_
_
_
_
GUERRA EN IRAK

El Ejército norteamericano renueva su arsenal con armas de microondas

Su eficacia teórica consiste en generar una intensa descarga eléctrica que 'fría' los circuitos electrónicos en centenares de metros

Rafael Clemente

Cada guerra tiene su arma. Para el ejército norteamericano, en Corea fue el jet; en Vietnam, el helicóptero; en la primera guerra del Golfo, las municiones de precisión; en Afganistán, los aviones de reconocimiento sin piloto. Ahora, en la guerra de Irak, se dijo que la novedad sería el arma de microondas. A la hora de cerrar esta edición no hay noticias de su empleo.

El concepto de las armas de microondas parece arrancado de la ciencia ficción. Se trata de generar una intensísima descarga eléctrica (o, con más exactitud, de ondas electromagnéticas de alta frecuencia) que literalmente fríe los circuitos electrónicos situados en un radio de algunos centenares de metros. Es el mismo concepto que el EMP, el pulso electromagnético que se produce en las explosiones nucleares y cuyo efecto sobre equipos de control y comunicaciones es igual de desastroso.

Desde un punto de vista humanitario -y economicista- la ventaja de estas armas es que no producen efectos letales masivos sobre la población, aunque tampoco son desdeñables. Destruyen los equipos sobre los que hemos construido nuestra vida diaria: emisoras y receptores de radio y televisión, ordenadores, reguladores de las redes eléctricas, radares y sistemas de alarma...

Caos electrónico

Un ataque con estas armas en una zona urbana produce un completo caos: Falla el suministro de energía eléctrica, los automóviles se detienen en medio de la calle (al menos, los modelos equipados con encendido electrónico), la mayor parte de los equipos de diagnóstico hospitalario quedan inutilizados, radio y televisión dejan de emitir; las redes de telefonía enmudecerían.

Más graves son otros efectos

colaterales: Los aviones que están en el aire se precipitarían al suelo; los centros de control aéreo y ferroviario quedarían inutilizados. Incluso fallarían los marcapasos implantados en pacientes o los monitores en las unidades de cuidados intensivos.

En la anterior guerra del Golfo, la primera oleada de ataques contra Iraq incluyó como objetivos las redes de suministro de energía eléctrica. Se utilizó una docena de misiles Tomahawk cargados con miles de fibras de carbono que dejaban caer sobre las centrales de distribución.

No se trata de daños pasajeros. Todos los chips electrónicos afectados quedarían carbonizados por dentro. La única solución consistiría en rehacer desde cero toda la red afectada... Ésta es una oportunidad de negocio que sin duda no ha pasado desapercibida a quienes esperan hacerse con un contrato de reconstrucción del país.

Eran hilos casi invisibles, de un par de metros de longitud que se depositaban como telarañas sobre las salidas de los transformadores y en las líneas de alta tensión. Resultado: Un cortocircuito masivo: Los interruptores automáticos se abrían y medio país quedaba a oscuras.

Otros ataques se hicieron con equipos similares pero con fibras del tamaño de alfileres. El misil las liberaba en forma de nube sobre edificios militares. Absorbidas por los ventiladores del aire acondicionado, se diseminaban por todo el edificio, contaminando ordenadores y demás equipos electrónicos.

En realidad, ni las centrales ni los sistemas auxiliares sufrían daños permanentes; pero cualquier intento por restaurar el servicio era inútil hasta que se limpiasen todas las fibras. Y éste era un trabajo lento y complicado.

Ahora, las nuevas armas de microondas amenazan con conseguir los mismos resultados, con un nivel de destrucción muy superior. Para transportarlas se utilizaría el mismo tipo de vector que entonces, misiles crucero Tomahawk lanzados desde submarinos o buques de superficie. Son una especie de aviones sin piloto, subsónicos, que vuelan a muy baja cota.

