fenómeno mucho más profundo de lo que el turista suele percibir. El comienzo de este proceso es, por supuesto, anterior a Chirac, ya que arranca de los años de la posguerra, pero ha encontrado en Chirac uno de sus mayores impulsores, especialmente en lo que al mundo de los negocios se refiere. No se trata de que sea normal decir weekend por fin de semana, sino de esa profunda transformación de los hábitos cotidianos que en su última obra denuncia, por ejemplo, Michel Houelebeck, quien ve en la "sonrisa imbécil" (sic) de Chirac el mejor símbolo de tal proceso. Un antiamericanismo, así pues, que procede de la frustración de no ser americano o, cuando menos, de que Francia no ocupe el lugar de Estados Unidos en el concierto de las naciones. Aunque, seguramente, la gran frustración de Chirac es no ser De Gaulle. La autoridad que De Gaulle parecía expandir con su mera presencia le falta por completo a Chirac, pese al síndrome del anfitrión del que hace gala, se encuentre en casa propia o en ajena. Más que de Astérix, su caricatura sería la del inspector Clouseau.

La obsesión por la preeminencia de Francia en el mundo que caracteriza a determinados dirigentes franceses acaso les impida advertir que en amplios sectores de la francofonía Francia empieza a ser considerada con la misma prevención con que en otras áreas se valora a Estados Unidos. Y es que mientras en el mundo cundían las protestas contra el anunciado ataque a Irak, el Gobierno de Chirac mandaba tropas a República Centroafricana a fin de contrarrestar o respaldar -lo mismo da- el golpe de Estado que allí se había producido, sin preocuparse de dar explicaciones a nadie y sin que nadie se las pidiera. Eso, a las pocas semanas de que la tropa enviada a Costa de Marfil se viera incapaz de impedir que los edificios de la representación diplomática y cultural francesa en el país fueran asaltados por unas masas que gritaban "¡vivan los americanos!". Como en el caso de Ruanda, las cuestiones económicas se superponen a otras culturales y lingüísticas muy complejas, cuya solución, en cualquier caso, no depende del número de paracaidistas enviados.

Pero donde la torpeza de Chirac puede tener unas consecuencias negativas más directas es en Europa. Téngase en cuenta que, contra lo que él mismo daba a entender al erigirse en portavoz de Europa, los únicos países que le respaldaban eran Bélgica y Alemania. Y Alemania, con mucha sordina, ya que ni los respectivos gobiernos son especialmente afines ni han caído en el olvido anteriores roces de carácter político-económico. Similares recelos abrigan otros países, particularmente sus vecinos inmediatos, como es el caso de Inglaterra y de España, tanto en lo que se refiere a problemas políticos internos cuanto en las relaciones con terceros países. De Gaulle, uno de los políticos de más talla del siglo XX, no pretendía engañar a nadie al exponer su idea de Francia y de Europa. Su Europa era la Europa de las patrias, una Europa en la que cada país debía seguir siendo lo que había sido, lo que no entraba en contradicción con su certaine idée de la France. Chirac, en cambio, elegido de carambola en las últimas elecciones, se obstina en que los intereses de Europa sean ni más ni menos que los de Francia, sólo que sin decirlo. Con lo que su idea de Europa no pasa de ser une certaine idée de Chirac.

Luis Goytisolo es escritor.

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