Barcos que se hunden
Cuando la besaba, le gustaba bajar, lentamente, por el cuello, hasta llegar al hombro. Allí, tras apartar un poco la ropa, se detenía en una marca de nacimiento, clara como la arena y de perfil abrupto como un litoral extraño. Besar aquella zona de su piel le producía una sensación especial, ya que se trataba de una marca que generalmente no quedaba a la vista. Sentía el orgullo del único conocedor de un secreto antiguo y turbador. Un día descubrió que una pequeña mancha negra había surgido al lado de la marca del hombro. Apartó sus labios, y le preguntó qué era. Ella dijo que no lo sabía, que seguramente nada, pero la rapidez y la naturalidad forzada de la respuesta le preocuparon. Día tras día, la mancha fue creciendo. Ella fingía que no se daba cuenta, y él no volvió a preguntar. Últimamente, cuando la besa, baja rápidamente hasta el hombro, como quien cumple un trámite, e intenta pasar lo antes posible a otras zonas de su piel. Y a veces levanta la vista, inseguro, pero la mirada ausente de ella está perdida en la pared, o en la televisión, donde aparecen imágenes de barcos que se hunden y manchas de veneno que afloran.
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