Convaleciendo
¿Es Odón Elorza un candidato constitucionalista, o guarda ADM (armas de destrucción masiva) en las arcas municipales? Perdonen el chiste facilón, pero no lo hubiera dicho si no creyera que encierra algo de verdad. Le he dedicado más de una columna crítica a mi alcalde, y no creo que me tenga entre sus incondicionales. Lo encuentro políticamente confuso, a veces inoportuno, aunque he solido intentar explicarme la dispersión y vaguedad de sus propuestas, en exceso seráficas, atribuyéndolas al deseo de encontrar ese punto de síntesis que le permita representar a una mayoría de ciudadanos donostiarras, que él sitúa en el ámbito de la progresía. Ahora bien, dejando a un lado la escasa oportunidad de sus propuestas, que lo convierten en blanco fácil de los partidarios de la confusión, jamás lo incluiría entre quienes rechazan la Constitución española. Sería un sarcasmo, pues creo que se batió el cobre defendiéndola -yo lo vi- cuando aún era un pipiolo. Sólo quienes consideran el constitucionalismo como una nueva versión del Santo Oficio pueden cometer la insensatez de expulsar a Odón de ese campo. Pero es ahí donde van a centrar algunos la campaña contra él. Mi alcalde tiene otros defectos, pero no ése. Utilizar la Constitución para excluir y señalar enemigos creo que es hacerle un flaco servicio. Y me parece inadmisible.
Los pensamientos transcurren con algún sopor y demora cuando uno se halla convaleciente. No está mal, porque eso los sensualiza, he ahí una de las gracias de la enfermedad, que acaba corporizándolo todo. Lástima que éste sea un mal momento para el sopor y para recrearse en él. El momento exige un estado de alerta, ya que es casi con toda seguridad el más delicado de los últimos años. La política española parece que acaba convirtiéndose en un problema de orden público -gravísima reducción-, y tengo la impresión de que es el honor, ese viejo concepto, el que está movilizando a la ciudadanía de nuestro país. El honor de ser español, quizá un sentimiento débil pero desprovisto ya de vergüenza, se ve de nuevo socavado por quienes han escenificado una grandeur algo bufonesca. A los ciudadanos de este país nos costó llegar a atravesar nuestro vecindario sin tener que guardar colas especiales. Por fin ocupábamos el lugar natural que nos correspondía y no estábamos dispuestos a admitir que ningún mandamás nos lo cuestionara. Lo ha hecho, y eso ha disparado el patriotismo del corazón. Frente al patriotismo constitucional, esa nadería innecesaria avalada por el afán de notoriedad de cuatro idiotas, la gente sale a la calle impulsada por el patriotismo de la normalidad. Y al Gobierno sólo se le ocurre llamarles bárbaros y hacerse la víctima
Mientras se convalece, la guerra, el sonido que nos llega de ella a través de los medios, añade un toque fantasmagórico a nuestra percepción de la realidad. Esa imprecisión borrosa de lo que percibimos aún se hace más llamativa al contrastarla con lo que esperábamos de los acontecimientos. Me parece más estar asistiendo a la guerra entre dos mundos que al choque entre dos fuerzas que pertenecieran a un mismo mundo. Entre un soldado estadounidense y otro iraquí, la distancia no parece sólo temporal -de siglos-, sino también de universos. Es lo que convertiría a esta guerra en un escándalo, si uno no hubiera perdido hace tiempo toda capacidad de escandalizarse. ¿Viendo lo que estamos viendo, tenían algún fundamento los argumentos que se utilizaron para justificar esta guerra?
La enfermedad tiene su verdad, corpórea, sensorial, inapelable. Es una verdad íntima e intransferible que se hospeda en el cuerpo de uno. Pero nos cierra un poco hacia la verdad exterior, que se amojama, pierde brillo y se torna indistinta. Y tengo la impresión de que el mundo nos está pidiendo que le tendamos una mirada de enfermos. Nunca antes pudimos contemplarlo con el esplendor y la amplitud con que ahora se nos ofrece, pero tampoco tuvimos nunca la sensación actual de si ese esplendor panorámico no será en realidad un espejismo. ¿De qué podemos fiarnos en este espectáculo del mundo en el que el previsible dolor de Bagdad se convierte en el fulgor de una bengala en la noche? ¿Hasta dónde hemos sido engañados? Como al enfermo, nos queda el interior, afianzarlo, cultivarlo. Acaso sea la única forma de salvar la vida, de vivir a secas.
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