Brazos armados
No se dio a los periodistas, el 8 de marzo, la oportunidad de formular la gran pregunta. Pero ni falta que hacía, porque la misma "estrella invitada" acabaría proclamándolo en el acto oficial del Teatro Principal de Valencia, al tiempo que la manifestación feminista recorría las calles pidiendo la paz. Lo dijo -digo- Heather Mills "de Paul McCartney", alto y claro, ante las autoridades y un público pepero y endomingado: NO A LA GUERRA. Y tuvieron que aplaudir -de verdad o por cortesía- a aquella rubia inglesa de rostro infantil que fruncía el ceño en su determinación adulta de luchar contra la masacre de inocentes. Otra traidora a su patria.
Ya no es sólo la farándula. Denunciemos que otros muchos cómplices de la oposición se manifiestan de diversas maneras, según pude comprobar espiando astutamente en el entorno más cercano. En el super una chica conminaba al novio: "fíjate bien en la caja de las galletas. Si son americanas, no las compramos". El otro día, en un local de copas y música, el dj (creo que le dicen así al pinchadiscos) me llamó a un aparte: "No estuve en la manifestación, pero hagamos algo. ¿Será posible que mientras caen las bombas aquí sigamos bailando o yendo al bingo?".
La conserje de la piscina municipal me pregunta dónde puede conseguir una pegatina como ésta. El gorrilla reserva plaza privilegiada al ver el cartel del coche. La vendedora de la frutería abomina de los intereses de las petroleras, aunque duda que a su jefe le guste tener un rótulo en la tienda. La panadera sí lo pone, quizá porque es dueña. Hasta algunos falleros critican el chapapote y a Bush. Como Pimentel, ciertos concejales del PP, los triunfitos y el Ayuntamiento de Nueva York. Las encuestas tienen razón: todos, también los educados aplaudidores, y así hasta el 97%, son brazos armados de Llamazares o Zapatero, condescendientes con el terrorismo internacional. Desde aquí les delato y acuso. Por si puntúa como mérito y me otorga alguna medalla esa mayoría parlamentaria que escupe sobre las tumbas. Qué ilusión, devolvérsela con un lazo. Rojo, por supuesto.
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