Treinta y siete muertos en el asalto e incendio a la sede de la embajada de España en Guatemala
El embajador, Máximo Cajal, responsabiliza de los hechos, en los que murieron dos españoles, a la policía guatemalteca
Todos los miembros de la embajada española en Guatemala, excepto el embajador, Máximo Cajal, que logró escapar, murieron ayer en el incendio de la sede diplomática de nuestro país, producido después de su ocupación por un grupo de campesinos que querían protestar por la represión que se ejerce en ese país centroamericano, y el posterior asalto violento de la policía. En el suceso murieron 37 personas, la mayoría de ellas asaltantes campesinos de la embajada. La mayor parte de las muertes fueron causadas, después de la explosión de un coctel molotov, por los disparos de la policía guatelmalteca. El Gobierno español, reunido de madrugada en el palacio de la Moncloa, convocó al embajador guatemalteco en Madrid. A las tres de la madrugada no se conocía la decisión oficial, pero fuentes oficiosas se refirieron a la posibilidad de una interrupción de relaciones diplomáticas con Guatemala. El secretario general de las Naciones Unidas, Kurt Waldheim, deploró anoche «profundamente» los sucesos de Guatemala.
Treinta y siete han sido los muertos, según el enviado especial de EL PAIS, Angel Luis de la Calle. Víctimas son el primer secretario de la embajada, Jaime Ruiz del Arbol, y una súbdita española, María Teresa de Villa, que se hallaba en la sede diplomática realizando una gestión. Asimismo murieron Felipe Saiz, guatemalteco, canciller de la misión diplomática española, y tres secretarias, todas de nacionalidad guatemalteca. Con el embajador estaban, en el momento de producirse la ocupación campesina, el ex vicepresidente de Guatemala Eduardo Cáceres Lenhoff y el ex ministro de Asuntos Exteriores guatemalteco Adolfo Molina Orantes, que también resultaron muertos. Cinco horas después del asalto a la embajada, el edificio, casi totalmente destruido, registraba un caos absoluto, sin vigilancia policial; documentos y demás enseres de la sede diplomática estaban a merced de cualquiera que quisiera apoderarse de ellos. Según las primeras deducciones, el grupo de campesinos podrían ser miembros del Ejército Revolucionario de los Pobres. Sin embargo, otras informaciones, procedentes de círculos cercanos a los propios campesinos, desmintieron este extremo, y periodistas locales aseguraron que se trataba de un nuevo grupo guerrillero. Los campesinos habían ocupado la embajada española sobre las once de la mañana, hora guatemalteca, seis de la tarde hora de Madrid. Los asaltantes obligaron a los diplomáticos y a sus visitantes a reunirse en el despacho de Máximo Cajal, quien observó que los ocupantes llevaban vituallas suficientes para quince días, además de cocteles molotov y algunas pistolas. Dos horas después de que se produjera la ocupación, la policía, que había rodeado el edificio, irrumpió en el recinto diplomático, forzó con objetos contundentes la puerta del despacho del titular del la embajada y desoyó los gritos con los que el señor Cajal trataba de disuadirles, en vano, de que usaran la fuerza. En ese forcejeo, que se produjo, según las distintas fuentes, sobre las 15.30 (hora guatemalteca), un campesino lanzó un coctel molotov contra la puerta que había sido forzada. Entonces comenzó a incendiarse el despacho y el resto del inmueble y la policía comenzó a disparar. En medio de la confusión, Máximo Cajal, que se hallaba cerca de la citada puerta, se lanzó hacia la salida, a pesar de las quemaduras que había sufrido. En la calle, el embajador fue detenido y conducido a un coche celular hasta una clínica privada, en la que le fueron apreciadas quemaduras de primer y segundo grado. Mientras iba en camilla, el señor Cajal hizo unas declaraciones a una emisora guatemalteca en las que responsabilizó a las autoridades que estaban a cargo de la situación de todo lo que pudiera ocurrir en el recinto diplomático.
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