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Entrevista:HANS KÜNG | Teólogo

"Roma expulsa sobre todo a la mujer joven"

Pregunta. Hace algo más de 40 años usted asistió, invitado directamente por Juan XXIII, al Concilio Vaticano II. ¿Cómo recuerda a aquel papa?

Respuesta. Juan XXIII es el Papa más importante del siglo XX; ningún otro. No sólo para mí, sino para la mayoría de la Iglesia. ¿Por qué? Introdujo simultáneamente dos cambios de paradigma que la Iglesia Católica tenía pendientes: El paradigma de la Reforma protestante con la revalorización de la Biblia, el culto en la lengua del pueblo, la revalorización del papel de los laicos y la práctica del ecumenismo. Y, además, introdujo el paradigma de la Ilustración y de la Modernidad: libertad de religión y de conciencia, derechos humanos, giro histórico hacia el judaísmo, el Islam y demás religiones, tomándose en serio el mundo secular moderno. Juan XXIII leyó enseguida mi libro El Concilio y la unidad de los cristianos, el único del momento en el que se presentaba una concepción global del Concilio teológicamente bien fundada. Siempre será un orgullo para mí que me nombrara asesor oficial del Concilio siendo el teólogo más joven.

"Juan XXIII es el Papa más importante del siglo pasado, ningún otro"

P. El lector percibe en usted un entusiasmo teológico especial. Ahora, al cumplir 75 años, ¿mantiene la misma pasión para hablar de Dios, de la Iglesia, de Jesús?

R. Seguramente pude haber elegido otra profesión: arquitecto, profesor de historia, político o, como piensan algunos, director de un importante grupo empresarial. Pero estoy contento de haber elegido la teología, que he practicado con disciplina y pasión (es algo que comparo frecuentemente con el flamenco). Dios y Jesucristo han seguido siendo, naturalmente, el centro de mi teología. Pero en el transcurso de los años he ido ampliando su horizonte cada vez más a cuestiones relativas a las religiones del mundo, la paz mundial, la literatura y la ética mundial.

P. En el libro La Iglesia Católica se pregunta por la Iglesia del futuro. Las respuestas inducen a pensar que sigue siendo usted un cura de buena esperanza. ¿Qué Iglesia tiene futuro realmente?

R. Sólo una Iglesia radicada originalmente en Jesús y orientada hacia las tareas del presente; sólo una Iglesia de iguales que aúne ministerio y carisma y que incorpore a la mujer a todos los ministerios eclesiásticos. Sólo una Iglesia no confesional, sino ecuménicamente abierta, que reconozca de una vez por todas los ministerios de las demás Iglesias, que invalide todas las excomuniones y que autorice lo antes posible una comunidad en la comunión. Una Iglesia no eurocéntrica, que no esgrima ninguna pretensión cristiana excluyente ni reivindique el imperialismo romano, sino una Iglesia tolerante y universal.

P. Titula usted sus memorias algo así como Libertad peleada [la editorial Trotta, que las publicará en otoño, aún no ha decidido el título]. De alguna manera, ha vencido a Roma: al empeño inquisitorial que quiso callarle y que ha amplificado el eco de su voz. ¿Por qué el Vaticano se empeña en domesticar a los teólogos?

R. Una teología sin libertad de pensamiento es, en el mejor de los casos, una teología cortesana, neoescolástica, que se limita a transmitir lo que desde arriba se considere oportuno y que, por tanto, resulta estéril. Los grandes teólogos, desde Orígenes y Agustín pasando por Tomás de Aquino, los reformadores hasta Schleiermacher y Karl Barth, Congar y Karl Rahner, siempre han practicado una libertad de pensamiento. En España la Asociación de Teólogos Juan XXIII es quien ha mantenido alta la bandera de la libertad, incluso durante decenios de reacción curial.

P. Fue en 1979 cuando publicó el artículo Un año de pontificado de Juan Pablo II. ¿Imaginó que iba a costarle tantas represalias?

R. Quien haya vuelto a leerlo encontrará bastante moderado lo que allí decía. Por desgracia, se han confirmado todas mis críticas. Lo positivo es que el Papa ha asumido últimamente muchas de mis preocupaciones en torno a la paz entre las religiones como condición de la paz entre las naciones, y se ha manifestado positivamente sobre la idea de la ética mundial. Pero este Papa tiene dos caras: hacia fuera defiende la libertad, los derechos humanos, la justicia, el diálogo y la paz, mientras que hacia dentro revela el rostro oscuro de la inquisición, la persecución de los teólogos críticos, la discriminación de las mujeres, el bloqueo de la Ecumene y el rechazo de la comunidad en la comunión.

P. ¿Es cierto que la Iglesia Católica alemana está buscando reconciliarse con usted?

R. El Consejo Diocesano de la diócesis de Rottenburg-Stuttgart, en la cual vivo yo, ha exigido mediante un voto unánime al obispo que busque caminos de reconciliación. Sería posible de dos maneras. Que se aclarasen las cuestiones planteadas por mí sobre todo con referencia a los dos dogmas papales (primado e infalibilidad), un terreno en el que hasta hoy se me ha contestado o bien ignorándome, o con decretos, o con condenas. En los últimos 25 años he publicado numerosos trabajos que profundizan en el análisis y que exigen una respuesta de la administración romana. La segunda vía sería la pragmática: que Roma pusiera entre paréntesis las diferencias y me reconociera como teólogo católico (a pesar de todas las diferencias), una condición que siempre me ha reconocido la comunidad eclesial pese a todas las represalias.

