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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Cartas boca arriba

El dictator, que construía y dictaba las cartas del señor para el que trabajaba y las artes dictandi, los férreos manuales que enseñaban a hacerlo, eran herramientas imprescindibles en la administración medieval. Las cartas que conservamos de aquel tiempo son documentos previsibles en los que la creación personal ha sido estrangulada por las reglas. Éste es el ambiente epistolar de Francesco Petrarca cuando en 1345 encuentra entre los códices de la catedral de Verona las cartas que Cicerón escribió a su amigo Ático. Petrarca sucumbe al hechizo de aquellas piezas que, yendo y viniendo de lo público a lo privado, construían una presencia. Leyéndolas no tiene la sensación de hojear un documento escrito por su admirado Cicerón, sino de estar oyendo la voz de un amigo ausente. Petrarca toma la pluma y le contesta. Su carta trasciende los límites de la comunicación pragmática y descubre la dimensión literaria de la epístola, un género que junto al diálogo es la mayor contribución del Humanismo al sistema genérico del Renacimiento.

CORRESPONDENCIAS: LOS ORÍGENES DEL ARTE EPISTOLAR EN ESPAÑA

Gonzalo Pontón

Biblioteca Nueva

Madrid, 2002

254 páginas. 12 euros

La epístola -suelta, inser-

tada o en colección- fue en España un género muy cultivado y leído desde la segunda mitad del siglo XV hasta bien entrado el XIX, como acaba de mostrar recientemente Ana Rueda en su libro Cartas sin lacrar. La novela epistolar y la España ilustrada, 1789-1840. Hasta hace quince o veinte años, la crítica se había mostrado indiferente ante este fenómeno. Por fortuna, hay ya numerosos artículos y alguna monografía que abordan diferentes aspectos del género. Este libro de Gonzalo Pontón, que se ocupa de la epístola en la segunda mitad del siglo XV, se suma a este cambio de tendencia. Su esfuerzo va encaminado a sistematizar materiales dispersos y a examinar detenidamente las cartas y las colecciones de cartas más destacadas del periodo: Valera, Fernando del Pulgar y, ya en el siglo XVI, López de Villalobos, entre otros.

El libro, dividido en cinco partes y completado con una bibliografía y un índice onomástico de autores de fuentes primarias, dedica su primer capítulo a la reflexión general sobre la "experiencia epistolar" del siglo XV. La epístola se caracteriza por su ductilidad, y sólo tiene sentido cuando se produce la ausencia de un tú, situación que facilita la intimidad o su simulación. "La autenticidad como disfraz de la invención", ése es el poderoso atractivo del género. Pero que las epístolas vayan dirigidas a un no agota sus posibilidades comunicativas, ya que por encima de esa voz el autor real se dirige a un público que leía, comentaba, copiaba y hacía circular todo un caudal de cartas que nos ha llegado bastante seco.

Comparando la norma con el uso, Pontón demuestra en el segundo capítulo que esas cartas no se construyeron siguiendo mecánicamente las indicaciones de las artes dictaminis, sino que suavizaron aún más una preceptiva que ya había sido bastante rebajada por el influjo humanista: junto a cláusulas y fórmulas para componer saludos y conclusiones, los manuales de finales del XV integran la escritura de cartas en la retórica clásica y hacen hincapié en la diversidad, la libertad, la naturalidad y la elegancia.

Pero si la preceptiva no pesaba mucho sobre los escritores, los subgéneros epistolares -las cartas consolatorias, exhortatorias y gratulatorias, que se examinan detenidamente en el tercer capítulo- sí eran categorías operativas, pues tanto los autores como los lectores escribían y leían compartiendo un mismo horizonte de expectativas, conscientes además de que existían unos tópicos epistolares, una serie de temas sobre los que se volvía una y otra vez, y a los que Pontón dedica el cuarto capítulo: la política, la vida monástica, la vejez o el matrimonio. El tono íntimo, la apariencia de naturalidad y la conquista de lo cotidiano como asunto literario son algunos logros de la epístola revisados por Pontón en la parte final de su estudio. Todos ellos son rasgos determinantes en la aparición unos años después del Lazarillo de Tormes, esa falsa carta plagada de intimidades e indiscreciones, que se hizo pasar por verdadera y que hoy leemos como una novela realista.

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