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Reportaje:GOLF | Preocupación ante la primera cita del Grand Slam

Olazábal pierde el toque

A menos de un mes del Masters de Augusta, el vasco ha mejorado su juego largo, pero falla con los hierros cortos, los que le hicieron grande

Carlos Arribas

José María Olazábal ha perdido el toque. La noticia, cuando falta menos de un mes para el Masters de Augusta (10 a 13 de abril), es preocupante.

El toque es lo inefable del golf (o de cualquier actividad), la marca del talento, lo que diferencia a los mortales de los cracks. La virtud, genética y entrenada, que permite a unos hacer con facilidad lo que otros consideran imposible. El toque recae sobre los elegidos sin saber cómo. También puede desaparecer. "El mayor problema de Olazábal", cuenta su apoderado, Sergio Gómez, "es que de unos meses a esta parte no da bien a la bola y no sabe por qué".

El golfista de Hondarribia, el mago del juego corto, ha logrado mejorar su swing en el drive, que era antes el mayor lunar de su juego, pero, a cambio, le da a la bola sólo regular con los hierros largos y francamente mal con los palos cortos. Sufre con el chip y con el putter.

Butch Harmon, el guru que le ha guiado en la transformación de su swing, dice que sólo le falta "el canto de un duro" para que ese movimiento, el fundamental en el golf, el que da fuerza y rectitud a la bola desde el tee de salida, le salga perfecto, para que desde la posición inicial, desde arriba, desde que el palo es una línea horizontal, paralela al suelo, para que desde allí el torso gire sobre las caderas, y que lo haga desenroscándose, estilo sacacorchos, y no, como antes, que caiga a plomo sobre las piernas.

Pero Butch Harmon, que es también el maestro que está detrás de la perfección en todos los territorios de Tiger Woods, no encuentra explicación cuando ve a Olazábal tender hacia la izquierda con los hierros largos, o, peor aún, cuando le observa en los chips' en los golpes cortos en los que el ganador de dos Masters era maestro de maestros, quedarse corto de forma exagerada, jugar como quien no sabe calcular; o fallar repetidamente putts' de un metro.

"José Mari sale largo y recto", explica Sergio Gómez. "Deja la bola más o menos cerca del green, y cuando ya parece que tiene el hoyo controlado, llegan los fallos del juego corto".

Los resultados, evidentemente, se han resentido de los problemas. Olazábal ha jugado seis torneos esta temporada en el circuito americano. Su bolsa de premios se ha quedado en 91.000 dólares, cuando el canadiense zurdo Mike Weir, el primero en la lista de ganancias la semana pasada, supera los dos millones. Su mejor puesto ha sido el 33º (lugar que ha ocupado en el primer torneo, en enero, y en el último, el matchplay del circuito mundial, en que fue eliminado en la primera ronda), en otro torneo, en el Open de Phoenix, quedó el 61º, y en los restantes tres no pasó el corte. Ni siquiera pudo jugar el fin de semana del Buick Open, donde defendía título. Su punto más bajo le llegó a finales de febrero, en el Nissan Classic, con una primera ronda de 80 y una segunda de 78 golpes. "Hace un par de años, cuando hizo 80 golpes en un torneo, ya dijo que no podría decir que no había hecho un 80 en su vida", dice Gómez. "Ahora lo ha repetido".

Hace un año, por estas fechas, Olazábal estaba en una nube. Había ganado un torneo en el circuito americano y otro en el europeo. Era frecuente verle colocado entre los 10 primeros de los torneos y de la lista de ganancias. En siete de los nueve primeros torneos disputados hizo top ten. Eran los resultados espectaculares de su colaboración con Harmon. La superación de la crisis que le afectó en otoño de 2001. Pero en otoño de 2002, volvió a sentir síntomas de que las cosas no iban como deberían. Volvió a su casa después de un último torneo en Suráfrica. Dejó la bolsa de palos en un rincón. Se relajó. Salió a cazar con su padre. A pasear por el bosque. Pero la terapia no le solucionó los problemas.

Cinco españoles jugarán este año el Masters, una cifra récord. Habrá un amateur' el barcelonés Alejandro Larrazábal, que ganó el British amateur de 2002 (como también en su tiempo hicieron Olazábal y Sergio García), y cuatro profesionales. Olazábal y tres más, que no están mucho mejor.

Sergio García sufre con el putter, el elemento de su juego que le sacaba habitualmente de apuros, el plao que mejor le funcionaba, y lleva una temporada no mucho mejor que la de Olazábal. Su mejor clasificación ha sido un puesto 25º y ha sufrido el corte dos veces.

Mientras, Severiano Ballesteros intenta superar el trauma de la eliminación del Open de Irlanda el pasado año, lo que le condujo a renunciar al Open Británico. El cuarto en discordia, el malagueño Miguel Ángel Jiménez, ha mantenido un tono irregular en los tres torneos que ha jugado, con fulminantes primeras rondas y grises finales.

Habrá que agarrarse, pues, a la fe. Y, recuerda el optimista, cuando Olazábal ganó el Masters del 99, su segundo, llegó a Augusta en medio de una crisis de juego.

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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