P. Permita que le recuerde la anécdota del cardenal al que propuso usted celebrar misa sentados los dos a la mesa del austero cuarto de estar de su casa. El cardenal, confuso, preguntó: "¿Así de sencillo?, ¿sencillamente así?". Su respuesta fue: "¿Así de sencillo? ¿Tuvo acaso más Jesús?". ¿Cómo es posible que los jerarcas eclesiásticos hayan perdido tanto la perspectiva de los orígenes del fundador?

R. A diferencia de muchos laicos y sacerdotes de base, la jerarquía vive en el paradigma medieval. Apenas toma en cuenta cómo era la Iglesia en sus orígenes y cómo podría volver a ser. Es de agradecer que, por lo menos en la liturgia, el Vaticano II ha permitido una gran simplificación. En Roma deberían preguntarse menos por las exigencias del derecho eclesiástico medieval y más por lo que Jesús, al que continuamente se están refiriendo, quiso.

P. Su último libro habla de la mujer y el cristianismo. La responsabilidad del catolicismo en la marginación que sufre la mujer es imponente. ¿Se hace algo por enmendar el error?

R. Bajo este pontificado se ha hecho de todo para expulsar de la Iglesia de modo especial a la generación de mujeres jóvenes. Desde la siniestra encíclica Humanae vitae contra los métodos anticonceptivos, pasando por la postura inflexible sobre cuestiones como divorcio o aborto, hasta su exclusión del ministerio eclesiástico, la Iglesia siempre ha mantenido una postura en contra de la mujer. Hasta el extremo de que la Congregación romana de la Fe pretendió el derecho a presentar como "doctrina infalible" que era voluntad de Dios la exclusión de la mujer del sacerdocio. Todo esto es teatro, además teatro del absurdo, que pone de manifiesto la necesidad absoluta de un debate en torno al dogma de la infalibilidad. Lo que ya tiene la mayoría de las demás iglesias -mujeres ordenadas e incluso mujeres obispos- lo tendrá que asumir la Iglesia Católica, a la que tanto le gusta llegar con siglos de retraso.

P. Adorno dijo aquello de que después de Auswicht ya no sería posible la poesía y ahora estamos metidos en una terrible guerra, que pone en entredicho la ética. ¿Hay alguna esperanza para una ética mundial?

R. La controversia sobre esta siniestra guerra ha puesto de manifiesto, al menos, que en todos los países, también en España, la gran mayoría del pueblo está convencida de que se trata de una guerra injusta e inmoral. Está en juego la ética que exige como mandamiento básico "No matarás". Lamento muchísimo que el Gobierno español no esté al lado de su pueblo, sino al lado del instigador de la guerra, George Bush, que, sobre la falsedad de estar amenazado directamente por Sadam Husein, ha construido todo un edificio de mentiras de dimensiones casi orwellianas para justificarla.

P. Ironizaba Erasmo sobre la moral de "los teologuchos" que sostenían que era "pecado menos grave matar a un millar de hombre que coser en domingo un zapato a un pobre". El Papa está contra esta guerra, pero muchos gobernantes cristianos, incluso católicos, insisten en defenderla después de rezar y comulgar.

R. En esta cuestión estoy al cien por cien con el Papa. Es una vergüenza ver cómo el presidente Bush instrumentaliza el nombre de Dios para dar una justificación religiosa a su política de poder sin límites.

El teólogo Hans Küng, en su casa de Tubinga (Alemania) en 1989.
El teólogo Hans Küng, en su casa de Tubinga (Alemania) en 1989.MANUEL ESCALERA

Uno de los grandes

La carrera de Hans Küng, sacerdote suizo, pasa por Roma y París -se licenció en 1951 en la Gregoriana y se doctoró en la Sorbona seis años más tarde -, pero se ha hecho grande en Alemania. Cuando el Vaticano le expulsó en 1979 de la cátedra de Tubinga, lejos de silenciarse, la voz de Küng, como siglos antes la de Lutero, adquiró tal eco y prestigio que pocos especialistas en ciencias del espíritu gozan ahora de su fuste en ámbitos como la unidad de las iglesias, la paz entre las religiones y la comunidad de naciones.

La receta teológica de Küng es sencilla: "Decir una palabra clara, con franqueza cristiana, sin miedo a los tronos de los prelados". Muy pocos disfrutan de tal prerrogativa intelectual, pero el autor de Ser cristiano o La infalibilidad la conquistó pronto: su tesis doctoral, redactada en París en 1957, se tituló La Justificación. La doctrina de Karl Barth y una interpretación católica y fue tal sensación ecuménica que impulsó a Juan XXIII a fichar a su autor como perito oficial del Concilio Vaticano II. Desde entonces, el teólogo Küng es uno de los grandes de la especialidad y, desde luego, el más popular.

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