_
_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

El olvido

De repente, un día te levantas de buena mañana, te duchas como un autómata, saludas al espejo pensando que es otra persona, preparas un zumo de guayaba, sales de casa, das los buenos días al ascensor suponiendo que es alguien distinto a ti e irrumpes en la vía pública a las 7.30 con olor a lavanda y yerbabuena. Pero no logras recordar para qué te has levantado a esas horas, ni dónde trabajas, ni cómo se llama la calle donde vives, ni cuál es tu destino, ni qué coño pintas tú en el universo.

Compras el periódico y no consigues comprender los titulares ni identificar a los bichos que salen en portada. Entras, perplejo, a un bar, pides un café y te saluda, risueño, el camarero: "Tiene usted hoy mala cara, don Gustavo. Seguro que anoche hubo sarao. Menudos son ustedes, los merengues". Y entonces te enteras de que tu nombre es don Gustavo, que te gustan los saraos, que eres merengue y que estás en blanco. Esas informaciones sobre tu persona te desorientan. Y lo único que se te ocurre decirte a ti mismo es: "Estás perdido, colega. Buen momento para dar contigo. Nadie se encuentra si no está perdido, don Gustavo".

Y don Gustavo sale del bar. El panadero está a la puerta de su establecimiento recogiendo las churros y la bollería. Le dice: "Enseguida le preparo su media docena". Nuevo dato: don Gustavo compra todos los días a esas horas seis churros. Y es así como se encuentra en la calle a las 8 de la mañana de un martes cualquiera sin saber el significado de la existencia inmediata. No logra recordar qué tiene que hacer, ni de dónde venimos, ni a dónde vamos, ni nada de nada. Y entonces se mete a otro bar, para dar tiempo al tiempo y llegar a conclusiones pragmáticas. También el camarero le conoce. Él se pregunta por qué el mundo es tan raro. Llega un tal Juan y le habla de lo bien que se lo pasaron anoche en no sé qué concierto. "Juan, o como te llames, te ruego que me lleves a mi casa. He olvidado quién soy y dónde vivo", le suplicó. Se metió en la cama, apagó la luz y susurró: "Buenas noches, don Gustavo. ¿O es Gerardo como se llama usted?".

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_