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Columna
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Después de la batalla

Sería temerario afirmar que en el PP valenciano cunde el descontento post concentracionario, cuando lo bien cierto es que el partido ha cerrado filas y proclama a los cuatro vientos el éxito masivo del domingo pasado en Valencia, exponente a su juicio de su intacta capacidad de convocatoria. La cifra de los manifestantes resulta irrelevante a partir de una realidad indiscutible: fueron bastantes como para colmar las expectativas e intenciones de los patrocinadores. Conjeturar acerca de su número resulta mera aritmética recreativa, cuando no maliciosa, tanto si se hincha como si se mengua el cálculo. ¿Acaso podría haber sido de otra manera, a tenor de la promoción mediática y logística del fasto?

Sin embargo, en las entretelas del aludido júbilo, uno percibe un celaje de melancolía. Algo no le ha salido redondo al partido que gobierna la autonomía y que ha convertido el Plan Hidrológico Nacional en el ariete de su campaña electoral. A pesar del fervor multitudinario y de la idoneidad del lema -Agua para todos- algunos personajes particularmente reflexivos del PP no pueden soslayar una evidencia: esta manifestación ha movilizado a la derecha de siempre, sin que sirva de coartada la concurrencia de unos pocos socialistas, y el centrismo ha perdido sus últimas plumas. La reivindicación hídrica, además, ha quedado desleída bajo la inevitable impronta partidaria y política.

En otras circunstancias no cabría hacer ninguna reserva a este estallido fervoroso y reivindicativo capitalizado por el PP. Pero como quiera que este episodio se inscribe en una dinámica de reto y respuesta, del "contra la guerra" de unos y "por el agua" de los otros, no es soslayable que muy en breve el universo de la izquierda -y nos referimos a la valenciana- vuelva a ocupar la calle para condenar los bombardeos reales o inminentes sobre Irak. Los ánimos están caldeados y prestos para esta demostración de rechazo y, simultáneamente, de fuerza electoral. No puede imaginarse el presidente José María Aznar -o quizá sí- cómo ha conseguido tonificar el frente de la paz. Un efecto colateral que, suponemos, es la causa de la desazón referida.

Melancolía o desazón, decimos, que no miedo, al menos y por ahora todavía, en las filas populares indígenas. Los comicios autonómicos y municipales se resuelven mediante otras claves y difícilmente puede asociarse el belicismo de Madrid con el obsecuente y obligado seguimiento del partido que hegemoniza la Generalitat. La figura de Francisco Camps, por citar un ejemplo, se compadece mal con la de un belicoso ahíto de ardor guerrero. No obstante, la secuencia de los acontecimientos se precipita por días y ya no es previsible qué ocurrirá a la vuelta de una quincena, cuando el probable fragor de las bombas esquilme de sentido las propuestas electoralistas. En un escenario imaginable reducido a la confrontación acaso artificiosa y maniquea de paz o guerra ya no está tan definida la quiniela, ni valen demasiado los actuales pronósticos proclives al partido gobernante y en los que éste se solazaba.

Compartimos el criterio de quienes auguran cambios en las corrientes de opinión, sacudidas por los agitados sucesos bélicos que se avizoran. Pero sin mucha euforia. La alternativa al PP sigue teniendo plomo abundante en las alas. Sería prodigioso que alzase el vuelo.

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