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Reportaje:

La guerra arrastra la alfombra roja

La Academia de Hollywood se declara a merced de los acontecimientos y rebaja el tono festivo de la gala del domingo

Elsa Fernández-Santos

Los Oscar no podían mantenerse al margen de la retórica belicista que invade Estados Unidos. Al menos no del todo. Mientras la televisión anunciaba ayer que en las últimas horas Los Ángeles ha puesto en funcionamiento su dispositivo policial de emergencia, Gil Cates, productor de la 75ª ceremonia de los Oscar, prevista para el domingo, confirmaba que la Academia, aunque no tiene intención de suspenderla, sí rebajará su tono festivo. El productor, quizá cubriéndose las espaldas, añadió: "Estamos todos a merced de los vientos de la guerra".

Pero la decisión que más sorprendió fue la cancelación del paseo de las estrellas por la alfombra roja. Cates explicó que no se trata de una medida de seguridad, sino de un gesto que pretende evitar "la incomodidad" que han expresado muchas estrellas ante lo que consideran un exceso de frivolidad. "Sería muy inapropiado tener a medio centenar de aficionados gritando, en un ambiente festivo, los nombres de sus ídolos al tiempo que nuestros soldados luchan en Bagdad", añadió el productor de la ceremonia. Cates explicó que los invitados podrán acceder, si quieren, directamente al teatro sin tener que pasar por delante de las cámaras y los periodistas y que los que hagan su camino por la alfombra podrán hacerlo sin detenerse.

Lo más 'fashion' entre la población más 'chic' de la zona es el 'look' militar

Un fuerte viento azota desde hace días West Hollywood. Pese a ello, cientos de técnicos trabajan en los preparativos de la 75ª edición de los Oscar. También en la instalación de la simbólica alfombra que conduce a los candidatos y a los invitados al Kodak Theatre. El día de los Oscar, el paseo de las estrellas suele prolongarse durante casi dos horas. Flanqueados por centenares de periodistas que con sus cámaras y micrófonos negocian con los agentes un minuto de entrevista, un guiño o un posado, la alfombra roja es, básicamente, la pasarela de Hollywood. Existen programas de radio y televisión dedicados exclusivamente a lo que allí ocurre. Es en ella donde las estrellas exhiben sus galas, donde descubren quién las ha vestido, donde gritan mientras posan: "¡Gucci! ¡Galliano para Dior! ¡Chanel!". Allí se saludan entre ellos y allí dejan ver sus últimas sensaciones antes de la ceremonia.

Fue Daniel Day Lewis (candidato al Oscar al mejor actor por Gangs of New York), quien manifestó en el almuerzo de los candidatos (celebrado la semana pasada en el hotel Beverly Hills) que había que encontrar una fórmula respetuosa si la guerra coincidía con los Oscar. "Sería obsceno", dijo, "bailar sobre la alfombra roja con el glamour habitual". Pero la alfombra roja también es el único contacto directo con los candidatos, y las preguntas sobre la guerra serían inevitables. Algo que muchos prefieren evitar.

Dos manifestaciones coincidirán el domingo con la entrada de las estrellas. Una contra la guerra y otra a favor. Ambas están convocadas cerca del Kodak Theater. Más de 700 agentes (entre policías y FBI) vigilarán los accesos al teatro. Mientras Gil Cates, convencido de la absoluta seguridad de la ceremonia, ha dicho que irá acompañado de su familia, en el otro lado del mundo, el cineasta finlandés Aki Kaurismäki (candidato al Oscar a la mejor película en habla no inglesa por Un hombre sin pasado) remitía una carta a la Academia en la que excusa su presencia: "No estamos con humor para ir de fiesta mientras el Gobierno americano se dispone a cometer un crimen contra la humanidad por intereses puramente económicos".

La 75ª edición de los Oscar que celebra las bodas de diamante de estos premios será altamente nostálgica y, según sus guionistas, estará llena de guiños a esa piedra preciosa que tanto gusta a las glorias de Hollywood. Pero los Oscar de este año apenas ocupan espacios informativos, ni en los periódicos ni en los telediarios. La inminente invasión de Irak y el lenguaje belicista lo contaminan todo. Resulta desconcertante observar que, además, lo más fashion entre la población más chic de la zona es el look militar. Los pantalones o chaquetas de camuflaje no se limitan a su natural público juvenil, hasta las señoras de edad incalculable de Beverly Hills van de compras con sus holgados pantalones de combate. "Este mundo da pánico", resume acertadamente una de ellas.

Si la ceremonia de los Oscar alcanza en algún momento un tono políticamente comprometido dependerá de sus ganadores o de alguno de sus participantes. Será difícil callar a Bono, que interpretará con U2 el tema principal de Gangs of New York; a Salma Hayek, candidata a mejor actriz por Frida; a Pedro Almodóvar, que podría dar la sorpresa y lograr al menos uno de los dos Oscar a los que opta, el de mejor director y el de mejor guión original por Hable con ella; o a Dustin Hoffman y Susan Sarandon, dos de las estrellas más activas contra la política de George Bush.

Según las últimas quinielas, la situación prebélica de estos días podría dar una importante ventaja a Chicago, el alegre musical de Rob Marshall, frente a su más firme competidora, la violenta Gangs of New York, de Martin Scorsese. Pero el Oscar que nadie parece discutir es el que probablemente obtendrá Michael Moore por su documental Bowling for Columbine. Si es así, la Academia dará su respaldo definitivo a una película que ha sido tachada en Estados Unidos de antipatriótica mientras que en Francia ha sido incluida para obtener puntos en el programa básico del bachillerato.

Bowling for Columbine (que compite, entre otras, con Daughter of Danang, la película que el español Vicente Franco, 48 años, ha dirigido junto con Gail Dolgin sobre el reencuentro en Vietnam de una niña separada de su madre tras la guerra), indaga con una insólita mezcla de humor, pasión y tragedia en las razones por las que 11.000 personas mueren cada año a tiros en EE UU, un país por el que circulan libremente 250 millones de armas. "¿Por qué Estados Unidos se ha convertido en autor y víctima de tanta violencia?", se pregunta Moore, un original y respetado cineasta, escritor y periodista. En Bowling for Columbine (título que hace referencia a la matanza, ocurrida en 1999, del instituto Columbine y a la clase de bolos a la que supuestamente asistieron antes de coger las armas los dos adolescentes asesinos) expone su teoría de un país forjado en la cultura del miedo, un miedo que ha empujado, sin ninguna razón aparente, a miles de ciudadanos que viven en tranquilos barrios residenciales a armarse hasta los dientes. "Columbine", dice Moore, "es la obsesión por las armas. Es un asunto que tiene implicaciones internacionales porque lo que pasa con las pistolas en casa pasa a mayor escala con los misiles y las bombas nucleares. Todo ello es el fruto de una cultura que reacciona de forma desproporcionada. Es nuestra cultura del miedo, algo difuso que inevitablemente conduce a la violencia, aquí y fuera de aquí".

La alfombra roja es colocada el martes en el exterior del Kodak Theatre de Los Ángeles.
La alfombra roja es colocada el martes en el exterior del Kodak Theatre de Los Ángeles.ASSOCIATED PRESS
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Sobre la firma

Elsa Fernández-Santos
Crítica de cine en EL PAÍS y columnista en ICON y SModa. Durante 25 años fue periodista cultural, especializada en cine, en este periódico. Colaboradora del Archivo Lafuente, para el que ha comisariado exposiciones, y del programa de La2 'Historia de Nuestro Cine'. Escribió un libro-entrevista con Manolo Blahnik y el relato ilustrado ‘La bombilla’

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