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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Todo es andar a ciegas

Alicia Martín se sitúa entre las figuras de interés objetivo que ha impuesto el relevo generacional de la escena artística española en el curso de la última década. La escultora madrileña ha consolidado su lugar mediante el desarrollo de un trabajo muy característico, en el que partía de la apropiación de un registro objetual específico, el de los libros, como base para la realización de piezas de extraordinaria intuición dinámica y un particular sentido del color. Desde las tempranas acumulaciones bibliográficas hasta las constelaciones ingrávidas que expanden los volúmenes, simulando emerger del muro, o los concentran de nuevo para precipitarse en cascada sobre el espectador, esa dicción del libro había vertebrado hasta ahora, por entero, la síntaxis de la artista.

ALICIA MARTÍN

Galería Oliva Arauna

Claudio Coello, 19. Madrid

Hasta el 1 de marzo

En la recién clausurada edición de Arco pudimos contemplar un vídeo inédito de Alicia Martín donde, en animación informática, el vuelo sinuoso de una bandada de libros, en animada cháchara, atraviesa una y otra vez las paredes de una edificación laberíntica. Pues bien, ese segundo elemento escénico que el vídeo, y la serie fotográfica paralela, suman al léxico objetual recurrente de la escultora, es de hecho el que centra la instalación concebida para su actual muestra personal. La estructura inclinada de un laberinto, elevándose en fuga hasta el fondo de la sala, recibe al visitante. Ya que el trazado dedálico se extiende hasta ocupar prácticamente todo el espacio, sólo permaneciendo en la entrada podemos tener una percepción global del mismo. Pero, en ese caso, la inclinación lo convierte a la par en un muro que impide la visión de lo que tras él oculta y que nos atrae con el sonido constante de un repiqueteo. Si en pos de la llamada de ese enigma sonoro, penetramos en la pieza, la cosa se complica. Como los árboles que ocultan el bosque, el trazado zigzagueante nos obliga a andar a ciegas, rectificando de continuo nuestro rumbo desnortado. Y, cuando al fin encontramos la salida, nos topamos, en un a modo de proyección especular, lo que cabía haber temido: la imagen de una invidente recorriendo errática, ayudada de un bastón, una sala vacía. Una pieza bien notable, de impecable ejecución como acostumbra la artista; un emblema escénico elocuente y tan real como la misma vida.

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