En recuerdo de Jean-Pierre Miquel
En su casa de Vincennes, y en la madrugada del día 22 del pasado mes de febrero, moría Jean-Pierre Miquel, actor, director de escena, escritor de ensayos, director artístico del Teatro Nacional del Odeón, director del Centro Dramático Nacional de Reims, director del Conservatorio de Arte Dramático de París y finalmente administrador de la Comedíe Française durante ocho años.
En Madrid, a mediados del mes de mayo de 2001, Jean-Pierre comenzó los ensayos del Dom Juan de Molière, invitado por la Compañía Nacional de Teatro Clásico.
Tuve la gran suerte de estar entre los actores seleccionados por él para el reparto. Aquel señor tan sumamente parisiense, nos sentó alrededor de una mesa y poco a poco nos fue descubriendo los entresijos de un Dom Juan desconocido para nosotros, a la vez que nos descubría otra forma de hacer, entender y vivir el teatro. Como el mítico Louis Juvet, Jean-Pierre defendía que el teatro se hace "con placer y en libertad". Esto, que parece una máxima, fue una realidad.
El ambiente de libertad que creaba en los ensayos era tal que los actores teníamos la sensación de ser nosotros los creadores del espectáculo, y no él. Con su tacto de gran maestro, consiguió que diéramos lo mejor de cada uno de nosotros al montaje. ¡Las ganas de ensayar se nos notaban tanto! Al final de cada día, y después de hacer un último ensayo "pour le plaisir", toda la compañía le celebrábamos al grito de ¡Vive monsier le directeur! Personalmente, yo nunca había vivido algo así.
Gran partidario del trabajo en equipo, depositaba su confianza en todos y cada uno de los que estábamos a su alrededor; y así nos contagiaba esa sensación de estar creando algo bueno, valioso, profundo, pero a la vez sencillo y simpático, dentro de "una atmósfera feliz", como él decía.
Este gran hombre era un defensor nato del teatro casi en estado puro, el teatro basado en los actores y alejado de los artificios de la tecnología, que "atropella la magia de la palabra"; no en vano definía el teatro como "el lugar donde la gente viene a escuchar su propia lengua".
Dom Juan y Jean-Pierre eran auténticos, elegantes, inteligentes, seductores que "raramente confiaban el fondo de su pensamiento". También eran arte, seriedad, risas, cariño, amistad sincera y sin tonterías, generosidad, entrega, respeto y, claro está, fiestas; cualquier pequeño pretexto era bueno para organizar una fiesta en su casa. Realmente Jean-Pierre y Dom Juan eran buena gente y buen teatro.
Ciudadano comprometido con su tiempo, tras el 11-S, y con motivo de una cena en su honor en la Embajada francesa, hizo un discurso que fue premonitorio. Reclamó para Europa el papel de la razón y la reflexión en el conflicto que ya entonces se adivinaba, y la vieja Europa, al parecer, siguió su consejo; por desgracia otra Europa, la Europa de los opositores a nuevos ricos, ha seguido el camino equivocado de la barbarie y la destrucción.
Como buen francés, Jean-Pierre consideraba que el teatro era un bien social de primer orden, y le dedicó toda su vida. Y la sociedad francesa le demostró todo su cariño el día que se le dijo adiós. En Madrid, donde vive parte de su familia, también se le dedicó un íntimo homenaje días pasados. Estaría bien que nosotros cuidásemos nuestro teatro con su mismo amor y dedicación.
Con todo mi cariño, ya sólo me resta decirle: gracias, muchas gracias y hasta siempre, mi querido "monsieur le directeur".-
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