Detrás de la celosía
La última imagen de la tarde, cuando la música se volvía callada y el silencio recuperaba sus dominios, era simbólicamente esclarecedora: un grupo de monjas permanecía de pie detrás de la celosía de clausura. Se vislumbraban parcialmente a través del entrelazado de la madera sus hábitos negros con los cuellos blancos, se presentía en la lejanía la historia de un lugar. Porque la evocación histórica y la atmósfera ambiental del espacio tenían una importancia fundamental. Tomás Luis de Victoria, el mejor músico español de todos los tiempos, había centrado su trabajo, desde 1587 hasta su muerte en 1611, en el marco del Monasterio de las Descalzas, bien como maestro de capilla, como cantor o como organista. Su protectora, la emperatriz María de Austria, hermana de Felipe II, se había retirado al convento madrileño después del fallecimiento de su marido Maximiliano II. Allí tomo bajo su protección al músico abulense cuando éste regresó de Roma. El Oficio de difuntos, seguramente la obra maestra de Victoria en el periodo final de su vida, está escrito inmediatamente después de la muerte hace cuatro siglos, el 26 de febrero de 1603, de María de Austria. Demasiados fantasmas de la memoria coincidían anteayer en el concierto de las Descalzas. Era imposible no sucumbir a un estado emocional. Las monjitas del fondo refrescaban además con su presencia la imagen del paso del tiempo
Officium Defunctorum
De Tomás Luis de Victoria. Gabrieli Consort. Director: Paul McCreesh. VIII Ciclo Los siglos de Oro, de Patrimonio Nacional y Fundación Caja Madrid. Monasterio de las Descalzas Reales. Madrid, 25 de febrero.
Mientras abandonaba la sala escuché decir a un espectador: "Ha sido sobrecogedor". Lo comparto. Tengo la sensación de que los cantantes del Gabrieli Consort también se habían dejado influir por las especialísimas circunstancias ambientales. Están en gira por España con esta obra, de la Filarmónica de Bilbao al Lope de Vega de Sevilla o Santiago de Compostela. La parada madrileña era, en cualquier caso, diferente. Paul McCreesh compartió, en su contención habitual, ese grado de excitación que se mascaba en la sala. Desde la entonación inicial de Taedet animam meam hasta el responsorio final, la música se impuso con un criterio de elevación espiritual, alcanzando quizás su momento más hermoso en Versa est in luctum cithara mea, extraído del libro de Job. Tomás Luis de Victoria volvió a estar en su monasterio. No era un milagro, ¿o sí? Las monjas de detrás de la celosía fueron testigos. Y los privilegiados espectadores que abarrotaban la capilla también.
Babelia
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