El futbolista rockero
Álvaro, al que una grave lesión de rodilla truncó su carrera en el Madrid, endulza con la música su suplencia en el Getafe
A Álvaro Benito, de 26 años, se le iluminan los ojos cuando habla de música y se le hiela la sonrisa cuando habla de fútbol. "Ahora mismo estoy muy desilusionado con el fútbol", dice cabizbajo, como si sintiera pudor de desmoronar aspiraciones clavadas muy dentro. Al mencionarle el grupo musical que lidera, Pignoise, y augurarle un futuro en la escena del rock, recupera la sonrisa: "La música me está llenando. Lo pasamos muy bien. Eso es lo más importante".
Se ha cortado el pelo y una leve cresta asoma por el centro de su cabeza. Un aro plateado brilla en su oreja izquierda. Y repite, alborozado, términos como melodía, ensayo, punk o Green Day, la banda norteamericana que le sirve de espejo. Álvaro ha asumido la pose del rockero y, poco a poco, se desviste de la gélida apariencia del futbolista. No le importa. En lo más triste de su alma, ha arrinconado aquellas carreras por la banda con la camiseta del Madrid, llenas de cambios de ritmo, quiebros y amagos. Prefiere regocijarse en los preparativos del próximo concierto.
Tenía 20 años y un prometedor futuro. El entonces entrenador madridista, Fabio Capello, le concedía minutos y le regaló peso epecífico en un equipo con Mijatovic, Suker, Roberto Carlos y Seedorf. Pero, en un partido con la selección sub 21, en Tenerife, surgio la tragedia. No recuerda si sintió dolor, sólo el despiadado escalofrío del peor presagio. Comenzó una carrera de quirófanos y gimnasios. Su rodilla rota no ofrecía síntomas de recuperación.
"Por aquella época, mi principal preocupación no era regresar a los terrenos de juego a toda costa, sino saber si iba a llevar una vida normal. Ahora no puedo hacerme a la idea de lo mal que estuve", comenta. A Álvaro se le nubla la memoria. O quiere nublársela. La convalecencia le enclaustró en casa. Tuvo que convivir con la frustración y desfogarse con la música. Tocaba la guitarra, pero decidió comprarse una batería y, casi sin querer, dos amigos empezaron a interpretar versiones de Green Day. Era la gestación de Pignoise.
"La música era un entretenimiento como cualquier otro. No creo que pueda decir que me salvara, pero sí que me ayudó a sobrellevar las lesiones", matiza Álvaro. No duda de que todo aquel calvario le endureció el carácter: "La familia y los amigos me ayudaron, pero sigo pensando que la clave para salir adelante estuvo en mi fuerza interior. Fue una etapa negra".
El Madrid le dio un trato modélico, pero enturbiado por el desenlace: "Me renovó cuando estaba lesionado y me ayudó hasta mi recuperación. Sin embargo, cuando mi regreso era un hecho y necesitaba minutos, no me los dieron. Bajé al filial para jugar y eso no ocurrió".
Después del Madrid, el Getafe, club al que pertenece. Álvaro cuenta que estuvo llamando a varios clubes de Primera y que le prohibían entrar en cuanto describía el estado de su rodilla. Apenas ha jugado. Ni con Felines, el anterior técnico, receloso de que en sus ratos libres rinda homenaje al rock-punk, ni con Mel, el actual.
"Creo que puedo jugar en ese equipo. Lo pensaba cuando llegué y lo pienso ahora. Intento asimilar la situación desde otras perspectivas: somos 25 en la plantilla y hay mucha competencia", explica. Sin embargo, las razones de su ostracismo las encuentra en otros aspectos, aunque no quiera creerlo. "Con Felines estaba claro que mi afición a la música, lo del grupo y todo eso, le influía mucho para ponerme como titular. No creo que la música sea mala para jugar", añade. Y cree saber que con Mel todo seguirá igual.
A medida que avanza la conversación, el desencanto y la tristeza asoman por los ojos de Álvaro. Al fin y al cabo, alguien le ha derrocado de un sueño: "El fútbol es un mundo cerrado, repleto de prejuicios. Cuando surge alguien que se sale de la norma, lo apartan. En mi caso ha sido la música. Y eso que sigo llevando una vida ordenada". Así que, como se le olvidaba el ánimo de la grada y el apetito de gol, escogió el calor del público en los recitales. Era la confirmación de Pignoise.
Cambio de tema. La actitud de Álvaro es diferente: si antes esbozaba una sonrisa de vez en cuando, ahora no se le cae de la boca. Álvaro, Polo y Pablo componen esta joven banda de gusto por el rock potente de raíz punk, en la línea de Green Day o Ramones. Polo también es futbolista: juega en el Rayo B y, como su compañero, soporta la suplencia con resignación. Se conocían de hace tiempo por muchas aficiones comunes: fútbol, música y Play Station. Pablo fue el último en llegar. Alterna clases de interpretación con la música. Arrastrados por la energía de Alvaro, se infiltraron en un proyecto musical que les tiene felices. De hecho, tienen su primer disco en el mercado: Melodías desafinadas.
"No podemos decir que somos rockeros a tiempo completo. Nos dedicamos a la música cuando el fútbol lo permite. Cuando tengamos vacaciones,nos iremos de gira", declara Álvaro. Pero la doble faceta de este futbolista se está desequilibrando a medida que no pisa el césped. Por eso, porque el fútbol le desplaza y la música le recibe con los brazos abiertos, concluye con un velo de pesimismo: "En el fútbol quiero llegar hasta donde me dejen. Pero es complicado. En cuanto a la música, creemos que el producto es bueno. El tiempo dirá".
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