Culpables
Parece mentira pero es rigurosamente cierto. Una vez comprobado que Irak carece de un pueblo agradecido y dotado de la suficiente grandeza de alma como para recibir a sus libertadores con una lluvia de pétalos de rosa, hay que aceptar lo evidente: Irak tiene habitantes. Malintencionados, diría yo. Su perversión es tal que, entre esos habitantes, ¡hay mujeres! Entre esas mujeres, las hay que han tenido el descaro de ¡ser madres! Por consiguiente, en Irak, contra toda previsión, hay niños y niñas. Ello, con ser una afrenta para los macho-men de la vigilancia occidental, no es todo. En Irak se dan también, están e incluso circulan ancianos y ancianas.
Estos individuos de diverso tamaño, sexo y edad tienen algo diabólico en común. Y es que, allá donde se encuentren, sea en el comedor de sus casas, escuchando, temblorosos, el bramido de los B-52 acercándoseles; o en el interior de un precario refugio, abrazándose y rezando para sobrevivir; o bien en un mercado, o atravesando apresuradamente una calle... Cualquiera que sea su situación, se atreven a interponer sus cuerpos en el camino de nuestras bombas inteligentes (que, dada su inteligencia, preferirían dedicarse a mantener correspondencia con Aznar), e incluso se hacen despedazar por el impacto de las bombas de fragmentación.
¿Hasta dónde quieren llegar esos saboteadores, en su afán por desprestigiar a la Santa Coalición y sus países canalla-calderilla acompañantes? ¿Es que vamos a seguir tolerando, impasibles, emboscadas tan tremendas como la que sufrieron los soldados de un control cuando se les acercó un vehículo-trampa lleno de mujeres y niños y conducido (suprema astucia) por una hembra iraquí, descontrolando completamente a sus salvadores y lanzándose contra su lluvia de balas?
A ver si dejamos de hablar de una vez de las víctimas civiles y nos centramos más en el sufrimiento de Fray Escoba-Powell para mantener el estilo negro-liberal; en los esfuerzos que realiza Rumsfeld para lucir cual representante de bragueros y no como el miserable que es; y en el meritorio recuento que efectúan los tertulianos a sueldo del PP, evocando cadáveres previos, para usarlos como tapadera de esta escandalosa orgía de sangre.
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