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Crónica:LA CRÓNICA
Crónica
Texto informativo con interpretación

El arte de ser crítica de arte

Admitámoslo: el arte moderno nos estresa. En vez de ayudarnos a comprender el mundo, algunas obras siembran en nosotros una confusión aún mayor. O, casi peor, nos dejan indiferentes y con la sensación de que el arte contemporáneo es o bien una cosa impenetrable y sectaria o bien algo hecho por unos chiflados. Y que los únicos seres para los que tiene interés son otro hatajo de tarados o una pandilla de esnobs. ¿Cuántas personas se preguntan ahora mismo frente a una obra de arte si se trata o no de una tomadura de pelo?

Consciente de ese desconcierto y de la necesidad de faros que alumbren el panorama al aguerrido usuario que todavía conserva una indomable curiosidad por lo que se cuece en los pucheros artísticos, la historiadora y crítica de arte Victoria Combalía, colaboradora habitual de este diario, acaba de reunir bajo el título Comprender el arte moderno (Debolsillo) una selección de artículos publicados desde 1972, a la que pronto seguirá un volumen exclusivamente dedicado a los artistas. Esta recopilación tiene la virtud de ofrecer un rápido recorrido por los últimos 30 años, donde no sólo quedan reflejados los movimientos artísticos surgidos dentro y fuera de Cataluña, sino también la evolución de instituciones como el mercado, la crítica y el museo, y las infraestructuras de este país, así como las políticas culturales o, mejor dicho, la inexistencia de políticas culturales y la bestial crudeza de nuestros presupuestos. Si uno tiene conceptos como arte povera, dadaísmo, conceptual, pop, environment, body art, mail art, etcétera, cogidos por la punta de los pelos, agradecerá el repaso.

¿Cuántas personas se preguntan ahora mismo frente a una obra de arte si se trata o no de una tomadura de pelo?

Además, el libro contiene no pocas andanadas críticas. Andanadas contra ciertos artistas, contra el arte actual presuntamente crítico e iconoclasta pero complaciente en el fondo, andanadas contra el arte vacuo, andanadas contra "los jóvenes comisarios sin ninguna cultura que operan en bienales de todo el mundo", y contra esas bienales que se han convertido en "parques temáticos con un ligero barniz cultural". Andanadas contra políticos y arquitectos y andanadas contra el público: "... en la magnífica exposición Dieter Roth en el Museo de Arte Contemporáneo de Barcelona (Macba)... no distinguí ni un solo visitante catalán o castellano, o sea, del lugar; todos eran extranjeros. Prueba de lo poco que interesa el arte contemporáneo aquí".

En cuanto leo esto, me sumo en un piélago de dudas. Por un lado, está el afán de quedar con Combalía. Por otro, me asaltan ciertos escrúpulos que, como seguidamente verán, no están del todo injustificados. Hará unos 10 o 12 años entrevisté a Combalía. Me citó en un restaurante cerca de su casa, en el supuestamente apacible barrio de La Bonanova. Al salir del restaurante nos atracaron a punta de pistola y nos lo birlaron todo. Como resultas del incidente y por una asociación perropavloviana, entrevistar a Victoria Combalía es una actividad que quedó inscrita en mi psique como una actividad de (cierto) riesgo. Pese a todo, me decido a llamar y, cuando Combalía me cita en su casa, no rechisto. Pero atravieso el peligrosísimo barrio a trotecillo ligero, aferrada a mi bolso y echando continuas miradas hacia atrás. Por fortuna, esta vez llego sin percances.

El panorama que dibuja Combalía no es alentador. "En los años setenta había pocos artistas. Ahora, sólo en Nueva York habrá unos 200.000. El problema de la masificación es que abundan los subproductos y hay mucha tomadura de pelo. Sin ir más lejos, se me ocurren ideas mejores que a muchos artistas. Además, entre la televisión, Internet y la publicidad, se ha diluido el mensaje, y a menudo hay tanta creatividad en la publicidad como en ciertas obras artísticas". Entonces, ¿cómo se las ingenia uno para descubrir al artista verdadero entre tanta bazofia? "Mira, el grueso de la población, desde Atapuerca hasta ahora, no se entera de nada. Pero el artista verdadero se adelanta a su época y ve lo que pasa en el mundo antes que los demás. Lamentablemente, ahora muchos de los que van de artistas no ven más que el común de los mortales".

Pero donde más a gusto se despacha Combalía es al explicar el porqué del desinterés del público de aquí. "En este país tenemos un problema grave de incultura. La gente no lee, las hemerotecas están vacías, es un país de tarugos. En Francia o en Alemania, la gente es mucho más culta e inquieta". A mí me viene entonces a la cabeza una anécdota extraída de Libération, donde Jean-Pierre Bloch cuenta que en 1963, durante un paseo por Londres con Johnny Halliday, los miembros de su banda y Mick Jagger, se les pegó un "homosexual colocadísimo e incomprensible". Al final, por puro agotamiento, siguieron a aquel "turbio individuo", que decía ser pintor, hasta su estudio, y el tipo regaló a Halliday una de sus "extrañas telas donde bailaban cuerpos desarticulados". Veinte años después, Bloch ve cierto cartel del Grand Palais y telefonea a Johnny: "¿Te acuerdas del pintor de Londres, el pelmazo?". "Sí", contesta Halliday. "Pues era Francis Bacon. ¿Sabes cuánto vale un cuadro suyo? Unos tres millones de dólares. ¿Dónde tienes la tela?". "Ni idea", contesta Halliday. "La he perdido. Seguro que la tiré a la basura en alguna mudanza". Hostitú.

Pese a las vicisitudes del arte contemporáneo, a Victoria Combalía no le faltan precisamente satisfacciones como crítica. "Llevo ya 30 años y puedo decir que no me he equivocado. Los artistas que hace un tiempo dije que quedarían son los que ahora cuentan. Y toda la burguesía me pide asesoramiento. Tanto es así que, en vez de Combalía, algunos amigos me llaman la Plusvalía, porque todo lo que yo destaco sube un 30%".

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