El hombre que amaba el cine
La hija del director William Wyler presenta en la Filmoteca una retrospectiva sobre la obra de su padre
"Mi padre era un hombre extraordinario". Esa frase, que podría ponerse en la boca de muchos hijos al recordar la figura paterna, resuena diferente dicha por Catherine Wyler cuando habla del cineasta norteamericano William Wyler, uno de los grandes mitos del cine de Hollywood.
Catherine Wyler estuvo ayer en Valencia para oficiar como maestra de ceremonias en la presentación de la extensa retrospectiva que el Institut Valencià de Cinematografia dedica a su padre y en la que se proyectarán, hasta el próximo 30 de abril, 26 películas del director, algunas de ellas en versiones recientemente restauradas. La muestra sobre Wyler, una de las más completas jamás exhibidas en España, está organizada en colaboración con la Filmoteca Española y la Filmoteca de la Generalitat de Catalunya, organismos que proyectarán el ciclo simultáneamente a su pase en Valencia.
La hija del realizador de origen alsaciano que conquistó al público y la crítica norteamericana con películas como La coleccionista, Vacaciones en Roma o Ben-Hur, contó ayer, con ánimo solemne, algunos de los secretos de su padre: "Era un perfeccionista, una persona que vivía plenamente para su trabajo y que tenía un gran sentido de la producción cinematográfica".
Tanto, que el hombre que comenzó su carrera en el cine gracias a la mediación de su tío, responsable de las míticas cintas de terror de los estudios de la Universal, acabaría "haciéndose productor para poder tener el control de lo que hacía", según confiesa su hija para apostillar que "él creció en un sistema de estudios cinematográficos, pero era una persona con un carácter muy independiente y acostumbrada a trabajar muy duro en todo lo que hacía".
Procedente de Europa, "un origen que se apreciaba en su educación con las mujeres", como dice entre risas su hija, William Wyler llegó a los Estados Unidos poco después del término de la Primera Guerra Mundial y pronto se convertiría en uno de los directores estrella de la industria. "Tuvo un gran éxito desde muy joven, tanto de público como de crítica, y eso le facilitó la tarea de seguir haciendo las películas que quería", recuerda su hija. Efectivamente, el cineasta, uno de los más nominados en toda la historia para el Oscar (hasta en once figuró entre los candidatos a la estatuilla), trasladó su gran pasión por el teatro al universo que conocía de la manera más original. "Mi padre era un gran amante del teatro, pero curiosamente nunca dirigió una sola obra sobre los escenarios", dice Catherine, que prosigue con la receta mágica de la fórmula teatral que utilizó su progenitor: "Pensaba que para hacer una buena adaptación al cine de una obra teatral no había que recurrir a los exteriores". Fruto de esa filosofía salieron de su imaginación películas como Horas desesperadas o La calumnia, en las que creó una atmósfera propia muy diferente a la que había recreado el teatro.
Catherine Wyler también explicó la curiosa relación profesional que mantuvo son su padre, con el que intervino en pequeños papeles en Los mejores años de nuestra vida y Vacaciones en Roma. "Mi padre era feliz trabajando rodeado de amigos, pero no le gustaba tener niños a su alrededor cuando filmaba", recuerda Catherine, quien rememora al director como "alguien que se transformaba completamente cuando comenzaba la producción de un filme. En las tareas de preproducción hacía una vida normal, pero cuando llegaba la hora de rodar, se involucraba de tal manera en los proyectos que era otra persona".
La hija de William Wyler ha heredado del legendario realizador algo más que su afabilidad. Produce largometrajes desde hace años y es la responsable de Directed by William Wyler, el documental dirigido por Aviva Slein que sirvió para presentar el ciclo de la Filmoteca. "Es una película en la que intentamos captar la atmósfera de sus filmes, pero también su gran personalidad, porque mi padre, que era una persona muy modesta, tenía una enorme sensibilidad", afirma orgullosa Catherine en homenaje a un hombre que "amaba su profesión como nadie".
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