Come sei bravo, Albertone!
"Tu, Sordi, vieni da me che voglio baciarti in fronte per il tuo fenomenale Silvio, che non mi uscirà più dalla mente. Come sei bravo!", escribe Giuseppe Martota en su crítica (L'Europeo, 14 de enero de 1962) de Una vita difficile, el filme de Dino Risi en el que Sordi interpreta el personaje de Silvio Magnozzi, un periodista que por ser coherente con sus ideas políticas (de izquierda) terminará en la cárcel.
Come sei bravo! En la madrugada del pasado martes, Alberto Sordi moría, a los 82 años, en su casa de Roma. De los cinco magníficos, de los cinco monstruos de la comedia italiana de la década de 1960 -"la commedia del miracolo", como la bautizó Goffredo Fofi - Alberto Sordi era el mayor (Sordi había nacido en 1920, Manfredi en 1921, Gassman y Tognazzi en 1922 y Mastroianni en 1924). Ahora sólo nos queda Nino, Nino Manfredi, el yerno de Pepe Isbert en El verdugo, la película de Berlanga. De los cinco cómicos, Sordi era el mayor y también el más grande, el más genial. Después de los napolitanos, de Totò y de la familia De Filippo, el romano Alberto Sordi era el cómico más genial de la Italia del siglo pasado. Con la ventaja para el romano de que además era el más popular, con el que más se identificaba el público italiano (un público de hombres, pero también mayoritariamente de mujeres, como escribía Grazziani: "Meno donne che uomini, nel cinema italiano, e in platea più donne che uomini. Ma come sempre, come dovunque, quasi tutte costole d'Adamo". Muy gracioso, el Grazziani). Y eso, a lo largo de 60 años, de casi un centenar y medio de películas en las que Sordi interpretó un largo rosario de variados personajes, todos reflejo de la realidad italiana de aquellos años.
La tarde del pasado miércoles, por razones ajenas a mi voluntad, me vi recluido por espacio de cuatro horas en el aeropuerto de Barajas aguardando un vuelo que, al parecer, se obstinaba en no despegar y, para matar el tiempo, me leí de cabo a rabo cuanto en la prensa italiana (Corriere della Sera, La Stampa, La Repubblica) se contaba sobre la figura y la obra de Alberto Sordi: una veintena de páginas de letra menuda que me leí despacito mientras sorbía un scotch más triple que doble -la chica del self-service se apiadó de mi mala fortuna con Iberia- y me fumaba un robusto de Bolívar.
En el Corriere y en La Stampa entrevistan a Giulio Andreotti. Al parecer, eran muy buenos amigos. Sordi, dice Andreotti, me votaba y decía de mí que era el mejor político que había en Italia. Andreotti dice también que Sordi tenía fama de tacaño, pero que era muy generoso con los pobres y con ciertas instituciones de la Iglesia (al parecer regaló unos terrenos al Opus Dei). En el Corriere, el leghista Francesco Speroni, jefe de gabinete del ministerio "delle Riforme", dice que Sordi, pese a tener un pasaporte italiano como el suyo, no representa al pueblo italiano. Representa, dice, una realidad local, la cultura romana, romanesca. "Basta sentire la sua pronuncia per capire", dice, "che non posso riconoscermi in lui". Unas líneas más abajo, su propio ministro, su líder, Umberto Bossi, le contradice: "Io invece che sono nato dal popolo", dice, "ho simpatia istintiva per chi parla come il popolo e come faceva Sordi" (al margen de sus simpatías, Bossi demuestra que es infinitamente mejor político que su jefe de gabinete).
También la izquierda llora, hoy, a su Albertone. Lo llora Bertinotti y lo llora Oliviero Diliberto, un sardo, líder de los Comunistas Italianos. "Soy un fan suyo", dice el líder, "en medio de la mediocridad de la Italia de años anteriores, se daban unos valores que hoy no se ven por ninguna parte en la Italia berlusconiana" (¿Sordi frente a Nanni Moretti?).
Y ¿qué dice, qué decía Sordi? Pues Sordi decía que sí, que votaba a Andreotti, que como político era el mejor, pero también decía que Berlinguer era una bellísima persona, pero que como político era un desastre. La verdad es que Alberto Sordi la sabía muy larga, como decimos los catalanes. Para saber un poco quién era Sordi, hay que remontarse a los primeros años de su carrera cinematográfica, en la década de 1950, cuando se sostenía y se formaba con los guiones que escribió para él Rodolfo Sonego (¿quién se acuerda hoy de Sonego?). En uno de esos guiones, el del filme Un eroe del nostro tempo, Sonego le hace decir a Sordi ante un comisario de policía: "Guardi, io non sono né di destra né de sinistra, ma non vorrei signor commissario, che lei pensasse che sono di centro".
Entonces, ¿de qué era Sordi? Según parece, era más de derechas que de izquierdas, sin ser de centro. Pero eso poco importa hoy. Hoy, lo importante es ver como toda la clase política de Italia se pone de rodillas (salvo el imbécil de Speroni) ante su querido Albertone. Empezando por el presidente Berlusconi, sobre el cual, hace unos pocos años, Sordi hizo este lacónico y genial ( à la manière de Totò) comentario: "E` educato". "Come sei bravo, Albertone!"
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