Los misiles crucero utilizados hace 10 años se guiaban gracias a un mapa electrónico almacenado en su ordenador. Los nuevos modelos -más ligeros, con más alcance y más capacidad de carga- emplean, además, un sistema GPS en el que basta con introducir las coordenadas del objetivo. La reprogramación es mucho más rápida y precisa.

Algunos de estos nuevos misiles han sido equipados con un proyector de microondas. Aunque se desconocen sus detalles, parece que existen dos modelos básicos. Uno se basa en unos conductores de cobre inmersos en un intenso campo eléctrico y rodeados de media tonelada de explosivo.

Al estallar, los conductores se cortocircuitan y se produce una corriente instantánea del orden de 10 millones de amperios, suficiente para originar un impulso electromagnético en un área que se estima del tamaño de un campo de fútbol. El mayor inconveniente es que el haz no es direccional y difícil de concentrar sobre el blanco.

El otro modelo utiliza condensadores eléctricos que al descargarse causan los mismos efectos. En ambos casos, la potencia que se pone en juego está entre uno y dos gigavatios. El cómo se utilizaría este tipo de armas está abierto a especulación.

Aprovechar las rendijas

Por razones obvias, pocos responsables militares han querido apuntar nada al respecto. El objetivo teórico serían cuarteles generales y centros de comunicaciones. Muchas de estas instalaciones se encuentran alojadas en búnkeres subterráneos, difíciles de alcanzar con explosivos convencionales. Pero todos ellos disponen de entradas de aire, y cables. Son esos pequeños resquicios los que ofrecen el camino al misil.

Una segunda categoría de objetivos la constituye el entramado financiero y la maquinaria de producción industrial. Ordenadores bancarios, cajeros automáticos y todas las herramientas con control electrónico quedarían fuera de servicio. En el caso de Irak, la amenaza es aún mayor puesto que, al tratarse de un país esencialmente agrícola, tiende a concentrar la mayor parte de estas actividades en sólo unas pocas ciudades como Bagdad, Mosul o Basora.

En todo caso, al margen de qué tipo de arsenal use el Ejército atacante, la ya maltrecha estructura social, económica y militar de Irak puede quedar al borde del colapso.

La reconstrucción del país requerirá años.

GPS precisos

Desde que en mayo de 2000 Estados Unidos eliminó la degradación intencionada de las señales GPS, la precisión del sistema ha aumentado mucho. Hoy, un receptor comercial permite fijar la posición de cualquier punto con un error inferior a 2,5 metros en el 50% de los casos, y con otro menor a 7 metros, en el 95%. Si se emplean técnicas más elaboradas, como el GPS diferencial, el error cae a la mitad. En casos extremos, como las militares, se habla de desviaciones medidas en centímetros.

Las fuentes de error son múltiples: Para conseguir una medida exacta deben compensarse anomalías de transmisión en la troposfera (para eso se emplean mediciones en dos frecuencias distintas), variaciones de presión atmosférica, efecto Doppler debido al movimiento relativo de los satélites y rebotes de la señal en obstáculos.

La clave del sistema GPS estriba en medir con gran exactitud el tiempo que tardan diferentes señales de satélite en llegar al receptor móvil. Para ello, se necesitan relojes ultraprecisos. Cada satélite lleva a bordo relojes de cesio y rubidio. Estos relojes sólo pierden un segundo cada 30.000 años. Parece muy poco, pero puesto que las señales se mueven a la velocidad de la luz, tres nanosegundos de discrepancia equivalen a un metro de error.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Sobre la firma

Rafael Clemente
Es ingeniero y apasionado de la divulgación científica. Especializado en temas de astronomía y exploración del cosmos, ha tenido la suerte de vivir la carrera espacial desde los tiempos del “Sputnik”. Fue fundador del Museu de la Ciència de Barcelona (hoy CosmoCaixa) y autor de cuatro libros sobre satélites artificiales y el programa Apolo.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_