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Cadena perpetua para la enfermera holandesa acusada de 13 asesinatos

Los jueces consideran probada la muerte violenta de cuatro pacientes, incluidos tres niños

Isabel Ferrer

Lucy Isabella Quirina de Berk, de 40 años, la enfermera holandesa acusada de asesinar a 13 de sus pacientes, fue condenada ayer a cadena perpetua después de que los jueces consideraran probada la muerte violenta de al menos cuatro de los enfermos (tres de ellos niños). Convertida en la primera criminal en serie de su país, el juicio destapó la extraña personalidad de esta ex prostituta obsesionada con la muerte (llegó a pagar su propia esquela), que acudía vestida de blanco a las vistas y reconocía que echaba las cartas del tarot a sus víctimas.

Cometidos entre 1997 y 2001 en tres hospitales de La Haya, los 13 casos presentaban características similares. Las víctimas eran siempre menores o ancianos que padecían malformaciones congénitas o dolencias incurables, y siempre sucumbían después de serles inyectada una mezcla letal de morfina y potasio. Aunque las muertes ocurrían siempre durante los turnos de trabajo de De Berk - las estadísticas demostrarían luego que había menos de una posibilidad entre 300 millones de que se produjera una coincidencia así-, nadie sospechó de ella hasta hace dos años.

En septiembre de 2001, un bebé de cinco meses que había experimentado una franca mejoría pereció una hora después de ser examinado por los médicos. Suspendida De Berk de empleo y sueldo a partir de entonces, la policía exhumó los cadáveres de otros tres pequeños que habían estado a cargo de la enfermera. Los forenses hallaron en los cuerpos restos de sustancias tóxicas no prescritas por los facultativos y que la acusación presentaría posteriormente como prueba de los crímenes. Los fiscales sostuvieron además que De Berk había querido matar también a otros cinco pacientes. La sentencia sólo admitió ayer tres de esos intentos.

Con lleno total en los asientos reservados para el público, el juicio, concluido el pasado septiembre, fue seguido con especial atención en Holanda. La personalidad de Lucy de Berk y el hecho de que los fallecidos fueran niños y ancianos añadía morbo a un proceso insólito hasta la fecha. En cuanto a la acusada, presentada por los dibujantes autorizados por el tribunal como una mujer rubia, delgada y vestida a menudo de blanco, se mantuvo en silencio al principio, negándolo todo. Cuando tuvo que declarar, arremetió contra los médicos por no haber escuchado sus advertencias sobre el estado de sus pacientes. "Les dije que el niño [Ahmad Nuri, un menor afgano de 6 años] estaba muy enfermo y no hacía nada. Nadie se movió hasta que dejó de responder al tratamiento y ya no se despertó", aseguró De Berk. Preguntada sobre el elevado número de pacientes muertos a su cuidado, dijo que tenía la conciencia tranquila: "No les hice ningún daño. Claro que es extraño, pero yo no sé por qué ocurría eso".

Para la fiscalía, la frecuencia de los fallecimientos y la forma en que éstos se producían convertía a la enfermera en una típica asesina en serie. Era una "psicópata obsesionada con la muerte" que había descrito en su diario la "compulsión" que sentía al cuidar a los pacientes. De Berk no lo atribuía al deseo de acabar con ellos. Quería, según dijo, conocer el destino de cada uno echándoles las cartas de tarot.

Un experto del FBI llamado por la acusación aseguró que el pasado de la acusada correspondía al de una persona perturbada, capaz de cometer los crímenes que se le imputaban. De Berk pasó una niñez violenta, con unos padres alcohólicos con quienes emigró a Canadá. Allí se dedicó a la prostitución, mintió sobre sus estudios para poder estudiar enfermería y, obsesionada con la muerte, intentó suicidarse en varias ocasiones. Después de una riña familiar, insertó su propia esquela en un periódico en 1992.

Esta imagen de enferma mental fue, sin embargo, rebatida por los psiquiatras holandeses que la examinaron a instancias de los jueces. Según el informe emitido por los médicos a principios de marzo, la enfermera era consciente de sus actos y poseía un coeficiente intelectual superior a la media.

Como ninguno de los crímenes pudo ser demostrado y Lucy de Berk no fue vista nunca inyectando la dosis de morfina y potasio a sus pacientes, el abogado Visser -que ayer anunció que apelará la sentencia- calificó de inaceptables la tesis de la asesina en serie presentada por la fiscalía.

En el recuento final de víctimas los fiscales incluyeron a Haopei Li, de 91 años y nacionalidad china, uno de los jueces del Tribunal Penal para la antigua Yugoslavia. Fallecido en noviembre de 1997, estaba a punto de retirarse cuando cayó enfermo. Aunque los detalles sobre su muerte no han trascendido, portavoces de la acusación manifestaron que el hecho de desempeñar ese cargo no había influido para nada en el trágico fin. Su caso era similar al de otros pacientes atendidos por De Berk: es decir, un anciano en estado grave.

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